Y no hay uno que no forme parte de los objetos más triviales.
Pero, combinando de muy diversas maneras estos elementos, el organismo logra formar los miles y miles de compuestos químicos que lo estructuran. El que más abunda representa del 70 al 85% del peso total y es un compuesto muy común: el agua.
Después del agua, los principales componentes de nuestro cuerpo son las proteínas, que constituyen del 10 al 20% del total.
Siguen en importancia cuantitativa las sales inorgánicas (combinaciones de metales con no metales), los lípidos (grasas), los carbohidratos (azúcares y almidones) y los extraordinarios ácidos nucleicos.
Entre estos últimos hay dos de suma importancia: el ADN, que lleva codificado el proyecto de organización de nuestro cuerpo, y el ARN, que permite al organismo llevar a cabo ese proyecto.
Lo más notable es que el cuerpo, lejos de ser un conjunto estático de compuestos químicos, es un organismo vivo, dinámico, altamente organizado y magníficamente diseñado, capaz de construirse por sí mismo, crecer, actuar y reaccionar ante el medio externo, regular sus propias funciones y mantener todas sus partes en bastante buen estado. Además de todo esto, se reproduce para asegurar la continuidad de la especie humana.
En nuestro cuerpo existen cuatro niveles de organización. El primero está formado por las células, que son las unidades fundamentales de los seres vivos; contamos con unos 75 a 100 billones de ellas diferenciadas en más de 100 tipos.
Las células del mismo tipo, junto con el material en que están embebidas, lo que se llama la matriz, se agrupan para formar tejidos, cada uno destinado a una función específica.
Los tejidos se agrupan a su vez para constituir órganos encargados de un trabajo más complejo.
Por último, los órganos relacionados integran los aparatos o sistemas, que son responsables de una serie de funciones coordinadas.
El cuerpo, en su conjunto, puede definirse como una comunidad celular regida por un orden social en el que cada uno de los 75 billones de miembros que la integran tiene asignado un lugar determinado y una función específica
En los organismos complejos las células no trabajan aisladamente, sino en grupos que constituyen los tejidos.
El cuerpo humano está formado por cuatro tipos básicos de tejidos: conjuntivo, epitelial, muscular y nervioso.
Estos conjuntos de células especializadas realizan tal diversidad de funciones que sólo los libros de texto más avanzados pueden incluirlas todas.
El tejido conjuntivo es el más abundante de los cuatro. Como su nombre lo indica, generalmente vincula y da soporte a otros tejidos, pero también almacena grasa, forma células sanguíneas, devora bacterias y produce anticuerpos que combaten las infecciones.
Aunque la sangre y los huesos suelen considerarse como órganos dada su complejidad, son variedades de tejido conjuntivo y como tal se los clasifica. Son láminas de tejido epitelial las que revisten las cavidades internas del cuerpo y cubren y protegen su superficie externa.
En el intestino delgado, por ejemplo, es el tejido epitelial el que absorbe los nutrientes extraídos de los alimentos; en las glándulas, su función es segregar enzimas, hormonas, moco, sudor y saliva.
La especialidad del tejido muscular es la contracción, que es la que hace que se muevan las distintas partes del cuerpo. La musculatura esquelética está controlada por la voluntad; conscientemente tocamos el piano o damos una vuelta a la cuadra.
En cambio, los músculos del corazón y los de las vísceras trabajan automáticamente; no podemos ordenarles que bombeen más o menos sangre, por ejemplo, o que aceleren los movimientos peristálticos del intestino.
El tejido nervioso conduce impulsos electroquímicos por medio de los cuales recibe señales del mundo externo e interno y manda mensajes a todo el organismo.
A diferencia de las células de otros tejidos, generalmente microscópicas, muchas de las que integran éste llegan a medir 2 m de largo.
Los porqués del cuerpo humano
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