Defensor de los osos
Carsten Hertwig se dedica a rescatar animales de un cautiverio terrible y a conseguirles un nuevo hogar donde puedan vivir felices. Ari y Rina caminaban ansiosos de un lado al otro dentro del estrecho...
Carsten Hertwig se dedica a rescatar animales de un cautiverio terrible y a conseguirles un nuevo hogar donde puedan vivir felices.
Ari y Rina caminaban ansiosos de un lado al otro dentro del estrecho recinto de cemento. Los dos osos estaban muy sucios, y el apelmazado pelo se les caía luego de años de encierro y sufrimiento en esa jaula de un pequeño zoológico en el sur de Kosovo, en los Balcanes. Su única estimulación eran los ladridos y gemidos de los perros salvajes y otros animales encerrados en las otras jaulas.
Carsten Hertwig también caminaba inquieto en el estacionamiento del lugar, en espera del momento para entrar. Como director de la división de osos de la organización protectora de animales Four Paws, tenía a su cargo el rescate de Ari y Rina, y sabía que los propietarios del zoológico no estaban dispuestos a renunciar sin más a sus preciados animales.
Carsten dio la señal, y un equipo de la policía local irrumpió en el zoológico, seguido por un tropel de reporteros con cámaras en mano. Luego entró otro grupo de agentes con armas más grandes. ¿Y si algo sale mal?, pensó Carsten, nervioso. Finalmente, un policía volvió al estacionamiento y le dijo que no había peligro.
Carsten entró corriendo, desesperado por sacar a los animales. Allí estaban Ari y Rina, hacinados y aterrados en la jaula. Sedaron a los osos, y entonces, con unas pinzas, Carsten cortó el candado de la jaula y entró. Entre sus asistentes y él colocaron a los animales sobre unas camillas extragrandes y los trasladaron hasta dos ambulancias que esperaban afuera. Carsten acarició la mejilla peluda de Rina y en un susurro dijo: “Vas a vivir en un lugar mejor”.
Hoy día Ari y Rina viven en el Santuario de Osos de Pristina, una reserva de 16 hectáreas de tierra virgen en Kosovo, donde deambulan, buscan comida y juegan felizmente.
En los nueve años que Carsten lleva como director de división en Four Paws, la liberación de osos cautivos en Europa y su traslado a nuevos hogares se ha convertido en una misión de vida. “Éste es mi destino”, dice este hombre de 48 años mientras recorremos un sendero del Parque de Osos Müritz, una reserva situada al norte de Berlín y uno de los cinco santuarios de osos de Four Paws en Europa de los que se encarga. Mientras paseamos, una enorme osa parda empuja el denso follaje con la cabeza para ver a su rescatador, y luego empieza a rascar el suelo con las garras.
—¡Mascha! —exclama Carsten, inclinándose para mirar a la osa a través de la cerca de alambre—. ¡Vean cómo le gusta escarbar!
Carsten conoce los hábitos de cada uno de los 68 osos pardos europeos de los que cuida como si fueran sus hijos. Es una cifra que le ha costado mucho esfuerzo alcanzar, y que se propone aumentar rescatando más osos cautivos fuera de Europa. “Después de casi 10 años de trabajo, veo y celebro los logros de esta iniciativa”, dice Carsten mientras Mascha sigue jugando con la tierra. “Pero todavía es mucho lo que queda por hacer”.
Carsten recuerda el momento exacto en que los osos se convirtieron en su destino. Fue una fría tarde de febrero de 2005. Este amante de la naturaleza creció a la orilla del Danubio en la ciudad de Ulm, en el sur de Alemania, y con el tiempo se dedicó a diseñar y administrar los centros interpretativos de varias reservas naturales importantes de su país, entre ellas una subvencionada por el Fondo Mundial para la Naturaleza.
Pero aquella tarde de febrero estaba buscando trabajo. Mientras hojeaba un diario de Hamburgo, vio un anuncio que le aceleró el pulso: iban a construir un santuario para osos rescatados del cautiverio en el Parque Nacional Müritz, a tan sólo una hora en auto del sitio donde vivía con su esposa, y buscaban a alguien para que dirigiera las obras. Esto sería perfecto para mí, pensó Carsten. Al cabo de varias entrevistas, la administración del parque lo contrató.
Le encargaron el diseño del santuario, de 16 hectáreas, y de su centro interpretativo, así como la tarea de buscar y rescatar a los osos destinados a vivir allí. Carsten empezó a estudiar las leyes que regulan la tenencia de osos en los países de la Unión Europea. Descubrió que en Alemania la tenencia es legal, pero sólo si se garantiza a los animales cierta cantidad de espacio y se toman medidas de seguridad apropiadas. No tardó en identificar muchos zoológicos pequeños que mantenían osos en malas condiciones. A su misión contribuyó el hecho de que el público alemán reprobaba tanto el cautiverio de estos animales, que muchos dueños de osos contactaron directamente a Carsten para que se los llevara.
Sin embargo, en países como Rumania, Bulgaria, Serbia, Croacia y Ucrania la actitud de la gente respecto a la tenencia de osos es mucho más laxa, y los dueños están mucho menos dispuestos a dejar ir a sus animales sin luchar. Carsten identificó decenas de osos que vivían encadenados en estrechas jaulas junto a restaurantes o gasolineras, a los que obligaban a hacer gracias o a beber alcohol para entretener al público. En los peores casos, se forzaba a los osos a participar en la antigua y brutal práctica de las peleas contra perros.
Fue en la reserva de Müritz donde Carsten vio de frente a su primer oso, un enorme macho llamado Lothar rescatado de un pequeño parque de animales alemán. El oso pisaba con cautela la hierba del suelo luego de más de 15 años de caminar sólo sobre cemento. Increíble, pensó Carsten, impresionado por lo que veía. Luego Lothar se frotó contra la cerca electrificada que los separaba y una descarga lo hizo saltar hacia atrás con sus 300 kilos de puro músculo y pelo, antes de caer al suelo y salir corriendo despavorido en dirección opuesta.
Cuanto más conocía Carsten a los osos de la reserva, más se daba cuenta de lo incompatible que es el cautiverio con la vida animal. Acostumbrados a recorrer grandes distancias en busca de alimento, los osos pronto empiezan a exhibir comportamientos anormales cuando permanecen encerrados en espacios reducidos. Muchos de los osos rescatados por Carsten seguían actuando de manera extraña meses después de haber sido liberados en el parque: caminaban en círculos o se balanceaban de un lado a otro, muy inquietos.
El amor de Carsten por estos animales fue creciendo a la par que su compromiso, y con el tiempo enfocó la mira en un territorio que tiene uno de los peores historiales de cautiverio de osos en Europa: Kosovo.
Allí fue donde conoció a Kassandra. A esta “osa de restaurante” la habían comprado como atracción y estaba condenada a vivir en una jaula sucia, expuesta a los elementos. Cuando el restaurante quebró, el propietario de Kassandra la abandonó a su suerte. El hambre y la deshidratación que tenía eran evidentes, y su escaso pelo estaba apelmazado. Recorría sin cesar el piso de cemento de la jaula, y sólo se detenía para meter el hocico entre los oxidados barrotes.
Algo tenemos que hacer por ella, se dijo Carsten mientras miraba la devastada figura de un animal antes majestuoso. De inmediato. Por fortuna para Kassandra, Carsten ya estaba luchando por la prohibición total de la tenencia privada de osos en Kosovo. Negoció con funcionarios de alto nivel hasta que finalmente, en 2010, el gobierno de Kosovo aceptó prohibir esta práctica a los particulares.
Este logro originó un nuevo problema: no había ningún lugar adecuado para albergar a los osos que necesitaban ser rescatados, entre ellos Kassandra. Carsten se puso en acción: tras hallar una franja de 16 hectáreas de terreno forestal virgen a una hora de Pristina, la capital de Kosovo, y obtener un permiso oficial para usarlo gratuitamente, dispuso la construcción de una reserva.
Si bien a Kassandra, Rina y Ari se les trasladó con éxito al nuevo parque, no todos los intentos de Carsten en Kosovo tuvieron un final feliz. Uno de los propietarios, al enterarse de la inminente confiscación de sus osos gemelos de 15 meses de edad, Rambo y Luta, los vendió en 500 euros. El comprador entregó los animales a un grupo de hombres, quienes los mataron antes de que llegaran las autoridades y les extrajeron la vesícula biliar, el hígado y el corazón para venderlos en el mercado negro. La policía encontró los cadáveres descuartizados de los dos oseznos en un tiradero de basura la misma tarde en que Carsten realizó el rescate de Ari y Rina.
Sin embargo, en la mayoría de los casos las iniciativas de Carsten resultan exitosas, y los animales que ha rescatado ahora viven en condiciones meticulosamente pensadas para imitar su hábitat natural. Cuando uno recorre la reserva de Müritz, se hace evidente el profundo afecto que Carsten tiene por los osos.
—¡Miren, allí están Balou y Siggy! —dice, señalando dos osos enormes, uno echado sobre la hierba y el otro con la cabeza apoyada en un tronco en un ángulo inverosímil.
Carsten contempla a los felices animales con una gran sonrisa. Luego, Balou y Siggy se levantan, dan media vuelta y echan a andar por el bosque hasta perderse de vista.
“Éste es uno de nuestros objetivos: que los osos alojados aquí puedan elegir esconderse o dejarse ver”, explica Carsten. Los animales cuentan con mucho espacio, vegetación y rincones aislados para poder ocultarse de los visitantes cuando desean tener un poco de privacidad.
En su hábitat natural, los osos pasan gran parte del tiempo buscando alimento, así que Carsten y su equipo se aseguran de que tengan que esforzarse para hallar comida: esconden manzanas en las ramas de los árboles o ponen bocadillos en recipientes que cuelgan de cuerdas y que los osos deben golpear con fuerza para hacerlos caer y obtener su alimento.
En la actualidad Carsten está trabajando para acabar con la tenencia privada de osos en cautiverio ilegal en Bulgaria, Croacia y Serbia, y sigue luchando con determinación para que se prohíba la posesión de osos destinados a espectáculos de baile en restaurantes en Albania.
También está empeñado en el establecimiento de un nuevo santuario para osos obligados a pelear contra perros en Ucrania, y otro refugio en Vietnam, donde la captura de estos animales para extraerles bilis con supuestos fines medicinales sigue siendo una práctica cotidiana.
“Necesitamos cambiar la opinión pública para poner fin a estas prácticas”, señala Carsten. “Estamos preparando el escenario para que las generaciones futuras de osos puedan vivir felices y en paz”.