Del aplauso al análisis: la nueva era del informe presidencial
Tradicionalmente, el presidente leía en persona el informe anual ante el Congreso el 1° de septiembre, en el llamado "Día del Presidente".
Durante décadas, los informes presidenciales en México fueron verdaderos actos de solemnidad y aplauso.
El presidente llegaba al Congreso como figura intocable, rodeado de ministros, saludos militares y discursos que más bien parecían celebraciones. Las cámaras, dominadas por el partido oficial, aplaudían de pie cada frase.
Pero todo empezó a cambiar en los años noventa, cuando México comenzó a vivir una apertura política distinta. El informe dejó de ser un monólogo para convertirse en un espacio de tensión. Con la llegada de más partidos al Congreso, aparecieron también los gritos, las pancartas, las interrupciones, e incluso los empujones. El presidente ya no era recibido como héroe, sino como un funcionario citado a rendir cuentas.
Desde 2008 los presidentes ya no están obligados a leer el informe ante el Congreso. Ahora lo entregan por escrito y dan un mensaje aparte, casi siempre desde Palacio Nacional. Es una forma de evitar confrontaciones directas, lo que ha restado cierta fuerza simbólica al acto. Lo que antes era un evento nacional, hoy compite con otros temas en la agenda.
El lenguaje también ha cambiado: ya no se trata solo de enumerar logros, sino de persuadir a una ciudadanía más crítica. Las frases con lenguaje pomposo han cedido paso a gráficos, videos y presentaciones.
El informe se ha vuelto un espectáculo mediático, más pensado para la percepción que para la reflexión.
También hay un componente social: la gente está más conectada, más informada y es ligeramente más participativa. Los informes ya no son para convencer a los legisladores, sino para hablarle directamente al pueblo, un instrumento de comunicación que se ha utilizado a diario desde 2018.
Las redes sociales han cambiado por completo el consumo de estos mensajes. Hoy el informe se corta en clips, se comparte por partes y se analiza al instante. Ya no se trata solo de lo que el presidente dice, sino de cómo lo interpreta la gente.
Este cambio refleja una transformación más profunda en la política mexicana: menos ceremonias formales, más comunicación directa, y una ciudadanía más crítica. El “Día del Presidente” ya no existe como tal, pero la rendición de cuentas sigue siendo clave.
Aunque el formato ha cambiado, el fondo sigue siendo el mismo: contarle al país qué se ha hecho.