Así es la vida: Doble inesperado
Tres amigas y yo estábamos en mi casa jugando un juego de mesa con cartas que hacían distintas preguntas, y nosotras teníamos que elegir...
Doble inesperado
Tres amigas y yo estábamos en mi casa jugando un juego de mesa con cartas que hacían distintas preguntas, y nosotras teníamos que elegir a quién le iba mejor lo que planteaba cada una. Una de las cartas decía: “¿Quién de ustedes se parece más a una persona famosa?”
Señalándome, todas dijeron:
—¡Melissa!
Sorprendida —y, debo admitirlo, bastante halagada—, pregunté sin disimular mi emoción:
—¿De veras? ¿A qué persona famosa creen que me parezco?
—¡A John Lennon! —respondieron al unísono.
Melissa Taylor, Australia
Tiempo después de haber renunciado a mi trabajo, me enteré de que uno de mis ex colegas, Alan, estaba saliendo con una chica. Como él nunca había mostrado gran interés en tener un romance, la noticia en verdad me sorprendió. Un amigo en común me contó que la joven era muy agradable y parlanchina, pero que cuanto más la observaba al charlar con ella, más le recordaba a un caballo: dientes grandes, cara larga, nariz ancha…
—Incluso he pensado que en cualquier momento ¡se pondrá a relinchar! —añadió en son de broma.
Decidí ir de visita a mi antigua oficina para conocer más detalles, y al día siguiente estaba tomando café con mis ex compañeros y con la mujer que había ocupado mi puesto. De pronto Alan tuvo que levantarse para atender una llamada, y yo aproveché la pausa para preguntarles a los demás si era cierto que él tenía novia.
—Es cierto —señaló alguien, y yo repetí la descripción del caballo, sonriendo con malicia.
Se hizo un silencio absoluto y todos pusieron caras largas. Fue entonces cuando la mujer que me reemplazó me miró a los ojos y dijo:
—Yo soy la novia de Alan.
Sobra decir que no me invitaron a su boda.
Idris davies, Reino Unido
Tal vez películas como Avatar han perfeccionado el arte en 3D, pero esta anécdota de hace 60 años muestra que, definitivamente, no fueron las primeras en hacerlo.
Dos jóvenes altas y muy bonitas, seguramente modelos, subieron al tren y se sentaron frente a mí. Se supone que yo estaba concentrado leyendo el periódico, pero no pude evitar oír su conversación.
—¿Te acuerdas de aquel productor de cine tan amable al que conocimos en el club? —dijo una de ellas—. Pues se ofreció a ponerme en 3D.
—¿En serio? —exclamó la otra—. ¡Debes de estar muy emocionada!
—Lo estaba —contestó la primera, frunciendo el ceño y en tono seco—, hasta que descubrí que 3D era el número de su apartamento.
Enviado por John McCarthy, Estados Unidos
Una tarde invité a mi vecina Susan a tomar el té. Mientras charlábamos en la sala, que tiene vista al jardín trasero, empezó a oscurecer. De pronto nos sorprendió ver a mi esposo, John, llegar del trabajo, quitarse la chaqueta y ejecutar una danza frenética en el jardín. Cuando se dio cuenta de que lo estábamos mirando, se sonrojó, entró a la casa y se escabulló a la planta alta.
Más tarde, cuando le pregunté qué había sido todo eso, respondió:
—Es que trataba de encender esas lámparas con sensor de movimiento para poder ver mientras les daba de comer a las gallinas.
Desde entonces, creo que los vecinos lo ven como un bicho raro.
Margaret Smart, Reino Unido