Dolor de espalda debilitante y pérdida de peso inexplicable
Todo comenzó con un dolor de espalda. No le dio importancia porque pensó que se debía a su trabajo, físicamente demandante.
Todo comenzó con un dolor de espalda en el otoño de 2014. Al principio, Brett no le dio importancia porque pensó que se debía a su trabajo, físicamente demandante, en una planta automotriz. Pero dos semanas más tarde, cuando el dolor se agravó, consultó a su médico en Ontario, Canadá, quien lo refirió al Consejo de Seguros y Seguridad en el Trabajo.
Ahí, el galeno confirmó las sospechas de Brett: estaba levantando demasiado peso para su edad. Le indicaron reposo y analgésicos.
Entonces Brett comenzó a adelgazar y la molestia en la espalda se exacerbó. Otro médico lo remitió a un cirujano ortopédico. Las radiografías no revelaron ninguna anomalía, por lo que Brett fue enviado a casa con más medicamentos. Habían pasado tres meses y el dolor era tan intenso que ya no podía trabajar.
Consultó a un tercer profesional, quien detectó presencia de sangre en la orina de Brett y lo canalizó a un nefrólogo. Para descartar la posibilidad de un tumor, el especialista le practicó una cistoscopia (procedimiento en el que se inserta una cámara en la vejiga a través de la uretra para detectar señales de cáncer). Todo estaba en orden.
Sin embargo, Brett obtuvo un resultado positivo para nefropatía por inmunoglobulina A (IgA), una enfermedad relativamente benigna que se desarrolla cuando el anticuerpo IgA se aloja en los riñones, lo que produce inflamación y, a veces, presencia de sangre en la orina.
El médico le indicó controlar su presión arterial y reducir los niveles de colesterol, lo que ayudaría a proteger sus riñones y desacelerar el avance de la enfermedad, que no tiene cura.
Pero esto no explicaba el dolor de espalda. Ahora, seis meses después del comienzo de esta odisea, Brett apenas podía caminar. Además, transpiraba mucho y había perdido casi 14 kilos. Luego, uno de sus dedos se puso negro. ¿Sabes cuándo ir al médico por un dolor de espalda?
Consultó a un cuarto médico, quien lo envió al Hospital Toronto Western, con el doctor Herbert Ho Ping Kong, famoso por su talento para resolver casos difíciles.
“Si tan solo alguien hubiera escuchado su corazón”, lamenta Ho Ping Kong. Dos minutos le bastaron para diagnosticar endocarditis. “Habría muerto en tres semanas”, afirmó Ho Ping Kong, quien no da este diagnóstico a menudo. Se estima que entre dos y seis de cada 100,000 personas presentan este cuadro.
La endocarditis es una infección de la capa interna del corazón que afecta a personas con arterias cardiacas enfermas o dañadas, como las que nacen con defectos congénitos. (El médico sospechaba que Brett podría haber tenido enfermedad reumática cardiaca.)
Las bacterias en el torrente sanguíneo viajan al corazón y se adhieren a las áreas dañadas, provocando dolor muscular agudo, sudoración, pérdida de peso y presencia de sangre en la orina.
En vista de los antecedentes del paciente y los síntomas que mostraba, un murmullo de su corazón fue suficiente para que Ho Ping Kong llegara al diagnóstico.
El dedo ennegrecido era una señal de embolia séptica: tejido infectado que se había desprendido de la válvula del corazón, alojándose en la arteria que atraviesa la extremidad.
“Era una emergencia”, dice Ho Ping Kong. “Podían desprenderse más fragmentos, llegar a sus piernas, riñones o cerebro, y causar una apoplejía”.
Durante la siguiente semana, Brett recibió antibióticos y fue sometido a una cirugía para reemplazar la válvula cardiaca dañada a fin de evitar insuficiencia.
Como el daño era extenso, también necesitó un marcapasos. Si bien no podía levantar tanto peso como antes, regresó al trabajo a los dos meses, ya sin ningún tipo de dolor.
“A veces el diagnóstico clínico es tan eficaz como cualquier tomografía o resonancia”, afirma Ho Ping Kong. “Se trata de evaluar una historia clínica a conciencia y realizar un examen físico minucioso. Ah, y nunca olvidarse de escuchar el corazón”.