Y obviamente debe coincidir con el periodo de oscuridad, explicó la doctora Guadalupe Terán Pérez, investigadora de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
“El sueño perdido jamás se recupera” por tratarse de un proceso natural “cuya función principal es la de restaurarnos”, advierte en el artículo Dormiré cuando me muera y otras frases para morir pronto.
Sin embargo, es poco valorado, relegado a una actividad de poca utilidad e incluso puede considerarse como un símbolo de debilidad debido, entre otras causas, a la creencia de que una persona eficaz y productiva no puede darse el lujo de dormir, no obstante que la falta de sueño “mata lentamente o al menos disminuye la esperanza de vida”.
Esa fase del descanso constituye una necesidad vital para el organismo, tanto como beber o comer, ya que de ella “dependen procesos complejos:
Todo esto está relacionado con el ciclo de sueño-vigilia, que tiene un ritmo aproximado de un día (llamado circadiano por esa razón) y que se sincroniza en particular con la luz, ya que mientras haya estimulación luminosa una persona puede permanecer despierta y dormir cuando haya oscuridad.
Un adulto necesita entre siete y nueve horas de sueño al día, ya que de lo contrario aumentan las probabilidades de desarrollar hipertensión, diabetes, infartos y obesidad, entre otras enfermedades cardiovasculares y metabólicas, “en las que los mexicanos nos encontramos en primer lugar”.
Otros efectos inmediatos son las alteraciones cognitivas, es decir, las habilidades relacionadas con el procesamiento de la información –atención, percepción, memoria, planeación y resolución de problemas–, por eso no es de extrañarse que una persona que no ha dormido lo suficiente se distraiga con facilidad, cometa más errores, sea incapaz de desarrollar estrategias, resolver problemas y, en general, sea menos productiva.
Tales perturbaciones llevan a un trabajador a sufrir “presentismo laboral”, es decir, estar en un lugar sin estarlo en realidad, por lo que es “tiempo perdido que cuesta a las empresas” y que se traduce en jornadas largas de nula productividad, incremento de accidentes y ausentismo laboral por enfermedad.
No dormir también afecta el estado de ánimo; si no se hace lo suficiente probablemente al día siguiente aumenten los niveles de irritabilidad, impulsividad, conductas agresivas e incluso la vulnerabilidad a desarrollar trastornos de ansiedad y depresión, que sumados al estrés cotidiano de las grandes sociedades afecta y demerita la calidad de vida.
La investigadora concluye que dormir no es una pérdida de tiempo, “es la posibilidad de restaurar nuestro cuerpo, equilibrar nuestro sistema, recuperarnos de enfermedades, desintoxicar nuestro organismo y aumentar nuestra esperanza de vida”.
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