Ese era el hogar del lobo. Era el paraíso árido y montañoso en donde este príncipe tenía su reino. Como el hijo pródigo más audaz, sabiéndose descendiente de un linaje majestuoso, el lobo mexicano se había separado de sus hermanos Lupus hacía miles de años, aventurándose en llanuras y montañas ocre, que habían sido poco exploradas por los grandes mamíferos.
Hace casi 40 millones de años, por lo menos, los primeros cánidos recorrían el territorio de América. No eran parecidos a los perros o lobos que hoy conocemos. De hecho, Hesperocyon, como se le conoce a esta familia, parecería una rara mezcla entre un mapache grande, un felino robusto o un coyote alargado.
El estrecho de Bering fue, como para muchas especies, clave en la comunicación y la evolución especializada. La teoría más aceptada en estos años es que los antepasados carnívoros de los caninos se originaron en Norteamérica, pero a través de Bering llegaron al norte de Asia y Europa, en donde la gran combinación comenzó. Se expandieron por esos vastísimos territorios, encontrando poca o nula resistencia como depredadores, especialmente porque se mantenían siempre en grandes manadas.
Después de la vuelta evolutiva que tuvieron en aquella segunda parada, regresaron a Norteamérica por el mismo camino, habiendo desarrollado ya una línea de cánidos más estable, con los rasgos más claros de los Canis, los Vulpes y los Urocyon, es decir, los antepasados de lobos y zorros.
Y fue en América, este continente más compacto y lineal, que el Lobo se fue extendiendo con prontitud y seguridad, dominando territorios y hasta aprendiendo a compartirlo con los pocos rivales de importancia que podía tener: osos, pumas y jaguares.
Por encima del cinturón ecuatorial, prácticamente llegaron a todo el mundo. Desde la meseta mesoamericana hasta los puntos más gélidos de tierra al norte; desde la península indochina hasta Siberia y del norte de África a las más altas tierras nórdicas.
Pero fue quizá por su pelaje caluroso y denso o por su estrategia social de cacería que se veía beneficiada en lo espeso de los bosques, que pocas subespecies se desarrollaron en las zonas desérticas. Apenas tres se han aceptado como subespecies adaptadas a este tipo de ambientes: El lobo árabe (Canis lupus arabs), el lobo indio (Canis lupus pallipes) y el lobo mexicano (Canis lupus baileyi).
El lobo mexicano se distinguió del lobo gris de Norteamérica por ser una prolífica especie nativa del punto más austral. Entre las diferencias genéticas se distingue por ser el más pequeño. Es oficialmente endémica de las regiones montañosas al norte de México: Durango, Coahuila, Chihuahua y Sonora, así como de partes de Texas, Nuevo México y Arizona, pero se llegaba a encontrar ocasionalmente en territorios más al oeste y noroeste, como California y Nevada.
Un lobo mexicano macho promedio pesa entre 30 y 45 kilos. Su tamaño máximo es de un metro y medio de longitud, por unos 70 u 80 centímetros de altura, morfología comparable a la de un Pastor Alemán adulto.
Tiene una colorida capa de pelaje ocre, gris, moho y negro, a menudo con máscaras faciales muy definidas y en colores contrastantes. Es curioso mencionar que las variaciones sólidas de color negro o blanco (melanismo o albinismo), no existen, como sí ocurre con los demás lobos de América.
Su figura es más estilizada que la de otras especies, de rasgos ligeramente más alargados y menos anchos, como si fuera un vínculo entre los coyotes, chacales y perros comunes.
Y fue esta figura, delgada pero fuerte, la que dominó también la iconografía de las poblaciones humanas que habitaron a su alrededor.
Prácticamente todas las tribus de nativos americanos que compartían territorio con el Lobo Mexicano, lo retrataban y guardaban como un símbolo al que respetaban y querían. Si bien temían ser atacados por alguna manada de lobos cuando se adentraban en su terreno, no existen leyendas o cuentos del folclore en los que el Lobo sea un antagónico o tenga rasgo alguno de terror.
Apareció una y otra vez dibujado en pieles, en paredes, en tipis y hasta en el rostro de los guerreros. Se tallaba, como símbolo de protección, en las figuras que conocemos comúnmente como tótems o en ornatos y colgantes que se añadían al cuello de los guerreros o a sus accesorios de cacería.
Tribus como los Cherokee, Apalache, Hopi, Zuñi, Acoma, Mojave, Pápago o Seri, tenían en un lugar muy alto al lobo mexicano.
Al igual que todos los lobos, los lobos mexicanos tienen una firme estructura social y un sistema de comunicación complejo que incluye el marcado, posturas corporales, formas especializadas como postura de orejas y cola, amén de vocalizaciones numerosas tales como aullidos, ladridos, gemidos y gruñidos.
Viven en grupos familiares o manadas que consisten en una pareja alfa y sus crías y abarcan varias generaciones, por lo que podían llegar a encontrarse grupos numerosos, con “abuelos” o incluso “bisabuelos” como líderes. Entres sus presas se cuentan alces, venados bura y venados cola blanca, pero son capaces de enfrentar y matar ganado, especialmente ejemplares jóvenes y menos robustos.
Este fue su principal problema cuando el Nuevo Mundo empezó a ser colonizado.
A la llegada de los europeos a tierras americanas, todo era un asombro que llenaba libros y relatos orales de estos hacia el viejo continente. Las especies nuevas de aves, mamíferos y plantas, eran celebradas por su valor, variedad, belleza estética y hasta sabor. Pero no todas las especies de América eran un maravillosa novedad.
El lobo mexicano cargaba con tres estigmas que incomodaban a los colonos europeos. En primera instancia, era muy parecido al lobo euroasiático, viejo conocido, temido y cazado en los bosques de toda Europa y Asia, ícono de leyendas nada favorables y hasta representante de infantiles historias que los retrataban como monstruos, devoradores de niños con conexiones con el diablo y la brujería o hasta transmutaciones de demonios.
Después, eran un riesgo para la ganadería que se comenzaba a desarrollar al norte de México y sur de los Estados Unidos. Eran ágiles y podían cazar casi a todas horas. Las bajas en los numerosos grupos de ganado que devoraban los pastizales próximos a los bosques llenaba a los ganaderos que sufrían pérdidas económicas de rencor hacia la especie.
Finalmente estaba el factor cultural. Como parte del proceso de suplantación de cultura, la destrucción o intercambio de cada símbolo era importante para el éxito de estas empresas. Como lo hemos visto, prácticamente para todas las poblaciones originarias, el lobo representaba un ser de respeto, casi un Dios… y eso no podía ser tolerado.
Esta combinación de elementos fue disminuyendo las poblaciones irrefrenable y constantemente. El fin del mundo para el Lobo mexicano había llegado en las naves de los invasores. Las poblaciones resultantes del mestizaje o los europeos asentados, le tenían miedo a su sola presencia. Los perros de raza grande habían llegado también de Europa, y algunos podían ser más feroces y grandes que el mismo lobo, así que tampoco podían comprender su valor o belleza en el ecosistema propio.
Los cuentos y las historias, cada vez más exageradas, abundaban. Las expresiones “te va a comer el lobo” y hasta los relatos infantiles como “Caperucita” o “Los 3 Cerditos” habían hecho de la frase “lobo feroz” parte del vocabulario; un vocabulario que sólo respondía a la fantasía, pero no había nadie cerca para desmentirlo. Programas de control de depredadores, realmente estudiados, preparados y auspiciados por gobiernos de la “era moderna”, aunque desbordantes de una clara y profunda ignorancia, casi exterminaron al lobo mexicano en el medio silvestre antes de que alguien pudiera reaccionar.
Alguna noche, el aullido de un lobo mexicano se escuchó en solitario y, por primera vez en miles de años, ningún otro lobo le contestó. Se escuchó por última vez, ahogado, sin sentido y sin réplica, rindiéndose ante algo que, sin comprender, tenía que aceptar.
Con la captura de los últimos 5 lobos mexicanos que quedaban en estado salvaje en México, desde 1977 y hasta 1980, se inició un programa de cría en cautividad para salvar al lobo mexicano de la extinción… aunque hay quien dice que ya era muy tarde.
Algún día recorrió miles de kilómetros de desierto en México y Estados Unidos, hoy, gracias al esfuerzo de los especialistas, ha comenzado un nuevo reto: sobrevivir y regresar a casa.
El único lobo endémico de nuestro país, estuvo a punto de desaparecer definitivamente. Hoy lucha por seguir llenando el paisaje desértico con su aullido.
Conoce más sobre esta majestuosa especie en:
CONANP. 2008. Programa de Acción para la Conservación de Especies: Lobo Gris: Mexicano, (Canis lupus baileyi). Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, México D.F.
El autor es Paco Colmenares, periodista, productor e investigador especializado en fauna silvestre y animales de compañía desde hace más de 10 años. Egresado de la UNAM, hoy dirige RedAnimalia.com. Síguelo en: @pacocolmenares
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