Categorías: Historias de Vida

Para él, el proceso de adopción ha sido un calvario

Un hombre soltero demuestra el amor más desinteresado enfrentándose a un aparato burocrático que está muy lejos de velar por el bienestar de Mario, un chico abandonado que languidece en una casa hogar de la Ciudad de México.

Cuando Pedro Antonio* pensaba que por fin lo tendría entre sus brazos, una llamada nuevamente lo derrumbó. La audiencia del 13 de diciembre de 2016 en la que se decidiría sobre la pérdida de la patria potestad de Mario* se canceló hasta nuevo aviso.

Pedro Antonio se afligió. Había imaginado que tanto la Navidad como el Fin de Año los pasaría a lado del chiquillo que lo ha inspirado a librar las más grandes batallas de su vida en contra de una obsoleta y burocrática maquinaria judicial.

El encuentro

Pedro Antonio aceptó gustoso la invitación que le hizo un amigo hace cuatro años para pasar una tarde con los chicos que habitan una de las tantas casas hogar que existen en México. Hacía tiempo que había terminado con una chica con quien tenía planes de boda así que departir con los chicos del albergue lo ilusionaba.

“El convivio fue estupendo, agasajamos a los chicos con comida, golosinas, regalos, payasos y mucha diversión. Los chicos rieron todo el tiempo” recuerda. Faltaba poco tiempo para retirarse de la casa hogar cuando alguien lo abordó.

“Estaba sentado en las escaleras mandando un mensaje de texto cuando un niño se me acercó y me preguntó si mi teléfono móvil tenía juegos” cuenta Pedro Antonio. La charla con Mario, un pequeño de entonces 8 años, continuó entre risas; luego se tomaron selfies y cuando llegó el  momento de la despedida el pequeño le pidió que regresara a visitarlo. Pedro Antonio prometió volver.

Fiel a su promesa, Pedro Antonio se acercó a la directora de la casa hogar para solicitarle permiso para acudir con frecuencia. Así inició su labor social y su acercamiento más profundo con Mario. Primero asistía cada 15 días para llevar a los chicos a jugar futbol a un campo cercano y después cada semana. “Jugaba toda la tarde con ellos y me gustaba regalarles tortas y aguas”.

En una de esas tantas visitas Mario lo llamó papá. “El corazón me dio un vuelco cuando lo escuché; me quedé tan nervioso que él sólo atinó a preguntar si podía llamarme así, yo le respondí que sí”.

Cuando comentó ese suceso con sus sobrinas, que siempre lo acompañaban a la casa hogar, una de ellas le propuso durante una comida familiar que adoptara al chiquillo.

Pensé que no era mala idea, así que lo platiqué con la familia y todos respondieron con entusiasmo, así que empecé el trámite”.

Y fue así como empezó un calvario legal y administrativo que aún no termina. Primero se dio a la tarea de conocer el proceso y después inició una avalancha de exámenes. “Pruebas médicas, psicológicas, socioeconómicas, toxicológicas, de VIH. Me practicaron diversos exámenes, pero todos los aprobé” cuenta orgulloso.

En una de esas tantas visitas Mario lo llamó papá. “El corazón me dio un vuelco cuando lo escuché; me puse tan nervioso que él sólo atinó a preguntar si podía llamarme así, yo le dije que sí podía”.

Pero Pedro Antonio desconocía la complicada situación legal del menor. “Me topé con que las autoridades tenían que hacer un trámite para liberar al niño de la patria potestad de sus padres y luego determinar si era apto para ser adoptado”.

El expediente para el trámite de pérdida de patria potestad está en manos de las autoridades competentes desde hace dos años. “Las autoridades son negligentes con los trámites de adopción; el trámite se inició hace 24 meses y aún no tenemos nada. Ha sido larga la espera porque han estado buscando a los familiares del menor” explica este hombre de 35 años.

Mario, uno de los tantos niños violentados

Desde su más tierna infancia Mario conoció el desamor. Primero fue abandonado por su madre y posteriormente violentado física y psicológicamente por su padre ante la mirada indiferente de su madrasta y su abuela paterna. “Una persona le vio los golpes en el cuerpo y denunció, y fue así como el niño terminó en una casa hogar a los cinco años de edad”.

El padre de Mario, quien debió haber sido encarcelado, jamás buscó a su hijo. Ni él ni nadie mostraron interés a pesar de que las autoridades avisaron a los familiares sobre el paradero del menor.

Hace un año la abuela paterna se presentó en la casa hogar y dijo que deseaba quedarse con Mario, pero cuando las autoridades le enviaron los papeles para formalizar el trámite desapareció. “Le mandaron citatorios e incluso la multaron por no acudir” relata Pedro Antonio.

La fugaz aparición de su abuela no inquietó a Mario. “El niño dijo ante un juez que no quería vivir con esa mujer porque ella fue testigo de las palizas que le dio su padre y jamás hizo nada”.

Los trámites, las citas, las declaraciones, los exámenes, la larga espera, Pedro Antonio pensó que todo eso por fin acabaría cuando le informaron que el 13 de diciembre de 2016 por fin el juez resolvería sobre la patria potestad de Mario.

Pero una vez más todo se derrumbó. “El juez suspendió la audiencia porque quiere saber qué fue del padre, por qué no se le encarceló, así que el trámite se alarga una vez más y eso le da en la torre al niño. Y a mí, por supuesto”.

Pedro Antonio no comprende el afán de la autoridad de buscar a un hombre violento que jamás se ha interesado por su hijo. “Es muy lamentable que Mario se siga quedando en la institución por esas diligencias” dice Pedro Antonio quedito. En febrero de 2017 se cumplirán cuatro años del encuentro entre estos dos seres que sólo quieren estar juntos.

“Lo conocí de 8 años y ahora ya tiene 12, es un preadolescente. Él desea un hogar y mi familia, que Mario ya conoce, está listo para recibirlo”.

Mario, quien cursa el último año de primaria, sabe perfectamente su situación. “No le escondo nada, el fin de semana tuve que darle la mala noticia de la cancelación de la audiencia del 13 de diciembre pero le dije que no se preocupara, que tuviera paciencia”. Mario lo entiende pero el desencanto se refleja en su rostro. Una Navidad más lejos de un hogar, una Navidad más en la institución.

A pesar de las dificultades legales, Pedro Antonio no flaquea. “Mario es mi fuerza, cada que lo veo se renuevan mis ánimos. No puedo tirar la toalla, emocionalmente ha sido muy desgastante pero seguiré hasta el final”.

Lo conocí de 8 años y ahora ya tiene 12, es un preadolescente. Él desea un hogar y tanto yo como mi familia, que Mario ya conoce, estamos listos para recibirlo

Además de la lucha legal, está la personal, pues Pedro Antonio ha perdido relaciones afectivas por sus deseos de convertirse en padre adoptivo. Recuerda que salía con una chica que tenía un niño y que aceptaba la situación, pero sus padres la influenciaron.

“Le dijeron que Mario era más grande, que podía abusar sexualmente del niño; los padres le dijeron toda esa clase de ideas preconcebidas que tenemos sobre los niños institucionalizados. Yo no estoy de acuerdo con que los niños que estuvieron en casa hogar están marcados”. La pareja terminó la relación de mutuo acuerdo.

“Lo único que quiero ahora es tener a mi hijo, ya después veré qué hago. Me gustaría que tuviera más hermanos, pero la prioridad actual es mi hijo mayor y nadie más” cuenta decidido.

Pedro Antonio sabe que los niños institucionalizados traen una gran carga, así que le pide a la sociedad no lastimarlos más. “Si de verdad nos importan nuestros niños como se dice en todos lados seamos empáticos con ellos, no los rechacemos, lo único que necesitan es amor”.

Para las autoridades también tiene un mensaje. “Denle prioridad a los trámites de adopción, los niños crecen en instituciones en donde son cuidados pero no reciben amor. Cada hora, cada día, cada semana, cada mes, cada año se les hace eterno. Hay que sensibilizar a los jueces, porque no sólo basta con nuestro amor y nuestras ganas de adoptar, los jueces deben apresurarse, deben darle prioridad a estos casos”.

Pedro Antonio perdió a su madre hace seis años y su padre hace tres y aún los extraña. “Te juro que me hacen falta, los extraño, ahora imagínate lo que sienten esos niños sin una familia que los ame”.

Aunque aún pueden pasar más de seis meses para que Pedro Antonio pueda adoptar a su hijo, se siente afortunado de tenerlo a él, a su familia y a sus compañeros de trabajo, quienes lo han apoyado incondicionalmente.

Mientras llega el día en que puedan estar juntos, Pedro Antonio y Mario se ven un par de horas cada semana, tiempo suficiente para darse cuenta que han elegido correctamente. El tiempo no desgasta su relación, la fortalece.

¿Qué opinas sobre la adopción? ¿Conoces a alguien que haya hecho el tramite y ahora tenga una persona para llenarla de amor y cariño?

*Los nombres fueron cambiados por seguridad

Por Eliesheva Ramos / Ingimage

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