El cerebro está diseñado para ser feliz, ¿por qué la gente no lo es?

Abre tu navegador de Internet y busca “Bután”. ¿Qué resultados arrojó? Seguramente un enorme listado de contenidos, la mayoría relacionados con la felicidad.

Esa pequeña nación, enclavada en la cordillera del Himalaya, fue el primer país del mundo en cambiar la típica medición del Producto Interno Bruto (PIB) por la de Felicidad Nacional Bruta (FNB), un indicador que mide la calidad de vida en
términos holísticos y psicológicos, lo que los ha llevado a ser una de las naciones más felices del orbe.

Allí, los valores morales están por encima de los económicos. La monarquía que gobierna el país está convencida de que la economía está al servicio de las personas. Por ejemplo, si en Bután se construye una carretera es porque servirá para que sus habitantes lleguen más rápido a sus casas y disfruten de sus familias. En ese país la promoción de la felicidad es una obligación constitucional.

¿Te parece una locura? No lo es. De hecho, Bután es ejemplo de un movimiento que cobra cada vez más fuerza: dejar de centrarse en las emociones negativas para enfocarse en el estudio científico de las fortalezas y virtudes humanas, a fin de conseguir una vida feliz. Esto es la psicología positiva.

¿Qué es la felicidad?

¿A qué se refiere esta palabra? La definición varía según la época y la sociedad, por lo que existen muchos significados; nosotros tomaremos la de las neurociencias: la felicidad es un estado óptimo, tanto de actitud como de salud, estrechamente relacionado con el optimismo de una persona.

La felicidad es una fiesta en nuestra cabeza, explica Eduardo Calixto González, jefe del Departamento de Neurobiología del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz, en México. Ésta empieza en el sistema límbico, organizada por la dopamina: la hormona de la felicidad. Los invitados principales son la amígdala cerebral, el hipocampo, el giro del cíngulo y el área tegmental ventral.

La amígdala cerebral detona la emoción; el giro del cíngulo se encarga de la interpretación de las emociones; el hipocampo tiene a su cargo el aprendizaje y la memoria, y el área tegmental ventral está ampliamente implicada en el sistema de recompensa natural del cerebro, el cual actúa en numerosas adicciones.

El disfrute total de esta fiesta es posible gracias a la actividad disminuida de la corteza prefrontal, encargada del razonamiento, la inteligencia y la resolución de problemas. Si esa parte del cerebro siguiera al mando, no podríamos ser felices (ver infografía).

En ese estado, las emociones se amplifican tanto que permanecen en el cerebro por mucho tiempo, o para la toda la vida. “Por eso recuerdas vívidamente el nacimiento de tu hijo, tu primer beso o el día en que te compraste tu primer auto”, explica Calixto.

Fugaz o duradera

Para que la búsqueda de la felicidad no se convierta en una actividad que, paradójicamente, nos produzca infelicidad, debemos conocerla.

El ser humano está programado para ser feliz. El 70 por ciento de su cerebro ha sido diseñado para ello, pero el tiempo lo modifica. Mientras que un niño ríe unas 90 veces al día, un adulto sólo lo hace unas 30 en el mismo lapso. La razón de esto es que la producción del neurotransmisor responsable de la felicidad —la dopamina— disminuye con la edad.

A medida que envejecemos nos cuesta más trabajo ser felices, pero con el tiempo aprendemos que la felicidad es una elección. “Un anciano puede ser feliz por convicción, más que por un evento; a diferencia de un niño, que genera dopamina hasta cuando patea un balón”, explica Calixto González.

Existen dos tipos de felicidad: la fugaz, que se puede conseguir al comer chocolate, disfrutar una película, etc.; y la duradera, producto de vivir con un propósito.

La base de la felicidad es la conciencia de que tenemos un propósito en esta vida, asegura Héctor Escamilla, rector de Tecmilenio, en México, la primera universidad en el mundo que alberga un Instituto de la Felicidad.

Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, coincide con Escamilla: “[el sentido de propósito] es ese sentimiento de que eres parte de algo más grande que tú, de que eres necesario, de que hay algo mejor por lo cual trabajar”, dijo en un discurso pronunciado en la Universidad Harvard en mayo de 2017.

“El reto consiste en aumentar el nivel de felicidad duradera”, explica Martin E. P. Seligman, reconocido estudioso de la psique humana.

La máquina de experiencias

Imagina que puedes conectarte a una máquina de experiencias que estimula tu cerebro cada vez que lo deseas y te proporciona sentimientos positivos. ¿Te gustaría? La mayoría de las personas a las que Seligman les plantea esta posibilidad, rechazan la máquina. “No sólo deseamos sentimientos positivos, sino que queremos ganarnos el derecho a ellos”, dice Seligman, fundador de la psicología positiva.

La felicidad hedónica, que busca el placer propio, no genera bienestar, advierte Escamilla. Eduardo Calixto refuerza el punto con este ejemplo: “Un año después de que una persona ganó la lotería, se le preguntó si era más feliz, a lo cual ella respondió que sus niveles de felicidad no habían cambiado significativamente”.

La felicidad genuina va precedida de un esfuerzo que permite obtener un logro. Dicha teoría explica el hecho de que en países con condiciones socioeconómicas adversas, la población diga sentirse feliz. También revela por qué algunas personas de clase alta, con la vida resuelta, dedican buena parte de su tiempo al altruismo en sitios lejanos, peligrosos e insalubres.

¿Podemos incidir en la felicidad? Sí, y mucho, responde categórico el doctor en neurociencias Eduardo Calixto González. “Si te predispones para que pase, pasa, pues la felicidad es una de las emociones más contagiosas”.

David T. Lykken, un reconocido genetista, sugiere que los individuos pueden fortalecer intencionalmente su capacidad para experimentar y maximizar emociones positivas.

¿Cómo mejorar nuestra capacidad de ser felices? Trabajando en las fortalezas de carácter o rasgos que cada individuo presenta en situaciones distintas a través del tiempo. Poner en práctica alguna de ellas (honestidad, fe, optimismo, trabajo ético, etc.) produce emociones positivas auténticas.

Según Martin E. P. Seligman, “las emociones positivas obtenidas por actividades ajenas al carácter provocan desolación, falta de autenticidad e incluso depresión”.

¿Vale la pena luchar por la felicidad?

¡Por supuesto! La ciencia ha demostrado que las emociones positivas incrementan la salud y el bienestar y favorecen el crecimiento personal, porque brindan sentimientos de satisfacción con la propia vida, esperanza y optimismo en general.

La risa, la felicidad y el buen humor no sólo mantienen, sino que recuperan la buena salud, alargan la vida, desarrollan la capacidad inmunitaria, mejoran la recuperación vascular y el manejo adecuado del estrés y la adversidad, explican Francoise Contreras y Gustavo Esguerra en el artículo Psicología positiva: una nueva perspectiva en psicología, publicado en la revista Diversitas: Perspectivas en Psicología, en 2006.

El estado emocional positivo protege de los estragos del envejecimiento; además, promueve el éxito y el desarrollo de empresas y países. No por nada, en 2007 Bután fue la segunda economía de más rápido crecimiento en el mundo.

Siguiendo el ejemplo del Reino de Bután

La felicidad es un área de interés no sólo para personas y compañías, sino también para países enteros.

La experiencia de Bután ha dado tan buenos resultados que en los Emiratos Árabes Unidos se creó un Ministerio de la Felicidad, para convertir la búsqueda del bienestar y la felicidad en políticas de estado.

Bután da una gran lección: vivir la felicidad como un fenómeno colectivo con implicaciones espirituales, materiales, físicas y sociales es la clave para una buena vida. Este país ha comenzado; ahora sigamos su ejemplo.

Juan Carlos Ramirez

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