El chico que planta árboles
Felix Finkbeiner era un niño de nueve años cuando plantó su primer árbol. Felix Finkbeiner es un resuelto activista alemán de 17 años que tiene un objetivo muy claro: contribuir a salvar el planeta...
Felix Finkbeiner era un niño de nueve años cuando plantó su primer árbol.
Felix Finkbeiner es un resuelto activista alemán de 17 años que tiene un objetivo muy claro: contribuir a salvar el planeta plantando miles de millones de árboles. Su tenaz labor ya está rindiendo frutos.
La sala de sesiones de la junta directiva de Volkswagen en Wolfsburg no es un lugar para los pusilánimes. Es allí donde los altos ejecutivos de la empresa toman decisiones que representan miles de millones de euros y determinan el destino de cientos de miles de empleados en todo el mundo. Es un sitio habitado por hombres ataviados con saco y corbata. Pero un día de junio de 2013, un chico de 15 años que viste con camiseta y pantalón de mezclilla se para frente al grupo de directores y tiene el aplomo para empezar a hacer reclamos.
—Ustedes saben mejor que nadie que sus autos y los de otros fabricantes usan demasiada gasolina —les dice Felix Finkbeiner—. ¿Qué sentido tiene eso? La sostenibilidad no es un lujo opcional, sino un derecho de los niños y los jóvenes. ¿Tienen algún plan para hacer que las cosas mejoren? ¡Yo sí tengo uno!
El muchacho sigue hablando, y de repente pide que Volkswagen done 1,000 millones de árboles. Mira a los ojos a cada uno de los directores, pero ninguno de ellos parece dispuesto a discutir con él.
Felix tiene plena conciencia de lo persuasivo que puede ser con los adultos, y se sabe de memoria todos los datos y cifras clave sobre el cambio climático y sus repercusiones. Los árboles absorben el dióxido de carbono (CO2) del aire, liberan oxígeno y almacenan el carbono; en otras palabras, son justo lo que necesita con urgencia el medio ambiente, tan maltratado por la humanidad.
La esperanza de los niños y los jóvenes afiliados a Plant-for-the-Planet, la iniciativa ecologista cofundada por Felix, es que se plante un billón de árboles en todo el mundo antes de 2020; o sea, unos 150 por cada habitante del planeta. “En la Tierra hay espacio de sobra para todos esos árboles sin necesidad de invadir los campos de cultivo ni los lugares donde la gente vive”, dice Felix, “y en conjunto absorberían la cuarte parte de las emisiones mundiales de CO2”.
Desde 2011, cuando Plant-for-the-Planet empezó a hacerse cargo de la Campaña de los Mil Millones de Árboles del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, se han plantado cientos de millones de retoños de árbol en todo el mundo. Están limpiando el aire y protegiendo el suelo. Y, para que no se nos olvide, Felix tiene apenas 17 años.
El árbol número uno, con el que empezó todo, está plantado en la entrada de la escuela de Felix, en Baviera, y hoy día mide más de tres metros de altura. El chico tenía nueve años de edad cuando le dejaron como tarea escribir un texto sobre el cambio climático y leerlo frente a la clase. En Internet encontró un artículo sobre la keniana Wangari Maathai, ganadora del Nobel de la Paz, quien ayudó a plantar 30 millones de árboles en África a lo largo de 30 años.
“Se me ocurrió que mis compañeros de grupo y yo podíamos hacer algo parecido”, cuenta Felix, “así que plantamos un árbol”. Los padres de los niños aportaron el dinero. Causó tal impacto entre los demás alumnos y los maestros, que también ellos empezaron a plantar árboles.
Los periódicos y la radio locales pronto destacaron su labor, y los niños de otras escuelas empezaron a seguir su ejemplo. Felix y ellos crearon un sitio web y fundaron la iniciativa Plant-for-the-Planet con el propósito de sumar esfuerzos con niños de todo el mundo y plantar un millón de árboles en cada país de la Tierra. Así comenzó un movimiento masivo de plantación de árboles.
El don de Felix para convencer con palabras y transmitir su entusiasmo a otros lo llevó a hacer varios viajes alrededor del mundo. Además de asistir a cumbres sobre el cambio climático global y pronunciar discursos, también fundó algunas “academias”: eventos formales donde niños y adolescentes se reúnen para ponerse al día sobre cuestiones de protección climática.
Cuando felix acababa de cumplir 13 años, pronunció un discurso de su autoría ante la asamblea de la ONU en la Ciudad de Nueva York. “Los niños ya no confiamos en lo que ustedes dicen. Están destruyendo nuestro futuro”, señaló. “Pero no olviden esto: un mosquito no puede hacer nada contra un rinoceronte, pero mil mosquitos pueden hacer que un rinoceronte cambie de rumbo. ¡Dejen de hablar y empiecen a plantar!”
Felix se reunió posteriormente con algunos ganadores del Nobel de la Paz, entre ellos Kofi Annan y Al Gore, mientras la prensa de todo el mundo lo presentaba como una superestrella del medio ambiente. Ha recibido elogios por parte del príncipe Alberto II de Mónaco, a quien el chico conoció en una conferencia sobre acción climática en la ciudad de Durban, Sudáfrica. “Felix es un joven extraordinario. Lo admiro profundamente”, dijo el príncipe. “Miles de jóvenes de todo el planeta han seguido su iniciativa, y su esfuerzo ha suscitado una auténtica oleada de apoyo. Ver que una nueva generación lucha por el desarrollo sostenible es una gran esperanza para el futuro”.
En la actualidad más de 120,000 niños y jóvenes de todo el orbe apoyan activamente a Plant-for-the-Planet, y de ellos, 30,000 han sido adiestrados como Embajadores por la Justicia Climática para transmitir sus conocimientos a otros miembros. Hay embajadores en un gran número de países, entre ellos Canadá, Malasia, México, Costa de Marfil, España, Polonia y Austria. Hace tres años se establecieron los Consejos Mundiales Infantil y Juvenil, los cuales se renuevan anualmente a través de una votación en línea en la que participan los afiliados de todo el mundo. El derecho a voto para elegir los consejos está restringido a los menores de 22 años.
Giovanni Atzeni, un chico de 14 años de Sassari, Italia, es presidente del Consejo Infantil actual. “La primera vez que supe acerca de Felix y Plant-for-the-Planet fue cuando leí un artículo de periódico en el que se decía que había plantado su primer millón de árboles”, cuenta. “Su ejemplo me hizo comprender que los niños tenemos poder, de que realmente podemos hacer algo contra el cambio climático”.
Giovanni decidió unirse a Plant-for-the-Planet, y en 2014 conoció a Felix Finkbeiner en la reunión anual de la iniciativa en Possenhofen, Alemania. “Fue muy emocionante”, afirma. “Durante los debates, Felix siempre hacía propuestas que nos inspiraban a todos. A pesar de haber conocido a muchas personalidades importantes y de haber hecho cosas impresionantes, es un chico muy normal y divertido”.
Hoy día los consejos toman decisiones en nombre de la organización y establecen las prioridades del movimiento. Los sueldos de los 17 empleados de tiempo completo de Plant-for-the-Planet que coordinan las actividades se pagan en su totalidad mediante donativos.
Al recordar los humildes orígenes de Plant-for-the-Planet, Felix apenas puede creer que de su idea haya surgido un movimiento tan grande. “Pero cuando un niño le dice algo a un adulto, tiene en él un impacto muy distinto de cuando se lo dice otro adulto”, señala. “A los mayores no les queda más remedio que escucharte y tomar tus peticiones en serio”.
Felix cuenta con el apoyo de su padre, Frithjof Finkbeiner, quien decidió dedicar menos tiempo al negocio inmobiliario de la familia para trabajar como voluntario en organizaciones que promueven la justicia. “En lo referente al cambio climático, los niños ejercen una presión mucho más fuerte que nosotros los adultos”, dice. “En verdad es asombroso”.
Los Finkbeiner (Felix tiene dos hermanas) viven en lo que antaño era el edificio de la estación de trenes de Uffing, un pequeño pueblo situado cerca del lago Staffelsee, en Baviera. Felix está cursando el último grado en la Escuela Internacional de Múnich y ya está planeando su futuro. “El mundo afronta actualmente dos crisis graves: la del clima y la de la justicia”, dice con el tono solemne de un político, si no fuera porque está saboreando un chocolate mientras habla. “Mil millones de personas tienen que sobrevivir con un dólar al día, y 30,000 seres humanos mueren de hambre cada 24 horas. Ambas crisis están estrechamente relacionadas, porque los habitantes de los países más pobres, los que menos han contribuido al cambio climático, van a ser los que sufran más las consecuencias”.
Felix cree que muchas personas que luchan día tras día por sobrevivir no tienen otra opción que despejar un trozo de bosque —por ejemplo— a fin de cultivar alimentos para su familia, y usan como combustible la madera de los árboles que talan.
Tras una pausa, Felix corta otro trozo de chocolate. Se come una barra entera casi todos los días. En este momento está paladeando una de Die Gute Schokolade, la marca de chocolate propia de Plant-for-the-Planet. Por cada cinco barras que venden, los chicos compran un retoño de árbol. Hasta la fecha ya han volado de sus anaqueles unos 4 millones de chocolates. “No se podrá resolver el problema del clima mientras persista el problema de la justicia, y viceversa”, dice Felix.
Uno de los motivos por los que quiere ir a Estados Unidos a estudiar la universidad es porque allí también puede buscar apoyo para su causa. “Muchísimos estadounidenses creen que siempre ha habido periodos de clima extremo y cambios climáticos a lo largo de la historia de la Tierra”, señala. “Tienen derecho a pensar de esa manera, pero eso no significa por fuerza que tengan razón.
”Alrededor del 97 por ciento de los estudios sobre el cambio climático realizados en todo el mundo concluyen que el cambio está ocurriendo y que es consecuencia de las acciones humanas. Sólo el tres por ciento indica que no es cierto”.
De nosotros depende creer al 97 por ciento o al tres. Si nos inclinamos por la mayoría y seguimos los consejos de los investigadores —opina Félix—, no habremos perdido nada si al final resulta que no tenían razón. Pero si decidimos ponernos del lado del tres por ciento de escépticos climáticos y a la larga descubrimos que estaban equivocados, entonces será demasiado tarde para evitar el desastre.
Como persona joven que es, Felix considera que no deberíamos correr un riesgo tan grande.
De buena gana seguiría hablando, pero ya es la hora del almuerzo y en el menú del restaurante hay natillas y flanes, sus postres favoritos.