Lorraine y Ed Warren viajan al norte de Londres para ayudar a una madre soltera que cría a cuatro hijos sola en una casa plagada de espíritus maliciosos.
James Wan es clave para entender el horror moderno estadounidense. Fue director y cocreador de la original Saw: Juego macabro, película que desató la fiebre del llamado torture porn, y también estuvo detrás de El títere, La noche del demonio 1 y 2 y El conjuro, cintas con las que exploró la vertiente sobrenatural del género.
En adición, con El conjuro demostró que al horror venido de grandes estudios hollywoodenses aún puede otorgársele credibilidad, en razón de resultados quizá no novedosos pero sí eficaces. La película se convirtió en el taquillazo inesperado de 2013 y era natural que tarde o temprano llegara la secuela.
El conjuro 2, tal como su predecesora, está basada en una investigación de los verdaderos Ed y Lorraine Warren (interpretados por Patrick Wilson y Vera Farmiga), en este caso el poltergeist de Einfeld, en la que una mujer y sus hijas fueron atacadas por una entidad paranormal.
La primera entrega destacó no por presumir un enfoque innovador o proponer un estilo que habría de romper esquemas narrativos, sino por allegarse de recursos ya conocidos –inclusive desgastados- y utilizarlos inteligentemente para que el producto final se sintiera fresco.
Esta secuela no toma movimientos arriesgados y decide permanecer en una posición virtualmente idéntica, pero al hacerlo se queda sin propuesta real y aquello que sorprendió en la película original aquí termina por percibirse comodino.
Tampoco ayuda que, tratándose de una cinta de horror de premisa concreta y directa, supere la marca de las dos horas de duración. Los trabajos en esta vena oscilan por excelencia entre los 90 y 100 minutos, pero aquí pareciera que Wan asumió tenía entre manos la épica que redefiniría el género y decide prolongar las exposiciones en pantalla cuando realmente no hay trasfondos en los cuales indagar.
La estructura del filme está dividida en las dos familias, los Warren y los Hodgson. A cada una brinda atención que a ratos se siente innecesariamente excesiva y lenta y para cuando por fin ambas se encuentran, el interés en el evento paranormal y posterior enfrentamiento ya se ha diluido.
De ahí en lo sucesivo la cinta opta por “sustos” en cantidades que triplican aquellos de la primera parte, ahora sin sutilezas de por medio y cayendo en obviedades de fórmula.
El Conjuro 2 queda muy por debajo de su antecesora, pero a su favor tiene un eficaz último acto y secuencias que confirman a Wan como un director de alto poder visual. Ahora solo le hace falta recobrar un poco de ímpetu propositivo y voltear a ver trabajos que están redefiniendo el horror norteamericano, como La bruja.
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