Hosco y suspicaz, un veterano búfalo del Cabo pace en la sabana bordeada de árboles del sur de África. Derrotado en una lucha de apareamiento, se unió a un rebaño de solteros, donde re asume su masticación rumiante.
Febrero y marzo son la cúspide de la época de celo de los búfalos, en la que los machos golpean sus durísimas cabezas contra contendientes de cabezas igualmente duras. Todos ellos ávidos de ganar el derecho de aparearse con un grupo de hembras.
En la confrontación, el macho veterano y su rival (ambos pesan hasta media tonelada y miden 1.5 m hasta los hombros) se embisten de frente, provocando colosales choques con sus pesadas cornamentas, que los protegen como si fueran cascos.
Mientras tanto, las hembras prosiguen su recorrido diario, masticando y rumiando pasto, en una interminable lucha para nutrir sus enormes cuerpos.
Necesitan beber diariamente y no pueden alejarse del agua. Si hace demasiado calor, pasan el día durmiendo a la sombra y salen a comer de noche.
Las hembras se embarazan durante 11 meses. Muchas dan a luz en enero, cuando las lluvias hacen reverdecer los áridos llanos. La abundante comida permite que las hembras se nutran bien y tengan suficiente leche para las crías.
A pesar de su tamaño pesan hasta 38 kg, diez veces más que un bebé humano las crías son vulnerables a depredadores como los leones. Sus madres buscan seguridad haciéndose numerosas. Reunidas en rebaños de hasta 2000 provocan una impresión robusta e intimidante.
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