Perdió brazos y piernas, pero encontró vida y un reto inspirador
He aquí la historia de un hombre excepcional, Philippe Croizon, quien a los 26 años perdió la parte inferior de los brazos y ambas piernas.
He aquí la historia de un hombre excepcional, Philippe Croizon, quien a los 26 años perdió la parte inferior de los brazos y ambas piernas, y que por su gran coraje y obstinación se convirtió en un atleta. Hace dos años nadó 34 kilómetros para cruzar el Canal de la Mancha, una proeza lograda sólo por otras 900 personas en los últimos 136 años, y nunca antes por una persona sin extremidades.
Croizon dice que no era “especialmente deportista” antes de su accidente, en 1994. Hoy, a sus 43 años, usa unas aletas extralargas sujetas a los muñones de las piernas para avanzar en el agua, y lo que le queda de brazos para obtener estabilidad.
Ésta es también la extraordinaria historia de amistad entre Croizon y otro gran nadador francés, Arnaud Chassery. Se conocieron poco antes de que Philippe hiciera el arduo recorrido a través del Canal de la Mancha. Se hicieron amigos y decidieron intentar juntos algo que ha sido logrado solamente por otro deportista.
Su plan es atravesar a nado cuatro estrechos entre cinco continentes en tan sólo cuatro meses. Una de las etapas de esta empresa aparentemente descabellada es nadar a través del helado estrecho de Bering, entre Alaska y Rusia, y otra, cruzar el golfo de Aqaba, entre Asia y África, un mar infestado de tiburones.
“Es un gran reto deportivo, y también será un viaje de exploración y aventura”, señala Croizon. “Pero no se trata solamente de un par de amigos divirtiéndose. Haremos una campaña para fomentar un cambio de actitud hacia la discapacidad, sobre todo en países en vías de desarrollo. Diremos que todo tipo de discriminación está mal, ya sea sexual, religiosa, por raza o por discapacidad física. Cualquiera puede ver la diferencia entre Arnaud y yo, pero, al final, no importa. Somos buenos amigos y podemos lograr las mismas cosas”.
El joven trabajador de la industria siderúrgica Philippe Croizon “murió” el 5 de marzo de 1994. Había subido al techo de su casa en Châtellerault, en el centro de Francia, a arreglar la antena de televisión.
Estaba parado sobre una escalera de metal, y al mover la antena rozó con ella un cable de alta tensión. La primera descarga, de 20,000 voltios, recorrió todo su cuerpo y le detuvo el corazón. Dos descargas más le devolvieron la vida, pero lo dejaron adherido a la escalera y con quemaduras graves.
En el transcurso de los meses siguientes tuvieron que amputarle las piernas y la parte inferior de los brazos. “Pasé por todas las etapas habituales: negación, tristeza, ira y aceptación”, recuerda.
“Lo que los psicólogos no te dicen es que esas etapas pueden repetirse y presentarse en distinto orden. Regresan una y otra vez. Incluso ahora, cuando estoy solo, a veces voy al bosque en mi silla de ruedas y lanzo gritos de autocompasión y rabia… Me hace mucho bien”.
Philippe decidió abrazarse a la vida por el bien de sus hijos, aunque más adelante cayó en una nueva depresión: su esposa, Muriel, lo abandonó en 2001. En dos ocasiones Croizon intentó suicidarse.
A lo largo de 13 años después del accidente, Philippe expresó muchas veces su deseo de aprender a nadar. En agosto de 1994, mientras se encontraba en un cuarto del hospital, vio por televisión el triunfo de Marion Hans, una nadadora adolescente que había cruzado el Canal de la Mancha. Croizon juró que él haría lo mismo, pero no fue hasta 2008 cuando finalmente se lanzó al agua.
Dedicó dos años a entrenar 35 horas a la semana, y cuando se sintió con la fuerza suficiente, decidió acometer el reto. Nueve de cada 10 personas que intentan cruzar a nado el Canal de la Mancha fracasan. Pero Philippe sí lo logró. El 18 de septiembre de 2010, nadó desde Folkestone, Inglaterra, hasta el cabo Gris Nez, Francia, en 13 horas y 23 minutos.
“Convertirte en un nadador de ese nivel, seas discapacitado o no, te hace experimentar las mismas etapas por las que pasan quienes han sufrido un accidente como el que tuve yo: negación, ira, aceptación y finalmente alegría”, afirma. “Mientras nadaba, hubo momentos en que pensé que no podía seguir adelante, pero pensé también que no podía parar. Cuando finalmente toqué tierra en Francia, mi felicidad era casi dolorosa”.