Categorías: Humor

Gajes del oficio: El piso interior del autobus

El piso inferior del autobus

El piso inferior del autobús de dos niveles en el que viajaba yo estaba atestado, y la mujer mayor que se sentó junto a mí había batallado mucho para subir al segundo piso cargando con dos enormes bolsas llenas de compras. Cuando el conductor terminó de recoger los boletos, caminó hasta donde estaba la mujer y le dijo:

—Indíqueme dónde bajará, señora, y yo le ayudaré con las bolsas.

El conductor cumplió su palabra. Al llegar a la parada que la mujer le indicó, subió, cargó con las bolsas y se las entregó en la acera.

—Lo felicito, señor, ¡es usted todo un caballero! —le dije al conductor cuando bajé del autobús.

—No, ni lo piense —replicó—. Esa mujer mayor es mi suegra.

John Taylor, Reino Unido

Cierta vez mi hermana se sentía mal, así que tomó el termómetro del botiquín y se lo metió en la boca.

—¡No, Julie, ése es el termómetro del perro! —exclamó mi madre.

Mi hermana escupió inmediatamente el instrumento.

—¡Qué asco! Entonces, ¿metiste esa cosa en el hocico del perro?

Mi mamá titubeó unos instantes antes de responder:

—Bueno, no precisamente…

Janet Gallo, Estados Unidos

Llené una solicitud para ampliar la cobertura de mi seguro de vida, y por descuido anoté que medía 17.2 metros de estatura en vez de 1.72 metros. A los pocos días recibí la respuesta por parte de la aseguradora, pidiéndome confirmar miestatura, ya que —advirtieron— “ese incremento podría repercutir adversamente en el monto de la prima”.

Keith Stevens, Reino Unido

Mi abuelo recibió una carta de una empresa en la que lo invitaban a participar en un concurso con el que podría ganar un coche nuevo. Con evidente intención motivadora, al final escribieron: “Imagine la cara de sorpresa de sus vecinos cuando lo vean llegar a casa conduciendo ¡su flamante auto último modelo!”

Como respuesta, mi madre le escribió a la empresa que ver eso sería una sorpresa mayúscula para los vecinos y para toda la familia, pues el abuelo jamás aprendió a conducir y, tristemente, había fallecido seis meses antes.

Ann Wilson, Reino Unido

Había llevado yo a mi madre a numerosas citas médicas al hospital. En una de esas ocasiones, mientras aguardábamos en la sala de espera, mamá se volvió hacia mí y me tomó cariñosamente del brazo.

—¿Sabes? —me dijo—. Siempre he sentido mucha pena por las mujeres que no tienen hijas.

—¡Ay, mamá! —exclamé desconcertada—. ¿Y se lo dices a una mujer que tiene tres hijos varones?

Skye Flynn, Canadá

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