Por los fastuosos pisos ingleses de un inmueble de casi 1,600 metros cuadrados, caminó la crema y nata de la intelectualidad mexicana del siglo XIX. En sus habitaciones, que el sol baña de manera profusa, un excéntrico arquitecto ideó obras relevantes como el Teatro Juárez de Guanajuato, el Salón de los Embajadores del Palacio Nacional y la Columna de la Independencia —conocida coloquialmente como “el Ángel”—, una escultura dorada que se ha convertido en el símbolo de la Ciudad de México.
Pero en esa casona no solo vieron la luz proyectos arquitectónicos que han llenado de fama y orgullo a México, ahí también empezó la vida de una importante mecenas mexicana. “Una de las mujeres más inteligentes que he conocido”, dijo de ella Federico García Lorca, su gran amigo. Su nombre fue María Antonieta Valeria Rivas Mercado, una mente brillante que se suicidaría a los 30 años en la catedral de Notre Dame, en París.
Tenochtitlán —la gran capital del imperio azteca— se dividía en cuatro barrios o tlaxilacaltin. Uno de ellos era un vergel donde floreaban violetas y magnolias, y crecían magueyes y naranjos. Se llamaba Cuepopan, hoy la colonia Guerrero.
Esa zona agrícola fue fraccionada y vendida a unos cuantos intermediarios. Los nuevos dueños edificaron vecindarios para arrendarlos a las clases populares. Pese a su humilde origen, tiempo después la Guerrero sería hogar de clanes de abolengo, como el Casasús y el Rivas Mercado.
Juan Antonio Cesáreo Rivas Mercado nació el 25 de febrero de 1853 en el seno de una familia de alcurnia. A muy corta edad fue enviado a Europa a estudiar la primaria en el colegio católico inglés Stonyhurst; la secundaria en el Liceo de Burdeos; arquitectura en la École des Beaux-Arts, de París, e ingeniería en La Sorbona.
Antonio se convirtió en un hombre corpulento: medía casi 2 metros y su peso rondaba los 100 kilos. Cuentan que, mientras caminaba con sus amigos por las calles de París, se topó con un gitano que tenía un oso amarrado; el hombre ofrecía dinero a quien dominara al animal por un minuto. Rivas Mercado, azuzado por sus compañeros, aceptó el reto y lo venció. Desde entonces lo llamaron el Oso.
Porfirio Díaz ostentaba el poder cuando Antonio regresó a su patria. Poco a poco este oriundo de Tepic, Nayarit, se convertiría en protagonista indiscutible de la vida cultural porfiriana y adquiriría prestigio por las obras que realizó para la élite.
Antes de cumplir 40 años, Antonio Rivas Mercado conoció a Matilde Castellanos Haff, con quien se casaría meses más tarde. De esa unión nacerían seis hijos, pero sería Antonieta quien despuntaría por su intelecto y muerte prematura.
Antonieta llegó al mundo en 1900. Un pasaje de A la sombra del ángel, novela de Kathryn S. Blair sobre la vida de la hija de los Rivas Mercado, imagina el momento en que parieron a la pequeña. El médico dice que la criatura se adelantó dos o tres semanas. “Tal vez tenga prisa por llegar a este mundo”, aventura el galeno.
Como nació el 28 de abril, día de san Valerio, fue bautizada como María Antonieta Valeria; este último nombre sería su seudónimo y el apelativo que le daría José Vasconcelos, uno de los hombres a quien más amó.
Familias de escasos recursos que habitaban edificios coloniales, así como obreros y empleados ferrocarrileros de la cercana estación Buenavista, poblaron la Guerrero entre 1860 y 1890. Debido a la falta de agua potable, el proceso de urbanización fue lento; sin embargo, a finales del siglo XIX los predios de la zona experimentaron una plusvalía y miembros de la clase media alta y la burguesía adquirieron lotes a fin de construir sus mansiones.
Antonio Rivas Mercado no solo se convertiría en vecino de la clase obrera, sino que erigiría, sobre un terreno de 2,570 metros cuadrados, una de las mansiones más singulares de la Ciudad de México y, quizá, del país.
Esa casa excéntrica, explica a Selecciones Ana Lilia Cepeda, presidenta del patronato de la Fundación Conmemoraciones 2010 A. C., sirvió de despacho del arquitecto y morada de la familia Rivas Mercado, así que cuando uno la visita obtiene un par de lecturas: por un lado, la joya arquitectónica creada por un personaje célebre de la época porfiriana y, por el otro, el hogar de la malograda Antonieta, quien llegó a convertirse en el centro del movimiento artístico e intelectual de principios del siglo XX.
La personalidad única del inmueble destaca desde que uno se para frente a él. A diferencia de las grandes construcciones virreinales, alineadas a la calle, la casa Rivas Mercado presenta una rotación de 45 grados y, quizá en busca de privacidad, lo primero que encontraba el visitante era un jardín estilo inglés, apunta Francisco Ibarlucea Bozal, anfitrión y guía del recinto.
Los viajes de Antonio por el mundo le forjaron el gusto ecléctico que plasmó en su obra: elementos clásicos y art nouveau, arquitectura vernácula mexicana, detalles moriscos. Ensalada de estilos, dirían algunos, que requirió diversos materiales.
El ladrillo —muy en boga a finales del siglo XIX— era transportado desde la ladrillera de la Ciudad de México, emplazada en lo que hoy se conoce como el parque Hundido, aunque en realidad se llama Luis Gonzaga Urbina. Antonio también echó mano del tezontle, así como de nueve tipos de cantera, entre ellas una verde traída de Oaxaca y algunas más del cerro del Tenayo, ubicado en Tlalnepantla, al norte de la ciudad.
La luz solar baña a la casona gracias a la orientación y al uso de vitroblocks; en las bisagras, bellas figuras fueron cinceladas; una bay window (o ventana mirador) embellece la casa de dos niveles con techos inclinados, y una galería abierta permite el acceso por el centro.
El proyectista formado en París ideó la Victoria Alada de la Columna de la Independencia en la segunda planta; las paredes fueron testigos del matrimonio de Antonio y Matilde, y, más tarde, del nacimiento de sus hijos, de la boda de Antonieta, así como de la muerte del patriarca, suceso que propiciaría rencillas familiares. Estas llevaron a la venta de la propiedad en 1936.
Los nuevos dueños, la familia Sosa, construyeron un inmueble de cuatro pisos junto a la casa Rivas Mercado destinado a albergar al Instituto Washington. Lo que había sido un espacio en el que germinaban las artes pasó a ser el internado de la escuela.
El peso de la nueva construcción, aunado a fugas de agua y obras de drenaje del metro capitalino, afectaron la residencia. El terremoto de 1985 dañó tanto la estructura que el colegio tuvo que cerrar. Así inició la debacle del lugar.
Pero un miembro de la familia Rivas Mercado alzaría la voz. Kathryn S. Blair, esposa del único hijo de Antonieta, buscó a Ana Lilia Cepeda, quien ha dedicado buena parte de su vida a la restauración, con objeto de pedirle ayuda ante el riesgo de derrumbe del edificio. La mansión estaba en ruinas.
El reto de devolverle el esplendor al lar de Antonieta recayó en la entonces recién establecida Fundación Conmemoraciones 2010 A. C., encabezada por Cepeda. Tras un arduo trabajo y una suma de voluntades, el gobierno de la Ciudad de México adquirió la vivienda, que quedó protegida por el Instituto Nacional de Bellas Artes y por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Tras más de dos décadas de abandono, ese ícono de la arquitectura ecléctica perdió su fulgor. Francisco Ibarlucea cuenta que el predio estaba invadido poco antes de la rehabilitación. Según Elizabet del Castillo, vecina de la Guerrero, familias mazahuas habían creado un asentamiento irregular.
Una de las partes más dañadas era el sótano. “Estaba inundado, había perros muertos y materia en descomposición”, relata el cronista. Era tanto el deterioro que los travesaños colapsaron.
Gabriel Mérigo, reconocido arquitecto mexicano, es la mente maestra detrás de la recuperación del frontón México, el castillo de Chapultepec, el Museo del Chopo y la sede de la Secretaría de Salud. Gracias al respaldo de su amplia trayectoria, se le confió el proyecto de regresarle la vitalidad a la casa, trabajo que realizó de forma tan minuciosa que le tomaría una década concluirlo.
“Las restauraciones van quitando velos, permiten hallazgos. Cuando se realizó el levantamiento para iniciar las labores, descubrimos que tenía pisos únicos en México”, cuenta Cepeda.
Los niños Rivas Mercado corrieron sobre tres superficies diferentes: una de parqué, otra de baldosas de cristal y, quizá la más impresionante, una que asemeja tapetes, realizada con la antigua técnica de mosaico encáustico. “Ese suelo está integrado por 50,000 piezas con casi una centena de diseños distintos; fueron colocadas a hueso, es decir, sin pegamento”, revela la presidenta de la fundación.
El arquitecto Mérigo descubrió que Antonio Rivas Mercado pidió los mosaicos a una fábrica ubicada en Inglaterra. Esta ya no existe, pero los moldes de donde salieron fueron heredados a la prestigiosa empresa Craven Dunhill Jackfield, casa que ofrece sus servicios a sitios como el palacio de Westminster y el St. George’s Hall. La elaboración de los componentes tardó un año; su colocación, otro más.
No solo los pisos requirieron un trabajo arduo y minucioso, los techos también: fue necesario obtener permisos de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales con objeto de usar unos 60 encinos a fin de reponer decenas de vigas.
La restauración orquestada por Mérigo fue conservadora y muy rigurosa, pues solo recuperó los elementos que logró documentar. “Sabemos que hubo un observatorio al que un cañonazo alcanzó en la Decena Trágica; sin embargo, dado que no se halló evidencia de su aspecto, se omitió”, comenta Cepeda.
A lo largo de los casi 10 años de obras hubo momentos oscuros. El deterioro de la estructura era tan grave que el arquitecto Mérigo, al tratar de abrir una ventana, se cayó por un hoyo que se abrió en el suelo. También se enfrentaron a la falta de recursos: las actividades se suspendían por temporadas.
“La casa fue cerrada un año, así que conseguimos mantas con propaganda de campañas políticas para resguardar las ventanas y que no se echaran a perder los avances”, recuerda Cepeda, quien tiempo atrás se encargó de la revitalización del Centro Histórico como directora general del Fideicomiso del Centro Histórico de la Ciudad de México.
“La casa tuvo buena estrella”, asegura, pues recobró su personalidad única gracias a la solidaridad, el amor y la experiencia de infinidad de personas, empresas y organizaciones.
El resultado del esfuerzo fue tal que en 2017, en el marco de la Tercera Bienal de Arquitectura de la Ciudad de México, el Colegio de Arquitectos de la Ciudad de México, junto con la Sociedad de Arquitectos Mexicanos, le otorgaron la medalla de plata en la categoría de restauración de casas.
Ya con el esplendor de antaño, en mayo de 2017 abrió sus 97 puertas, ventanas y balcones como un espacio dedicado al arte y la cultura, tal y como le hubiera gustado a Antonieta Rivas Mercado, quien impulsó la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional y, junto a personajes de la talla de Xavier Villaurrutia y Salvador Novo, fundó el teatro Ulises, cuna de la dramaturgia moderna en México.
El salón principal (donde Antonieta fue bautizada y contrajo matrimonio) actualmente es un foro para 70 personas. Puestas en escena, lecturas dramatizadas y musicalizadas con piano y tertulias semanales con los vecinos de la colonia son algunas de las actividades que se llevan a cabo en este recinto. La recaudación de la taquilla, así como el dinero recabado por un patronato y las donaciones particulares, financian el mantenimiento de la majestuosa casona.
El próximo reto de la Fundación Conmemoraciones 2010 A. C. es la construcción de una caja negra (teatro de 360 grados) y de un museo de sitio que haga justicia a los intereses culturales de una familia que dejó huella en la vida pública mexicana.
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