Categorías: Humor

Así es la vida: Mi esposo y yo fuimos a una tienda de ropa

El tango de la vida

Tengo un amigo que da clases de tango, y hace poco aceptó a dos nuevos alumnos: una pareja de octogenarios que quedó fascinada desde la primera lección. Varias semanas después, uno de ellos le preguntó al instructor:

—¿Cree que vivamos el tiempo suficiente para aprender a bailar bien?

Mervyn Chivers, Reino Unido

Tras comprarse una blusa con estampado floral, mi madre la modeló para toda la familia, pues temía que la prenda la avejentara mucho. En esos días le estábamos enseñando a nuestro perro a reconocer a las personas por su nombre, y cuando le ordenamos que buscara a la abuela, fue derecho adonde estaba mi mamá. Al día siguiente, la blusa volvió a la tienda.

Karolina Xin, Canadá

Cierta vez que mi esposo y yo fuimos a una tienda de ropa, no lográbamos ponernos de acuerdo en qué chaleco comprarle a nuestra nieta. Después de un rato de discusión, decidí consultar a un empleado bastante joven. Le dije:

—Si usted quisiera comprarle un chaleco a su novia, ¿cuál escogería?

—¡Un chaleco antibalas! —exclamó el dependiente—.

Soy un hombre casado.

John Canuteson, Canadá

La primera novhe de nuestras vacaciones en autobús, mi esposo y yo aceptamos participar en un juego que el guía de turistas organizó para romper el hielo entre los viajeros. Él decía frases famosas de películas en voz alta, y nosotros teníamos que adivinar a cuál correspondía.

El juego iba bien, pero la gente tenía ciertas reservas para gritar las respuestas a voz en cuello. Por lo menos así fue hasta que el guía dijo:

—“Mujeres y niños primero”.

—¿Tiburón? —gritó uno de los pasajeros antes de que alguien más pudiera dar otra respuesta.

Todos los vacacionistas estallamos en carcajadas.

Margaret Reed, Reino Unido

Luego de padecer una larga enfermedad, acudí a un salón de belleza que abrieron cerca de mi casa, pues necesitaba mejorar mi apariencia.

Al entrar vi a una mujer con gesto hosco sentada en la recepción. Tenía la corpulencia de un luchador, y su cabello negro y corto lucía como si se lo hubiera arreglado ella misma sin siquiera mirarse al espejo.

Mientras la peluquera examinaba mi cabello, me preguntó qué tipo de corte me gustaría.

Con tono de complicidad, susurré:

—Definitivamente, ninguno que se parezca al de esa mujer de allá.

Mi broma me hizo soltar una carcajada, pero entonces se produjo un silencio sepulcral. Con el ceño fruncido, la estilista respondió:

—Esa mujer es mi mamá.

Maria Berndt, Reino Unido

Mientras hojeaba el periódico me topé con este anuncio clasificado: “Vendo lápida usada. Oportunidad de oro para una familia que se apellide Dingle”.

Allen Klein, Australia

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