La Organización Mundial de la Salud denuncia que al usar mal los antibióticos nos hacemos a nosotros mismos vulnerables a enfermedades que no tendrían por qué ser tan problemáticas.
“Sin antibióticos eficaces, y otros antimicrobianos, vamos a perder nuestra capacidad para tratar infecciones comunes como la neumonía”, ha subrayado Suzanne Hill, experta de OMS.
Algunos epidemiólogos advierten que, si no hacemos nada para remediarlo, esto podría matar a más gente que el cáncer.
La resistencia antibiótica es consecuencia del proceso evolutivo por selección natural. Únicamente sobreviven a los antibióticos las bacterias con una mutación natural capaz de anular el efecto del medicamento.
Es la misma lógica de la supervivencia de las especies: serán estas bacterias las que sobrevivan y pasen esa mutación o resistencia a sus descendientes, creando una suerte de generación resistente contra la que los antibióticos de los que disponemos pueden hacer poco o nada.
La resistencia a los antibióticos ocurre cuando las bacterias desarrollan mecanismos de resistencia, causando que enfermedades que podrían tratarse fácilmente con estos medicamentos, como la neumonía, la tuberculosis, las infecciones de transmisión alimentaria o la gonorrea, sean cada vez más difíciles o imposibles de tratar, provocando incluso la muerte.
Según un estudio publicado la semana pasada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la resistencia bacteriana podría causar 2,4 millones de muertes en los países hasta 2050 y costar 3,500 millones de dólares anuales a sus economías.
“Los hallazgos de este reporte confirman la necesidad de tomar medidas urgentes, como reforzar las políticas de uso sólo bajo prescripción, para reducir el consumo innecesario de antibióticos”, dijo Suzanne.
La resistencia de las bacterias puede ocurrir cuando las personas no toman su tratamiento completo o sólo tienen acceso a medicamentos de calidad inferior o falsificados, lo que ocurre en países de bajos ingresos.
La Organización Mundial de la Salud introdujo el año pasado un sistema de clasificación en el que señaló que las medicinas de la familia de la penicilina son las recomendadas como tratamientos de primera línea, y que otros fármacos, aquellos en la lista de “reserva”, eran terapias de último recurso y sólo debían usarse en casos absolutamente necesarios.
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