En busca de Babii Yar: primer monumento comunista
En 1941, los nazis asesinaron a más de 33,000 judíos en Babii Yar, en las afueras de Kiev.
Fue uno de los peores actos de genocidio de la Segunda Guerra Mundial, pero por décadas los relatos oficiales soviéticos oscurecieron los hechos acerca de quiénes lo perpetraron, quiénes fueron las víctimas y dónde tuvo lugar.
La estatua en la estación de tren subterráneo Dorohozhichi, en un suburbio de Kiev, es en muchos sentidos un monumento conmemorativo soviético típicamente grandioso. La composición, erigida en una hondonada cubierta de hierba justo al sur de la salida de la estación, consiste en una cantidad de figuras de tamaño mayor que el natural, sobre un pedestal de granito.
Entre ellas se destaca un hombre robusto y vigoroso que viste un largo abrigo. Él y una segunda figura, que podría ser un soldado o un marinero, parecen estar escudando a una angustiada multitud, algunos de cuyos miembros caen hacia adelante y hacia los costados.
Cerca de los dos hombres fuertes hay una mujer joven que contrasta con ellos, los brazos le cubren la cara como si estuviera dolorida o retrocediera ante algún horror. La inscripción rusa, escrita cuando el monumento fue construido en la década de 1970, dice: “Aquí, en 1941-1943, los invasores alemanes fascistas dispararon contra más de 100.000 prisioneros de guerra y ciudadanos de Kiev”. La inscripción es real, pero solo una parte de la verdad. De esos 100,000 ciudadanos de Kiev y otras partes, el 90% eran judíos.
Y aunque las ejecuciones en masa continuaron durante los dos años mencionados en la inscripción, un tercio de los judíos que murieron allí (o en las cercanías) fueron abatidos en el curso de dos días. Con mayor sutileza, el conjunto de figuras del monumento sugiere engañosamente que hubo alguna forma de resistencia a las masacres.
Pero cuando las primeras matanzas tuvieron lugar allí a fines de septiembre de 1941, nadie –ni heroicos civiles ni musculosos soldados– estaba cerca para tratar de proteger a las víctimas. En realidad, todo lo contrario. La triste verdad de lo que ocurrió en Babii Yar es la siguiente. El 28 de septiembre de 1941, solo días después de que las fuerzas alemanas ocuparon Kiev, se emitió una proclama por toda la ciudad, diciendo que todos los judíos debían acudir a ciertos puntos de reunión al día siguiente.
Se les ordenó llevar consigo ropa abrigada y dinero, y se les dijo que quienes no obedecieran serían muertos a tiros. Muchos hombres y mujeres judíos en buena condición física estaban con el ejército rojo en ese momento, ya sea en el frente o en retirada después de la matanza alemana, de manera que la mayoría de quienes se encontraban en la ciudad eran personas mayores que cuidaban de sus nietos.
Los puntos de reunión estaban todos cercanos a las vías del ferrocarril. Este hecho y el engañoso detalle sobre la ropa abrigada llevaron a algunos a creer, a pesar del ofensivo estilo de la proclama, que simplemente iban a ser deportados, a Alemania, tal vez, o Palestina. Esto parece ingenuo, pero nada sobre el tratamiento nazi a los judíos fue informado por la prensa soviética desde el pacto de no agresión, firmado dos años antes por nazis y soviéticos. Los alemanes esperaban que cuatro o cinco mil personas cumplieran con la orden; en realidad, se presentaron más de 30,000.
Algunos hasta llegaron temprano para asegurarse un buen asiento en el tren. Grupos de personas fueron separados de la multitud que aguardaba, y marcharon acompañados por guardias armados hasta la hondonada conocida como Babii Yar. Este profundo barranco había sido cercado con alambre de púas, y había cordones de centinelas a su alrededor. El cordón externo estaba formado por la policía ucraniana pro nazi; el interno se componía enteramente de soldados alemanes.
Una vez traspuesta la alambrada,
obligaban a cada grupo de judíos a dejar su equipaje y a desnudarse.
Luego los forzaban a pasar por filas de soldados que los golpeaban con cachiporras
y azuzaban perros contra ellos.
Al finalizar el torturante recorrido,
eran empujados a una estrecha saliente al borde del barranco.
Desde el otro extremo, hombres provistos de ametralladoras disparaban hacia la fila de personas, de manera que al ser abatidas caían al barranco. Este horripilante proceso fue repetido una y otra vez hasta que Babii Yar quedó rebosante de cuerpos.
Esparcieron tierra sobre cada capa de cadáveres, pero se dijo que el suelo se desplazó y se levantó durante una semana tras el fin de la matanza. Muchas más personas iban a morir en Babii Yar durante la ocupación alemana de Ucrania. Los nazis siguieron usando la hondonada como un sitio conveniente para matar al resto de los judíos de Kiev, así como a los comunistas declarados, gitanos y otros.
El campo de concentración de Syrets fue levantado cerca de allí. Y antes de retirarse de Kiev en 1943, los alemanes obligaron a los prisioneros a exhumar y quemar muchos cadáveres del barranco, aunque quedaron abundantes evidencias en el lugar. De manera que las autoridades soviéticas sabían lo que había pasado en Babii Yar incluso antes de que la guerra terminara. Pero ya en 1944 empezaron a restarle importancia a la proporción abrumadora de etnia judía entre las víctimas.
Un informe de la Comisión estatal para la investigación de las atrocidades nazis se refería a los muertos en Babii Yar como “pacíficos ciudadanos soviéticos” y no mencionaba que la mayoría habían sido judíos. Esto iba a ser una constante en los pronunciamientos soviéticos durante la mayor parte de las siguientes cuatro décadas.
Como resultado de estos escándalos literarios, las autoridades decidieron finalmente erigir un monumento en Babii Yar: la grandilocuente escultura de estilo socialista junto a la estación del tren subterráneo. Pero las verdades a medias y el ocultamiento persistieron hasta su inauguración en 1976.
Cuando las delegaciones extranjeras eran llevadas al sitio, la historia que contaba el guía oficial siempre hacía hincapié en los 100,000 muertos soviéticos, no en los 33,000 judíos acribillados allí en dos días.
En realidad, se ponía de relieve que las víctimas de Babii Yar “no eran únicamente judíos”. Y estaba estrictamente prohibido alejarse del sendero que rodeaba la estatua y pasar al área de nivel más bajo porque esta era considerada una tumba sagrada de guerra.
Quienes visitaban el monumento y habían leído a Yevtushenko o a Kuznetsov, quedaban a menudo perplejos al ver el sitio, que parecía demasiado pequeño para la enormidad del crimen cometido allí. No se parecía a la “escarpada pendiente” de la descripción que había hecho Kuznetsov del barranco, tan “profundo y ancho como la garganta de una montaña.
Las palabras gritadas de un lado de la hondonada apenas podían oírse del otro”. Si hubiera estado permitido, se podría haber atravesado ese espacio en segundos. La cruda verdad es que el monumento está a una distancia considerable de la hondonada.
La matanza no tuvo lugar ahí, sino cerca de un kilómetro y medio al norte, del lado más alejado de la estación. La versión oficial y la ubicación del monumento en esa insignificante depresión, lejos del lugar de los primeros disparos, convirtieron a Babii Yar en un sitio más pequeño, y por lo tanto, en una tragedia menor de lo que realmente era.
También quitaron a los asesinatos masivos su carácter de genocidio. Hoy, para encontrar Babii Yar, hay que girar hacia el otro lado al salir de la estación y dirigirse hacia un parque urbano. Pasando el pequeño monumento a los niños muertos en Babii Yar se llega a un alto candelabro judío de siete brazos, en el cual está grabada una fila interminable de personas sin rostro caminando pesadamente hacia su muerte.
Detrás de este monumento hay una profunda hendidura en la tierra, como una herida que no sana.
Un lugar en el cual, según Yevtushenko, “los árboles se yerguen como jueces amenazadores… donde todo es gritos silenciosos… y, descubriendo mi cabeza, siento que lentamente me vuelvo gris”. Ese sitio parecía muy pequeño para la enormidad del crimen.
Tomado del libro: “Grandes Secretos de la Historia”