En espera de un milagro

Diagnóstico: rabia. Probabilidades de sobrevivir: nulas. He aquí cómo esta niña hizo historia en el campo médico.

Una red de sinuosas carreteras lleva a las montañas y los bosques del norte de California. El pueblo de Willow Creek, de 2,000 habitantes, se encuentra allí, en el condado de Humboldt, y detrás de él se extiende un valle. En la parte baja de éste corre un río, y a 800 metros de distancia hay una solitaria casa de madera pintada de azul, con una cerca blanca. Cuatro perros salen de ella corriendo y dando furiosos ladridos. 

Una delgada niña de sedoso pelo oscuro y ojos radiantes corre detrás de ellos. “¡Déjenlos en paz! ¡Cállense! ¡Compórtense!”, les grita a los animales mientras nos abre la puerta.

Es Precious Reynolds. Ella, sus tres hermanos y un primo viven aquí con sus abuelos, Jack y Shirlee Roby. Jack, de 76 años, se ocupa de la casa, mientras que Shirlee, de 61, descendiente de nativos wiyot, gana dinero para la familia como trabajadora de caminos. Los padres de los niños están ausentes en su vida por una razón u otra. La pobreza de la familia salta a la vista en todos los rincones.

Fue en abril de 2011 cuan-do Precious, que tenía ocho años de edad, decidió echar una mirada de cerca a un gato cimarrón que corría por el patio de su escuela primaria, en Willow Creek. Cuando extendió la mano izquierda para acariciarlo, el gato le dio un mordisco rápido en el dedo medio. Aunque sangró un poco, no era más que un rasguño. Su maestra la envió a la oficina del director, donde la secretaria le puso una bandita adhesiva en el dedo.

 

Así es como comienzan todas las historias sobre casos de rabia: con un animal que muerde a alguien sin un motivo aparente, le saca sangre y le transmite una infección a través de la saliva que pronto se extenderá al resto del cuerpo. El virus de la rabia tiene forma de bala. Cada proyectil cilíndrico, constituido por glucoproteínas y lípidos, lleva una mortífera carga de material genético. A diferencia de la mayoría de los otros virus, no se propaga a través del torrente sanguíneo, sino que hace un recorrido a lo largo del sistema nervioso a un ritmo de entre 2 y 10 centímetros al día hasta que llega al cerebro. Una vez que se aloja allí, provoca una inflamación para la cual no hay cura.

Existe una vacuna para las personas infectadas con el virus, pero les espera una pesadilla de terror y agonía si no la reciben en el lapso de unos cuantos días después de la mordedura del animal. Cuando la muerte sobreviene, casi parece un alivio.

La pesadilla de Precious comenzó tres semanas después de su encuentro con el gato. Una noche, a la hora de acostarse, el nieto menor de Jack y Shirlee les dijo que la niña había vomitado. Al día siguiente aún se sentía enferma, así que Jack la llevó al médico; al sospechar que se trataba de apendicitis, el doctor les dijo que fueran pronto al hospital más cercano, un viaje de 40 minutos en auto. Al personal le pareció que era un acceso de gripe, así que Jack llevó a la niña de vuelta a casa.

Cuarenta y ocho horas después, a la mitad de la noche, Precious se levantó de la cama y fue a la habitación de sus abuelos, quejándose de fuertes dolores de cabeza, cuello y espalda. Jack la llevó nuevamente al hospital; allí le dieron analgésicos a la niña y la enviaron de regreso a casa.

Al atardecer del día siguiente, Precious ni siquiera podía mantener erguida la cabeza. “La tenía yo entre mis brazos y estaba muy débil y lánguida, como un muñeco de trapo”, cuenta Shirlee con un temblor de voz. Una sola gota de agua bastaba para hacerla toser, sentir náuseas y apartar el vaso con la mano, a pesar de estar terriblemente sedienta. La hidrofobia, o aversión al agua, es un síntoma característico de la rabia.

Alarmada, Shirlee subió a Precious a su maltrecha camioneta y la llevó una vez más al hospital.

—¡Esto no es ninguna gripe! —les dijo a los médicos, y exigió que revisaran de nuevo a su nieta.

Al examinar a la niña, los doctores se dieron cuenta de que estaba muy grave. La trasladaron en ambulancia al aeropuerto, y de allí a Sacramento en un vuelo de 320 kilómetros.

En la unidad de terapia intensiva del Hospital Infantil de la Universidad de California en Davis, un equipo de médicos especialistas comenzó a trabajar contra reloj a fin de determinar qué estaba matando lentamente a Precious. Entre las causas probables consideraron hepatitis B o C,mononucleosis, tifoidea, poliomielitis, enfermedad de Lyme y tifus, pero al final descartaron todas.

La doctora Jean Wiedeman, directora de enfermedades infecciosas de la unidad, consultó por vía telefónica a varios colegas expertos y revisó decenas de publicaciones especializadas. Después se comunicó con una médica experta de la principal dependencia sanitaria de Estados Unidos que trabajaba también como veterinaria. Fue ella quien consiguió resolver el misterio. Si era un caso de parálisis más hidrofobia en una localidad rural, ¡había que hacerle una prueba de rabia a la niña!

Cinco días después del ingreso de Precious a terapia intensiva, los médicos finalmente tenían un diagnóstico. En cuanto al tratamiento, lo único que ese hospital o cualquier otro podía ofrecerle era “cuidados paliativos”; es decir, una muerte sin sufrimiento.

 

Fue en el verano de 1885 cuando por fin se descubrió un medio para prevenir la rabia. El químico francés Louis Pasteur logró producir una vacuna secando tejido de médula espinal de un conejo infectado, la cual utilizó para salvar la vida de un niño de nueve años que acababa de ser mordido 14 veces por un perro rabioso. Esta intervención constituyó un avance trascendental de la ciencia de la microbiología. Desde entonces, sin embargo, se ha progresado poco en el tratamiento de la rabia.

Los médicos de Precious habían oído hablar de un tratamiento experimental de alto riesgo probado por primera vez en 2004 por el doctor Rodney Willoughby, un pediatra de Milwaukee, Wisconsin. Se lo aplicó a Jeanna Giese, una chica de 15 años que contrajo rabia tras haber recibido un leve rasguño de un murciélago portador del virus.

Era la primera vez que el doctor Willoughby atendía a un paciente con rabia. Sin consultar a ningún colega, tardó menos de un día en formular la hipótesis de que el sistema inmunitario de un ser humano sería perfectamente capaz de combatir el virus de la rabia si contara con el tiempo suficiente. Entonces decidió poner a Jeanna en coma inducido artificialmente para evitar que su sistema nervioso sufriera daños letales mientras las defensas naturales de su cuerpo luchaban contra el virus.

La idea funcionó. Al cabo de siete días Jeanna tenía una gran cantidad de anticuerpos en el torrente sanguíneo. Poco después Willoughby la sacó del coma, pero pasaron dos años antes de que la chica volviera a la normalidad. Desde entonces, el “Protocolo Milwaukee” se ha usado en 50 personas más. Cinco de ellas salvaron la vida, aunque casi todas sufrieron daños neurológicos.

 

Jack y Shirlee dieron su consentimiento para que se probara el Protocolo Milwaukee con Precious el día que recibió el diagnóstico de rabia. La niña fue puesta en estado de coma y conectada a un respirador para que se mantuviera con vida, aunque parecía más muerta que viva, apenas visible bajo una maraña de tubos y cables en su cama de hospital. Shirlee permanecía junto a su nieta durante el día, y William Reynolds, el padre de Precious, se quedaba con ella todas las noches.

El día 14 los médicos decidieron empezar a preparar a Shirlee para lo peor, pero ella no estaba dispuesta a resignarse y encaró a todo médico o enfermera que se atrevía a dudar de que su nieta se salvaría. “Si no puede usted mostrar una actitud positiva, no lo queremos aquí”, les decía. Shirlee llevó al hospital una bolsita medicinal indígena y se la puso a Precious alrededor del cuello.

A partir del día 16 el sistema inmunitario de la niña comenzó a luchar, y al cabo de 53 días de estancia en el hospital, Precious pudo salir a caminar al aire libre sin ayuda.

Precious es apenas la sexta persona en el mundo que ha sobrevivido a la rabia, y la que se ha recuperado más rápidamente. Shirlee jura que el milagro fue obra de la bolsita medicinal que le colgó a la niña.

En Willow Creek todo ha vuelto a la normalidad… bueno, casi todo. Precious regresó a la escuela, y en el verano de 2012 participó en un rodeo ovino y derribó un carnero en menos de un minuto. El resto de la familia y sus animales recibieron vacunas contra la rabia. Jack y Shirlee se marcharon del hospital con una deuda enorme; tan sólo el vuelo de emergencia costó unos 47,000 dólares. La compañía de seguros cubrió la mayor parte del tratamiento, y algunos gastos fueron cubiertos por el hospital y un puñado de donantes; aun así, Shirlee tuvo que pagar el resto en parcialidades trabajando horas extras.

Desde el porche de su casa, ella y su esposo observan a Precious dar un paseo por su propiedad en su ruidosa minimoto. Antes había muchos leñadores por aquí, dice Jack, así como granjas lecheras y piscícolas. Hoy no queda nada. No hay trabajo.

Precious ya tiene casi 12 años y desea vivir en una casa bonita con calefacción. Dice que nunca va a tomar drogas, que quiere ir a la universidad y ser enfermera o veterinaria. Con su espíritu guerrero, quizá lo logre. 

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