¿En verdad ocurrió la guerra de Troya?
Desde tiempos de Homero, la guerra de Troya forma parte de nuestra cultura; pero, ¿realmente ocurrió? Hace un siglo, Schliemann creyó demostrarlo.
Los poetas, dramaturgos, pintores y escultores jamás dudaron de su existencia; los romanos se mostraron orgullosos de sus orígenes troyanos, y la ciudad de Ilión supo obtener de ellos una sólida protección.
A partir del Renacimiento, tanto en Francia como en Inglaterra algunos eruditos intentaron, siguiendo el modelo proporcionado por la Eneida, de Virgilio, asignar orígenes troyanos a ciertas “antigüedades” nacionales.
En la atmósfera de la escuela positivista del siglo XIX, no resultaba disparatado seguir las huellas de Germánico, que honró a los manes de Héctor sobre su tumba, en Troya, en el año 18 d.C; y este émulo fue el alemán Schliemann.
Hasta la edad de 45 años, Heinrich Schliemann (1822-1890) recorrió el mundo y se enriqueció con el comercio del índigo. Después, apasionado por los problemas históricos, se empeñó en encontrar huellas de los episodios importantes de la historia antigua. Escudriñó desde Maratón hasta las Termópilas y buscó en Alejandría la tumba de Alejandro. Su notoriedad se debe especialmente a sus excavaciones en Micenas, Tirinto y Troya.
En este último lugar, llevó a cabo siete campañas de excavaciones de cuatro meses de duración cada una, en las cuales ocupó entre 100 y 150 obreros que trabajaban simultáneamente.
En Hissarlik, el sitio identificado con Troya, en la ribera asiática del estrecho de los Dardanelos, descubrió varias ciudades superpuestas, que numeró de la I a la IX. Cuando en Troya II descubrió un suntuoso conjunto de objetos de oro, el “tesoro de Príamo”, identificó ese nivel con la Troya de la Ilíada; pero, debido al parecido que tenía este material con el que se descubrió en Micenas, pronto tuvo que aceptar que la Troya homérica se ubicaba en Troya VI.
Así, se supo que ahí había existido una ciudad en la época micénica; pero ¿acaso fue el objetivo de una expedición de los aqueos de Agamenón? En adelante, el estudio de la guerra correspondería a los filólogos dedicados en cuerpo y alma a estudiar los 28.000 versos de la Ilíada y de la Odisea.
En la obra de Homero hay muchísimos elementos tomados de la realidad del segundo milenio.
La guerra de Troya se remonta a los albores del siglo XI antes de nuestra era.
Nombres de personajes y de divinidades, organización económica de las riquezas, escenas de guerra con espectadores, descripciones de objetos particulares –de los cuales algunos fueron encontrados (como los canastos con ruedecillas, cascos con colmillos de jabalí, copas con palomas, etc.)–, carros con yugo, detalles del acondicionamiento de las construcciones, etc., son algunas de las alusiones desconcertantes, aunque al mismo tiempo abundan las discordancias en el mismo ámbito; en términos generales, Homero no describe de manera coherente el mundo micénico.
Por otra parte, los “tiempos oscuros” de Grecia (siglos XI al VIII antes de nuestra era) cada vez se conocen un poco mejor gracias a la exploración arqueológica contemporánea. La conclusión se impone: el poeta extrajo los elementos de su cuadro directamente de la vida política, religiosa y militar de su tiempo, el siglo VIII a.C.
Es probable que en los tiempos micénicos haya existido una poesía épica que se transmitió oralmente, con deformaciones y adaptaciones, durante los siglos posteriores.
Con toda seguridad, los poemas homéricos se inspiraron en ellos, actualizando y homogeneizando las escenas pertenecientes al pasado; sin embargo, todas estas transformaciones dan como resultado que la guerra de Troya resulte intangible como hecho histórico, como episodio vivido.
Quedan tan sólo el genio literario de Homero y, a través de él, la belleza de Helena y la pasión que inspiraba. ¿No es mejor así?
Extraído del libro “Últimos misterios del mundo”. Selecciones, Reader’s Digest