Encuentros con el más allá: historias de fantasmas

Halloween es la mejor fecha para hablar de espíritus, pero, para muchos, cualquier noche puede ser de terror. Según una encuesta hecha en 2012, casi la mitad de los estadounidenses (45 por ciento) creen en fantasmas.

Los científicos han desarrollado varias teorías para explicar los fenómenos paranormales que van desde lo físico (sonidos de baja frecuencia, campos magnéticos, patrones térmicos) hasta lo psicológico (sugestión, temor a la muerte).

Sin importar que tan convincentes sean tales conjeturas, es probable que siempre se trate de un tema polémico: si bien no se puede demostrar su existencia, tampoco es posible negarla rotundamente. En Internet están disponibles miles de testimonios de estas experiencias contadas por sus protagonistas. Hemos seleccionado las cinco más sorprendentes. Léelas y pregúntate: “¿Existen los fantasmas?”.

Las manitas

Nunca viví en una casa embrujada, pero mi mamá sí, cuando era adolescente. En otras viviendas de la cuadra también pasaban cosas extrañas. Muy cerca de su hogar habitaba un hombre con su familia. Cierta noche, una de sus hijas se fue a dormir con un fuerte dolor de cabeza. Al día siguiente había muerto a causa de un aneurisma.

Tras el funeral, la familia decidió hacer un viaje para despejarse y reponerse de la tragedia, así que el hombre le pidió a mi tío —hermano de mi mamá— que cuidara a sus mascotas. Mi madre y mi padre (eran novios en ese momento) acompañaron a mi tío. Ella había escuchado que los vecinos tenían un piano de cola y quería tocarlo; mi padre estudiaba medicina veterinaria.

Después de entrar a la casa, los hombres se dirigieron al sótano para ver a los animales, y mi mamá fue a la planta baja a buscar el piano. Ella estaba tocando cuando sintió que algo rozaba sus tobillos; pensó que un gato se había salido del sótano. Siguió tocando y volvió a sentirlo.

Miró bajo el piano, pero no había nada. Cuando retomó la melodía, sintió que unas manitas tocaban sus piernas y las sujetaban con fuerza.

Corrió a la puerta del sótano, llamó a mi tío y a mi papá, y los esperó allí. Cuando todos salieron de la casa, mi tío se dio cuenta de que mi mamá estaba nerviosa y le preguntó qué pasaba. Ella le relató lo sucedido, y él se puso pálido.

Le contó que la niña que había muerto tenía un juego con su padre: cuando él tocaba el piano, ella gateaba por debajo, sujetaba sus tobillos y le movía los pies en los pedales.

PatentedSpaceHook, usuario de reddit.com

Paciente inesperado

En la compañía de ambulancias donde yo trabajaba, había un vehículo “embrujado”: la unidad 12. Muchos paramédicos contaban historias de sucesos extraños a bordo, pero yo no creía en los eventos paranormales… hasta que tuve mi propia experiencia en la unidad 12.

Mi compañera y yo estábamos trabajando en una comunidad rural a las 3 de la madrugada; todo era oscuridad y silencio. Ambos dormitábamos. Yo estaba sentado en el asiento del conductor y ella en el del acompañante. De pronto, una voz apagada me despertó; pensé que era mi compañera.

Le dije que quería dormir y cerré los ojos. Luego escuché claramente a una voz masculina decir: “Ay, Dios mío, ¿estoy muriendo?”, seguida por unos segundos de respiración agitada. Ambos dimos un salto y miramos hacia el compartimiento de los pacientes, de donde parecía provenir la voz.

Todo estuvo tranquilo durante unos segundos; después oímos el ruido del regulador de un tanque de oxígeno y un siseo, como si tuviera una fuga. Encendí las luces y bajamos a toda velocidad de la ambulancia.

Pensé que alguien podría haber subido mientras dormíamos. Abrí las puertas traseras, pero no había nadie. Revisé los tanques de oxígeno; ninguno estaba abierto. No pudimos dormir mucho después de eso.

Zerbo, usuario de reddit.com

Fantasma travieso

Mi vecina Diane y yo compartimos durante años un espíritu juguetón al que llamábamos Billy. Cada vez que yo llegaba a mi casa encontraba algo colocado en un lugar extraño: un envase de leche en un armario, papel higiénico dentro del refrigerador, jabón para ropa en la bañera.

Una vez Diane llamó para preguntarme si Billy había estado haciendo de las suyas, pues no encontraba una botella de leche; finalmente la hallamos en el jardín. Y en cuanto al azúcar… la azucarera de mi casa siempre amanecía vacía.

Cuando yo me hartaba, señalaba la casa de mi vecina y gritaba: “¡Ve a visitar a Diane!”. A los cinco minutos, ella me telefoneaba para decirme “¡Muchas gracias!”, porque Billy había ido a su casa y estaba haciendo travesuras.

Esto sucedió durante los dos años que vivimos en ese vecindario. Nadie nos creía, ni siquiera nuestros esposos. Mi madre pensaba que alguien entraba a robar mientras dormíamos o cuando salíamos de casa.

Mi hermana sí creía que sucedía algo extraño, pero no sabía exactamente qué. Aún no puedo explicar nada de lo que pasó.

ABBYS_ALIBI, usuario de reddit.com

Un ático escalofriante

Es todo un cliché comenzar diciendo: “No creo en los fantasmas, pero…”. Sin embargo, así empezó todo. Hace unos años me mudé a un apartamento en Melbourne, Australia; era la primera vez que vivía solo.

Habían construido el edificio en los años 30. Llevaba yo unos meses viviendo allí cuando, un día, regresé del trabajo y entré al baño. Noté algo raro: la tabla de madera que tapaba un hueco en el techo y conducía a un pequeño ático estaba en el piso, rota en dos pedazos. Miré los fragmentos.

La tabla tenía 2.5 centímetros de espesor; sólo Bruce Lee podría haberla roto. Pensé que la propietaria le había pedido a un trabajador que reparara el ático.

Le envié algunas fotografías por correo electrónico para preguntarle si alguien había estado allí (con un dejo de enojo, pues no me había avisado). Ella respondió: “Por favor, llámeme apenas pueda”. La contacté y me explicó que a los últimos dos inquilinos les había sucedido lo mismo. Prometió cambiar la tabla, y lo hizo.

Un mes después, me desperté a eso de las 4 a. m. Tenía la piel de gallina; sentía como si alguien estuviera frotando sus manos sobre mí. Todo estaba en silencio, pero luego oí algo que venía de arriba. Era un ruido extraño, como si arrastraran un costal de papas.

Me quedé paralizado de miedo. Definitivamente, hay alguien allá arriba, pensé; no podía ser un animal. Cinco minutos más tarde logré armarme de valor para encender la luz y caminar hasta el baño. Llevaba un palo de críquet conmigo.

Cuando me asomé, vi que la tabla nueva que cubría el hueco ¡estaba rota otra vez! Sentí náuseas. El ruido había cesado. Pero escuché algo más: unos susurros. Eran claros y provenían del ático; parecían voces de niños y repetían constantemente una frase: “Es tu turno. Es tu turno”.

Prendí varias luces para que todo se sintiera normal. Eran las 5 de la madrugada y estaba oscuro. Encendí la televisión para despejarme; de pronto, estalló un fusible. Mi lorito Dexter, que vivía en la cocina y normalmente no hacía ningún ruido en la noche, empezó a graznar como si lo estuvieran estrangulando.

Nunca lo había escuchado así: estaba gritando. Tomé las llaves del auto, salí corriendo y esperé en el vehículo a que saliera el Sol.

Cuando comencé a ver gente paseando a sus perros, logré hacerme del valor suficiente para volver a entrar. La puerta estaba abierta; pensé que no la había cerrado bien al salir corriendo. Fui a la cocina a buscar a Dexter, pero no estaba en su jaula; otra vez sentí náuseas. Las ventanas estaban cerradas, así que busqué en cada rincón de la casa. Mientras me acercaba al baño, oí que salpicaba agua.

¡Dexter se ahogaba en el escusado! Lo saqué, lo limpié y lo sequé. Yo estaba muy confundido. A las 8 de la mañana telefoneé a la propietaria y le conté una versión menos tenebrosa de lo que había sucedido en la noche. “¡Vaya, qué sorpresa, incluso escuchaste los susurros!”, exclamó ella.

Seguí habitando ese apartamento 18 meses más. Volví a oír los susurros, y un par de veces hallé movida la tabla que cubría el agujero. Aunque ahora vivo en otro lugar, la propietaria me llamó hace poco. Dijo que sus nuevos inquilinos le habían suplicado hablar conmigo sobre algunas de las cosas que sucedían allí. Ni loco; ahora es su problema.

DIGSDAWs, usuario de reddit.com

El niño sin ojos

Cuando tenía 10 años, me desperté una noche en que se abrió la puerta de mi habitación y alguien se sentó en mi cama. Sentí que me sujetaban la pierna y que el colchón se hundía por el peso de una persona. Pensé que era mi mamá, pero vi a un niño más o menos de mi edad, sin ojos (tenía unos agujeros negros vacíos en su lugar), sentado frente a mí.

Él extendió su mano, que encerraba una cajita. Aunque me asombré mucho, acerqué mi brazo; él retrocedió. Volví a extender mi mano y le dije: “Dámela”. En un parpadeo, el niño desapareció, pero quedó la marca de que alguien se había sentado en mi cama.

Cinco años después, mi novia vino a casa para hacer la tarea. Al terminar, tomó una siesta mientras esperaba que sus padres fueran a buscarla. Cuando llegaron, traté de despertarla. Ella abrió los ojos repentinamente y miró hacia una de las esquinas superiores de la habitación. Señaló ese punto y se durmió de nuevo.

Volví a despertarla. En cuanto recuperó la consciencia le conté lo que había hecho. Ella dijo: “Vi a un niño sin ojos. Estaba allí, en la pared, colgado como el Hombre Araña y me miraba fijamente”. Me asusté y le conté mi historia sobre el mismo niño.

Al cabo de otros cinco años, estaba yo con la misma novia; ahora teníamos una hija de dos años. Vivíamos en la casa de mis padres, en mi habitación. Mi hija comenzó a despertarse a la misma hora todas las noches, y hablaba. Después de un tiempo, me di cuenta de que la conversación era siempre la misma.

Una vez le pregunté, en broma, con quién hablaba. Ella dijo: “Es un niño. Es bueno. Está perdido y busca a su mami”. Las charlas nocturnas de mi hija continuaron, hasta que logramos tener nuestra propia casa más adelante ese mismo año.

Juan Carlos Ramirez

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