Hace muchos años, tras un mes de estar buscando casa para comprarla, cierto día recogí a mis hijas en la escuela. La más pequeña me preguntó si ya había encontrado casa y le dije que sí, que había visto una con tres recámaras. Quiso saber para quién serían las habitaciones. Respondí que una era para su hermana mayor, otra para ella y la tercera para su papá y para mí. Entonces, la niña comentó: “¡Ay, mami! Compra una que tenga cuatro para que mi papá tenga su propio cuarto. Pobrecito, ¡siempre le toca contigo!”.
Hortensia Arellano, México
Cierta vez fuimos a conocer la casa de una sobrina de mi esposo. Durante el almuerzo, mi hijo menor, entonces de cinco años, comió muy poco. La anfitriona le preguntó:
—¿No te vas a comer la lasaña?
El niño, refiriéndose a que cuando vamos a restaurantes y ellos no se acaban lo que piden, mi esposo o yo lo hacemos, dijo:
—Dásela a mi papá; él se come todo lo que sobra.
Mayra Menjívar, Guatemala
Una tarde, mientras mi hijo mayor, que estudiaba la primaria, hacía la tarea, oyó que una vecina me hablaba sobre la medicina alternativa. Cuando mi hija menor le preguntó cuál era ese tipo de medicina, el niño respondió muy convencido: “Es en la que si quieres, te curas y si no quieres, no”.
Judith Rodríguez, México
Al recoger a mi hija de ocho años en la escuela, ella anunció:
—Papá, ya no tengo que volver mañana.
—¿Por qué? —pregunté, intrigado.
—Porque la maestra dijo que yo era una pequeña sabelotodo.
James Hill, Australia
Un día con una temperatura de –25 grados Celsius, nuestra camioneta empezó a fallar mientras circulábamos. Enseguida, mi esposo y yo discutimos cuál podría ser el problema.
—Quizá sea el filtro de combustible —dijo él.
—O el filtro de aire —repuse.
—O podría ser el filtro de café —sugirió nuestro nieto de tres años, que iba sentado en el asiento trasero.
Leslie Harestad, Canadá
Luego de leerle un cuento, mi madre le dijo a Jacob, uno de sus nietos, que era hora de cerrar los ojos. El pequeño respondió que no podía dormir de inmediato. Cuando su abuela quiso saber la razón, Jacob dijo: “¡Es que odio el interior de mis párpados!”.
P. J. Maddocks, Reino Unido
Cuando mi hija tenía cuatro años, cierta vez que caminábamos a un lado de la carretera vimos un erizo aplastado. La pequeña sacudió la cabeza con tristeza y exclamó: “¡Ay, no!”. Después, añadió de manera casual: “Por no darle la mano a su mami”.
Melanie Lodge, Reino Unido
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