El año pasado, por razones de trabajo, mi familia y yo nos fuimos a vivir un año a Detroit, Michigan. Llegamos un día nevado y frío. Jamás imaginé que iba a recibir una gran lección sobre cómo hablarle a mi hijo para que obedeciera.
Estábamos en un pasillo del aeropuerto esperando las maletas y pasar por migración cuando Sebastián se echó a correr. ¡Se me escapó! Fui tras él. Estos episodios casi siempre acaban en drama, pero esta vez el final fue diferente. Cuando estaba a punto de perder el control, un caballero se acercó y me dijo:
—¿Me permite?
Se acercó al niño, lo tomó del brazo, con firmeza pero sin lastimarlo, lo miró a los ojos y le preguntó cómo se llamaba.
—Sebastián —respondió mi hijo.
En tono firme el señor continuó:
—Sebastián, lo que estás haciendo no está bien. Tu mamá tiene prisa por recoger las maletas, no es hora de jugar. Ahora, dale la mano y vayan a buscar a tu padre, que debe estar preocupado. Ya habrá tiempo de jugar. ¿Me entendiste?
Sebastián obedeció: me tomó de la mano y empezó a caminar tranquilamente. Cuando el caballero se alejó, me pregunté: ¿Por qué los hijos no nos obedecen? ¿Por qué tenemos que gritarles, amenazarlos o pegarles para que obedezcan?
Toda persona, sea cual sea su edad, clase social, cultura o religión, reacciona de forma positiva cuando es tratada con cariño. La mayoría de la gente acepta hacer lo que se le pide, incluso si no le agrada, sólo por cariño a quien se lo solicita.
Es fácil convertirnos en jefes autoritarios de nuestros hijos, en lugar de ser sus líderes. La diferencia es que el jefe manda y tiene metas claras enfocadas en un interés que puede estar lejos de beneficiar al otro (cuando uno es jefe, no siempre toma en cuenta los sentimientos y las necesidades de los demás). Un líder, en cambio, cumple con lo siguiente:
Los padres líderes elogian a sus hijos por lo que hacen bien, y cuando los niños cometen faltas, lejos de juzgarlos o criticarlos, los ayudan a asumir su responsabilidad y les proponen soluciones.
Es muy importante observar a nuestros hijos para conocer sus fortalezas y sus debilidades. Un padre que observa a su hijo sabrá elegir mejor lo que le conviene para que tenga más oportunidades de alcanzar sus metas.
Los niños necesitan parámetros para aprender a diferenciar “lo correcto” de “lo incorrecto”. Para ello, los padres deben ser su mejor ejemplo.
En los hogares donde hay reglas justas, claras y congruentes, con cierto grado de flexibilidad —sobre todo cuando cada cual sabe sus responsabilidades—, es más fácil que los hijos las comprendan y las acaten.
Un padre líder sabe que a los hijos no sólo se les debe recompensar con premios materiales por sus logros, sino también con actividades en las que pasen más tiempo juntos, como dar paseos o ver películas. Esto hace que los niños se esfuercen, ya que saben que obtendrán muchos beneficios si se portan bien. Además, les eleva la autoestima.
Así que, ¡se acabaron las dictaduras patriarcales! El jalón de orejas y la chancla voladora son cosas del pasado. Ser padre es una gran aventura. Saber en qué parte del camino te encuentras te ayudará a ser un mejor guía emocional para tus hijos.
¿Eres líder o jefe en tu familia?
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