¿Sabes si eres una persona que le gusta tener el control?
Tener el control puede ser saludable, pero ser dominante puede alejar a las personas. Aquí te decimos cómo contener tu naturaleza controladora.
Si te preocupa la necesidad de tener el control —ya sea en el trabajo, con los amigos o la familia—, no deberías hacerlo: en realidad, los aspectos positivos de este comportamiento superan a los negativos.
“Las personas que se sienten en control obtienen más logros”, dice Jerry Burger, profesor de psicología de la Universidad Santa Clara, quien ha publicado numerosas obras sobre las diferencias individuales del deseo de tener el control.
“Suelen ser mejores para resolver problemas, son más felices y tienen un sentido más positivo de ellos mismos”.
El problema es que la vida no siempre coopera, y la conducta que tú consideras esencial para realizar las cosas, otras personas pueden verla como prepotente o simplemente fastidiosa.
Así que el truco es usar lo que tienes y hacer que tu necesidad innata de tener el control trabaje para ti y logre los mejores resultados.
Steven Stein, un psicólogo de Toronto, ofrece una estrategia para ayudarte a modificar las conductas dominantes.
Sólo podrás cambiar tu perspectiva cuando estés consciente de lo que haces y del impacto que tiene tu comportamiento. “A menudo no sabemos que somos controladores; creemos que estamos ayudando”, dice Stein.
“Pero si te han dicho que eres fastidiosa, o descubres que estás hablando y nadie te escucha, considéralo como una señal”.
Ahora que te has identificado como persona controladora y te has dado cuenta de que es una conducta que acarrea problemas, detente y ten un poco de empatía.
“Ponte en los zapatos de los demás”, dice Stein. “Piensa en cómo te ven los otros”.
Busca un valor compartido: algo que te ponga en la misma frecuencia de la persona cuyo comportamiento estás tratando de controlar.
Por ejemplo, si quieres que tus hijos adolescentes recojan lo que desordenan, el valor compartido puede ser tener un hogar atractivo. Esto centra la atención en el valor, no en el comportamiento.
A continuación, reduce tus expectativas y piensa en un resultado que te satisfaga. “Si quieres que tu esposo baje 20 kilos y haga ejercicio tres veces por semana, fastidiarlo no es la respuesta”, dice Stein.
“Piensa en pasos pequeños y en algo factible. ¿Qué tal si baja 5 kilos o deja de comer alimentos poco saludables?”
En este punto ya lo has pensado, entiendes de dónde viene la otra persona y has establecido una meta común con tu pareja, amigo, hijo, compañero de trabajo… o a quien trates de controlar.
Ahora es momento de entrar en acción: “Fija una meta y concuerda con ella, pero no trates de imponer el proceso”, dice Stein. “Enfócate menos en el ‘cómo’ y más en el resultado”.
Aunque puede ser difícil si estás acostumbrada a salvar al mundo, debes aceptar que quizá sólo puedas obtener cambios pequeños.
“Tal vez no seas capaz de cambiar a las demás personas”, dice Stein. “Pero puedes influir en ellas a través de los valores compartidos. Eso sí, las demás personas deberán tomar la iniciativa”.
De modo que canaliza tu necesidad de controlar y empieza a cambiar las tendencias controladoras negativas.