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Es hora de liberarnos del reloj

La administración del tiempo no nos hace más felices ni más productivos. He aquí por qué.

¿Te imaginas cómo sería vivir sin la sensación constante de que se te hace tarde, de que le faltan horas al día? El tiempo no solía obsesionarnos tanto. En realidad, antes de la Revolución Industrial el reloj importaba poco: las personas tenían trabajo que hacer y lo hacían en el orden natural, a la hora natural, lo que les resultaba bien a las sociedades agrícolas de entonces. Pero las fábricas surgidas de la Revolución Industrial tenían que coordinar a cientos de personas para que trabajaran a la vez. Las empresas impusieron horarios a sus empleados.

Adelantemos el reloj 250 años. No necesitamos gerentes que nos impongan disciplina horaria; nosotros mismos lo hacemos porque estamos muy ocupados. Atiborramos de tareas nuestra agenda para lograr la máxima eficiencia cada día. Creemos que administrar el tiempo resuelve nuestro exceso de ocupación: si nos organizáramos mejor, nos agobiaríamos menos, nos sentiríamos más felices y seríamos más eficientes.

Pero estamos equivocados, y eso nos está arruinando la vida, no sólo en el aspecto profesional.

 

Todos estamos cada vez más ocupados

Las investigaciones señalan que si se aumenta nuestra conciencia del paso del tiempo —poniéndonos delante un reloj enorme, digamos—, producimos más (tan sólo piensa cuánto trabajo haces un día antes de salir de vacaciones). Parecería que, cuanto más hacemos, menos atrasados nos sentimos, pero ése es uno de los grandes mitos de la administración del tiempo: creer que si te organizas mejor, te pondrás al día.

Eso sería cierto si el mundo fuera finito, pero hace mucho que no lo es. En nuestro mundo infinito, nunca podemos estar al corriente de todo. En cuanto terminamos unas tareas, otras toman su lugar: hay que enviar más mensajes electrónicos, y recibir más respuestas. Si hacemos más como consecuencia de administrar mejor el tiempo, sólo conseguimos vivir más ocupados.

 

Nuestra atención sufre

Los teléfonos inteligentes nos permiten comunicarnos de manera instantánea y realizar múltiples tareas, devolviendo mensajes como si fueran pelotas de ping-pong. En nuestro afán de aprovechar el tiempo al máximo, lo dividimos en lapsos cada vez más cortos. Sin embargo, como dispersamos la atención en mil minucias, no podemos considerarlas a fondo ni concentrarnos.

Así, las charlas con nuestros seres queridos pierden sentido porque echamos frecuentes vistazos “productivos” al buzón electrónico; nuestra concentración se evapora con la distracción incesante del ruido del teléfono. Vivimos en un estado mental de actividad caótica contrario al estado óptimo de continuidad, en el que podemos fijar la atención a fondo sin interrupciones, y sincronizar a la perfección nuestros pensamientos, actos y objetivos. La continuidad no se produce en instantes minúsculos, sino en grandes lapsos de atención.

Piensa cómo han sido tus últimas semanas. Todos los momentos de auténtico aprendizaje o felicidad que tuviste ocurrieron mientras estabas concentrado, absorto en algo. En aras de aprovechar el tiempo al máximo, le quitamos viveza a nuestra experiencia.

 

Somos menos eficientes

Tal vez creas que estás dispuesto a sentirte más ocupado y menos feliz con tal de ser más eficiente, pero la eficiencia es resultado de dos factores principales: priorizar y lograr. Cuando priorizamos bien, decidimos hacer las tareas apropiadas, no sólo las obvias. Sin embargo, la preocupación excesiva por el tiempo nos hace priorizar lo urgente e inmediato en vez de lo importante y estratégico. Por ejemplo, un estudio de Microsoft indica que 77 por ciento de los empleados británicos creen que tuvieron una jornada productiva si vaciaron su buzón electrónico. Me horroriza el número de blogs y libros que aconsejan vaciar la bandeja de entrada o reducir a cero las tareas pendientes, como si eso valiera la pena. Un buzón vacío jamás ha transformado una empresa ni una vida.

La presión de tiempo también afecta nuestra capacidad de logro. Teresa Amabile, investigadora de la Universidad Harvard, demostró que preocuparse demasiado por el tiempo reduce la aptitud para resolver problemas e idear soluciones imaginativas. No pensamos tan bien a la sombra del reloj.

 

Cambiemos de estrategia

Es cierto que podemos hacer más administrando bien el tiempo, pero no necesitamos más actividad repetitiva y sincronizada como la que se hacía en la Revolución Industrial. Lo que necesitamos es más reflexión, creatividad y solución de problemas. La administración del tiempo fue un gran invento que ayudó a transformar a las sociedades hace 250 años. Es hora de adoptar una estrategia distinta, que empiece por reconocer que en este mundo sobrecargado de trabajo lo que más escasea no es el tiempo, sino la atención.

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