Salud

Extrañas obsesiones humanas, ¿tienes alguna?

Llevas una vida bastante normal, sin obsesiones. Tienes amigos, cultivas algún pasatiempo y no te importa pasar 20 minutos buscando pasta de dientes en la farmacia en lugar de —¡Por Dios! ¡Eso no! ¡Todo menos eso!— pedirle ayuda a un empleado.

Créenos, es un comportamiento totalmente habitual porque todos somos un poco… digamos… raros. Y, en muchos casos, nuestras manías y obsesiones son curables o por lo menos dominables.

Le pedimos a un grupo de psicólogos, psiquiatras y otros profesionales de la salud que opinaran sobre una serie de comportamientos extraños que atormentan a nuestros lectores y al personal. Tal vez compartas alguno de estos con ellos y te preguntes: ¿Estoy bien o estoy chiflado? Las respuestas: sí y también.

¿Por qué me siento incómodo alrededor de niños?

No tengo nada que decirles a los menores de 12 años y, honestamente, no me parecen especialmente agraciados. ¿Qué me pasa?

“Lo escucho todo el tiempo”, dice Charlynn Ruan, una psicóloga clínica que trabaja, ironía de ironías, sobre todo con mamás. “Muchas de ellas afirman: ‘Los únicos niños que me gustan son los míos’”. Detrás de este temor tan generalizado está el siempre poderoso miedo de quedar en ridículo.

La inquietud más común es que “de la boca de las criaturas” suelen salir verdades que nadie quiere oír: “Ese hombre huele raro, mami”. “¡Uy, señora! Seguro que usted come un montón”. “¿Qué son todas esas líneas que tiene en la cara?”.

Luego está el factor escalofriante de padres —o, peor aún, abuelos— permisivos que van por ahí, convencidos de que todo lo que dice su retoño es memorable. ¡Con razón te incomoda hablar con los menos agraciados!

Pero hay una solución, asevera Howard Forman, psiquiatra de la Escuela de Medicina Albert Einstein, en Nueva York: toma un libro y léele al niño. De esta manera tomas las riendas de la situación y tienes algo que decirle a ese pequeño ser humano.

Calificación N(ormal) o L(oco) (del 1 al 10, donde 10 es un perfecto lunático): 2 – No eres la persona más cuerda, aunque tampoco estás del todo chiflado.

No tomo una decisión ni para salvar mi vida

Puede pasar toda la tarde antes de que elija entre leer y salir a caminar. De hecho, me tomó una eternidad resolverme a escribirles esto.

La incapacidad de tomar decisiones incluso menores, ya no hablemos de sopesar las alternativas con detenimiento, es un trastorno real, puntualiza David M. Reiss, psiquiatra radicado en Rancho Santa Fe, California. Podría provocar parálisis funcional: si en verdad no sabes qué hacer a continuación, no harás nada.

El término para ello es abulomanía, explica la psicoterapeuta Tina B. Tessina, autora de un libro sobre el tema. “Quienes padecen esta afección son normales en casi todo lo demás. Lo único distinto en ellos es que se meten en serios aprietos a la hora de afrontar ciertas alternativas, a tal punto que les cuesta trabajo recuperar la funcionalidad normal”.

Ruan dice que, generalmente, sucede por haber sido criado por padres tan severos y controladores que el paciente nunca pudo aprender a tomar decisiones; siempre se las imponían. No obstante, también puede ser provocada por la tan conocida ansiedad. En este caso, el individuo se obsesiona con el impacto que tendrá la elección que haga y se angustia tanto que opta por no hacer nada.

En cualquier caso, la terapia es considerablemente útil. “Lo ideal es una a largo plazo”, sostiene Ruan, “porque el sujeto necesita sentir que alguien respalda las decisiones que toma”. Si la ansiedad es la raíz del problema, podría prescribirse un antidepresivo.

Calificación N o L: 7 – Este comportamiento te está enloqueciendo, pero la terapia ayuda.

Prefiero pasar 20 minutos buscando lo que necesito en las estanterías de una tienda que pedirle ayuda a algún empleado

Quizá hay dos fobias en juego aquí: el miedo a parecer tonto y el temor de molestar a alguien, afirma el doctor Friedemann Schaub, especialista en el tema. Como sea, el sujeto no quiere ser una carga para el dependiente, aunque para eso le paguen: para atender a los clientes.

Sin embargo, lo que se esconde detrás del pavor a pedir asistencia es el temor secundario a sentirse mal por no corresponder. “Surge la vergüenza de salir del establecimiento sin comprar nada, a pesar de haber pedido ayuda”, agrega Schaub. Si no preguntas nada, puedes irte con las manos vacías sin culpa alguna.

La verdad es que la mayoría de los dependientes se aburren como ostras y les encantaría la distracción (y la satisfacción) de atenderte. “La gente quiere sentirse útil”, asevera Alan Hilfer, psicólogo clínico de Nueva York. “A veces veo a un turista pedir indicaciones a alguien y yo muero de ganas de ir a decirle: ‘¡Yo te ayudo!’”.

Así que, si no ves lo que necesitas, pregunta. Podrías alegrarle el día a alguien y, de paso, encontrar lo que buscas.

Calificación N o L: 3 – Ligeramente desquiciado, pero tiene remedio.

Me como las uñas

Ya sé que mucha gente hace eso, pero a mí me ha dado por roer hasta las cutículas e incluso los dedos. Me he llegado a sacar sangre. No es algo normal, ¿verdad?

Exacto, no es normal. Aunque todos nos hemos levantado una costra o comido una que otra uña, sacarse sangre ya es demasiado. Ruan ha visto casos en los que la gente se rasca y se hurga hasta hacerse agujeros en la piel. Es como si estos pacientes se encontraran bajo el efecto de alguna droga, explica. “Solo se trata de un hábito provocado por la ansiedad”.

Según Ruan, lo que sucede es que la parte del cerebro a cargo de luchar o huir está medio descompuesta. Se trabó en el modo “¡Tengo que hacer algo!”. Si bien estás angustiado, no estás, ni remotamente, en una situación que exija correr o pelear. Podrías estar a solas en la sala, pero toda esa energía nerviosa tiene que desfogarse y la respuesta es morder… a lo loco.

Ruan sugiere consultar a un psiquiatra para que te recete un antidepresivo “a fin de hacer retroceder la ansiedad”. Al mismo tiempo, el doctor puede emplear contigo técnicas que modifiquen tu comportamiento.

Recuerda: la ansiedad tiende a perpetuarse. No desaparecerá hasta que no afrontes lo que la provoca. Por lo tanto, entre más rápido consigas ayuda, más pronto resolverás eso que te carcome (es decir, tú mismo).

Calificación N o L: 8 – Esto es grave. Necesitas tratarlo antes de que empeore.

A mis amigos les encanta abrazarse y yo ¡lo detesto!

Cuando me ven, me rodean con sus brazos y me estrechan. No soy germofóbico y adoro a mis amigos, pero prefiero un apretón de manos. ¿Qué tan mal estoy?

“Yo podría haber hecho la misma pregunta”, asegura Forman. “Creo que los abrazos son rituales muy complejos. ¿Cuánto tiempo se supone que deben durar? ¿Qué tanta fuerza debo aplicar? ¿Dónde pongo las manos? ¿El otro brazo también participa? La mecánica de este gesto implica muchas más preguntas que respuestas”.

Con los años, Estados Unidos parece haberse convertido en un país abrazador y Forman culpa, principalmente, a la televisión; sobre todo a los programas de entrevistas en los que se recibe a los invitados de esta manera. O tal vez sea la cultura del “hermano” en su máxima expresión.

Ves a tu amigo y le das un gran abrazo de oso, como los que se muestran en las películas de ¿Qué pasó ayer?

Sea cual sea la razón, es perfectamente aceptable evitar un abrazo y ofrecer un apretón de manos en su lugar. ¿Quieres que el saludo sea más cálido? Usa el otro brazo para sujetar el antebrazo de la persona: de esta manera hay mucho contacto, reafirmación, cero abrazos.

Y si hasta eso te incomoda, súbete a un avión. Casi en la mitad del mundo está mal visto abrazarse.

Calificación N o L: 1 – No estás loco; solo estás atrapado en una sociedad que cultiva tal gesto.

Soy adicto a la tiza, no para escribir, sino para comérmela

¿Por qué no se me puede antojar una hamburguesa con papas fritas?

El deseo de ingerir productos no comestibles, como arena, residuo de granos de café, fósforos o bolas de naftalina, se conoce como pica. En el sitio de Internet webmd.com se define como “el consumo persistente de sustancias […] que no tienen ningún valor nutricional”. Es más común en niños y mujeres embarazadas.

La causa no es clara, pero “en parte es el organismo buscando algún elemento”, seguramente a causa de un trastorno metabólico, explica Reiss.

No obstante, agrega, si los productos que ingieren son, en efecto, extraños (¿más raro que bolas de naftalina?), el motivo podría ser psicológico. “He atendido a gente con el síndrome de Münchausen, que implica tragarse cualquier cosa, desde cuchillos hasta sangre, para enfermarse a propósito y conseguir atención médica”, cuenta Reiss. “También hubo un paciente que se tragó un tenedor. No sabemos cómo lo hizo, pero lo logró”.

Lo importante es consultar al médico cuanto antes para averiguar si necesitas algún nutriente y, de ser así, por qué. Si no, consulta a un psiquiatra.

Calificación N o L: 9 – De no tratarse de un desequilibrio nutricional, es algo muy serio.

Esto es macabro: a menudo imagino formas en que podría envenenar a mi familia y amigos mientras estoy cocinando

Los amo, pero no entiendo por qué tengo esos pensamientos.

A veces, las cosas que merodean por lo más oscuro de nuestro inconsciente (como torturas, muerte, hacerle cosas horribles a tu suegra) simplemente salen a la superficie, indica Hilfer. “Es un pensamiento pasajero, algo oscuro que la mayoría reprimimos; de vez en cuando logra abrirse paso y, al notarlo, pensamos: ‘¡Ay, qué retorcido!’”.

¿Por qué fantaseamos con atropellar a un peatón? Tal vez porque reconocemos lo frágil que es la vida: una mala decisión ¡y sanseacabó!

¿O será más bien debido a ira reprimida? “Podría haber algún tipo de agresión que no se ha resuelto”, sugiere Schaub. Tal vez la envenenadora en potencia está harta de cocinar para gente que nunca se lo corresponde.

“No significa que en realidad quiera matarlos; el pensamiento solo es una metáfora”, puntualiza. Se prepara a fuego bajo, como la comida… con unos condimentos harto especiales.

Calificación N o L: 3 – Estás loco de atar… si tu deseo en verdad es matarlos. Si lo que lo está causando es la ira, afróntala. De lo contrario, todo está en orden.

Hace poco, mi madre, ya mayor, empezó a decir cosas como: “Ah, los niños acaban de estar aquí”. Aunque es imposible

No hay niños donde ella vive. ¿Es el principio de Alzheimer?

Tal evento es bastante común y se conoce como demencia con cuerpos de Lewy. Es menos frecuente que el Alzheimer; generalmente se trata de “una persona mayor que nunca ha tenido alucinaciones y de pronto dice que ve niños, parientes fallecidos o animales pequeños”, aduce Ruan.

La enfermedad afecta la parte del cerebro dedicada a la visión, por lo que el aquejado en verdad “ve” algo que el resto no. Como con todos los tipos de demencia, por desgracia no hay cura.

No es tan malo: las visiones parecen hacerles compañía, por lo menos durante un tiempo. Si les preguntas qué están haciendo los niños (o los pequeños animales amistosos), “te dirán: ‘Están ahí, al lado de la planta’”, explica Ruan. En otra época se les conocía como ángeles o espíritus, y, de alguna forma, eso son.

Calificación N o L: 8 – Las alucinaciones podrían ser menos vívidas si se administran fármacos recetados por un médico.

Cuando pregunto algo —por ejemplo, indicaciones a alguien—, mi mente divaga

En vez de escuchar cómo llegar al lugar, me fijo en los horrorosos botones de su blusa. ¿Por qué no puedo concentrarme?

Podría ser que te estás esforzando tanto en demostrar que eres un buen interlocutor que vas un paso adelante. “Pasa mucho en las primeras citas románticas”, refiere Hilfer. “Haces una pregunta y no prestas atención porque ya estás pensando en la siguiente, para demostrar que sí estabas escuchando a la otra persona”.

La solución es entrenar para concentrarse más. Con el objeto de lograrlo, sugiere Tessina, prende la tele o el radio durante periodos cortos y haz un verdadero esfuerzo por prestar atención. Luego apágalos e intenta recordar qué se dijo. Si haces lo anterior, en poco tiempo habrás desarrollado un cerebro menos distraído.

Calificación N o L: 3 – No te falta un tornillo, pero… ¿de qué estábamos hablando?

Juan Carlos Ramirez

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