“¡Es obvio!”
Vanessa, mi hija de siete años, se puso a limpiar su habitación, y yo le estaba ayudando. Después de una media hora de trabajo, comenté que el cuarto no lucía más ordenado de cuando habíamos empezado. La niña miró el desorden que nos rodeaba, y en tono de queja dijo:
—¡Eso es porque sacaste todas las cosas que tenía debajo de la cama!
Susan Reno, Canadá
Una noche mi nieta Hanna, de cuatro años, me preguntó:
—Abuelita, ¿tú todavía cumples años, o ya los cumpliste todos?
Ruth Barraza, México
Cierta vez, mi familia y yo fuimos de vacaciones a la costa. Tras registrarnos en el hotel, mis hermanos y yo corrimos a la playa, con nuestros padres detrás. Al llegar a la orilla del mar, mi hermano Carlos, de cuatro años, volteó a vernos y gritó:
—¿Quién trae el jabón?
Evaristo Romero, México
Los mejores modales
Una amiga mía llamada Jazmín me contó que cuando ella tenía tres años fue a almorzar a casa de unos amigos de sus papás. Al terminar de comer, su mamá quiso mostrar a los anfitriones lo bien educada que estaba su hija y, esperando que diera las gracias, le preguntó:
—¿Cómo se dice, hijita?
Con toda naturalidad, la pequeña respondió:
—Quiero más sopita, por favor.
Laura Ysi, México
Mi hijo, de cinco años, lleno de decisión anunció:
—Mamá, te aviso que yo no voy a estudiar una carrera.
—¿Y por qué no? —pregunté, algo sorprendida.
—Porque a mí no me gusta correr.
Sheila Zetina, Ciudad de México
En una ocasión fui al parque con mi hija, de tres meses de nacida, que dormía en su carriola. Al vernos llegar, una niña de alrededor de tres años se acercó y me preguntó:
—¿Ella es tu bebé?
—Así es —le dije.
—¿Cómo se llama?
—Emily.
—¿Sabe caminar?
—No, todavía es muy pequeña.
—¿Y gatear?
—No, aún no.
Un poco confundida, la niña miró otra vez a mi hija y preguntó:
—Entonces, ¿para qué la trajiste al parque?
Dawn McGinnis, Canadá
Tareas compartidas
Mientras cambiaba yo las bujías del coche, decidí que mis dos hijos debían acercarse para que aprendieran cómo hacerlo.
—¿Por qué tengo que saber eso? —preguntó el menor.
Le dije que, algún día, seguramente ellos tendrían un auto propio y que sería bueno que fueran capaces de hacer reparaciones menores.
—Oye, mamá, ¿y no podría encargarse de eso mi esposa? —replicó el mayor, de ocho años.
Marlene Lindberg, Canadá
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