¿Es posible hacerse cosquillas uno solo?
No, es imposible. Si no lo crees, pruébalo usando un plumero. Siéntate, quítate los zapatos y los calcetines y pasa suavemente las plumas sobre tus plantas. No, es imposible. Si no lo crees, pruébalo...
No, es imposible. Si no lo crees, pruébalo usando un plumero. Siéntate, quítate los zapatos y los calcetines y pasa suavemente las plumas sobre tus plantas.
No, es imposible. Si no lo crees, pruébalo usando un plumero. Siéntate, quítate los zapatos y los calcetines y pasa suavemente las plumas sobre tus plantas; luego, pide a un amigo que lo haga por ti. Si eres como la mayoría de la gente, tu expresión será de piedra con lo primero, pero te revolcarás de risa con lo segundo. ¿Por qué?
Dilucidar la cuestión de por qué no puede uno hacerse cosquillas solo hoy fascina a los neurocientíficos. Para entender su interés, considera esto: cada vez que tu cuerpo se mueve crea sensaciones que podrían confundirte de muchas formas. Imagina el caos si cada vez que te rozaras una pierna con la mano creyeras que es la caricia o el ataque de alguien más. Poder distinguir entre el movimiento propio y las acciones ajenas es, por lo tanto, una parte central de nuestro sentido del yo y del entorno, dos aspectos de la psique que ni siquiera los robots más inteligentes son capaces de imitar… todavía.
Sarah-Jayne Blakemore, del University College de Londres, fue una de las primeras en investigar cómo el cerebro toma estas decisiones rapidísimas acerca de uno mismo y sobre los demás. Examinó el cerebro de varios sujetos mientras sus colegas les hacían cosquillas en las palmas de las manos y mientras los sujetos intentaban hacerlo solos. Blakemore concluyó que cada vez que movemos nuestros miembros, el cerebelo hace predicciones exactas de esos movimientos y envía una “señal sombra” que inhibe la actividad de la corteza somatosensorial (donde se procesan las sensaciones táctiles). El resultado es que cuando nos hacemos cosquillas solos, las sensaciones son menos intensas que cuando lo hace otra persona, así que no nos reímos.
Blakemore pensó que podría hqaber maneras de engañar al cerebro y permitir a las personas hacerse cosquillas. Diseñó una máquina que permitía a unos sujetos mover un palo que hacía pasar un trozo de hule espuma sobre la palma de su mano, algunas veces al instante y otras veces con un retraso de hasta 200 milisegundos. Resultó que cuanto mayor era la demora, más cosquillas producía el hule espuma, tal vez porque las predicciones del cerebelo ya no coincidían con lo que la persona sentía en realidad.
Muchos otros han tratado de hallar maneras de engañar al cerebro para hacerse “autocosquillas”. Por ejemplo, el control de los movimientos del pie con estimulación cerebral magnética, para que la mano haga cosquillas al pie contra la voluntad de la persona, parece funcionar. Otro estudio intentó dar a los sujetos una experiencia extracorporal antes de hacerles cosquillas: se les equipó con lentes de video para que vieran lo mismo que el experimentador, y se sincronizaron sus movimientos. Los sujetos se mostraron confundidos sobre qué cuerpo habitaban, e indiferentes al pulsar un botón que hacía cosquillas a ambos cuerpos al mismo tiempo.
Comprender por qué no es posible hacerse cosquillas uno mismo podría esclarecer otros enigmas; por ejemplo, por qué muchos esquizofrénicos intentan hacerse cosquillas a sí mismos, o si los robots algún día podrán hacerlo. “La incapacidad de hacerse cosquillas uno mismo revela que las definiciones del yo y el otro tienen una base neurológica”, escribe Robert Provine, de la Universidad de Maryland, en Baltimore. “El desarrollo de un algoritmo similar podría llevar al diseño de robots ‘cosquilludos’, capaces de distinguir entre tocar y ser tocados, y proporcionaría una nueva concepción de la personalidad robótica”. De ser así, un plumero pronto podría ofrecer una prueba nueva e inédita de inteligencia artificial: pasarlo sobre los pies de un robot y ver si se ríe.