En el corazón del bosque Ruhe, en Alemania, una antigua y peculiar comunidad está cambiando nuestra manera de ver la naturaleza: está conformada por árboles.
En su mítica trilogía ‘El señor de los anillos’, J. R. R. Tolkien narra la historia de un antiguo bosque mágico habitado por ents: árboles que hablaban y caminaban, cuya misión era proteger las tierras vírgenes de la Tierra Media. Hoy, en Europa central, existe otro bosque milenario, pero, a diferencia de la fantasía de Tolkien, este es real.
En Renania-Palatinado, Alemania, enclavado a lo largo de la frontera con Bélgica, se encuentra el bosque Ruhe, de 4,000 años de antigüedad y poblado por hayas, especie nativa del oeste de Alemania. Visitarlo implica una travesía por caminos serpenteantes de una sola dirección, flanqueados por muchos árboles.
Ya es media mañana y la niebla aún no se ha disipado del camino ni de la zona boscosa. Es un paisaje que parece estar repleto de leyendas.
Peter Wohlleben ha cuidado el Ruheforst (su nombre en alemán, literalmente “bosque de descanso”) durante la última década. Este hombre de 52 años podría describirse como la versión moderna de uno de los ents de Tolkien. Con sus 1.93 metros de estatura, se asemeja en tamaño y presencia a los árboles que lo rodean.
Nacido en Bonn, capital de Alemania Occidental antes de la unificación, Peter recibió entrenamiento como guardabosques tradicional. Tras publicar varios libros, en 2015 se sacó la lotería con ‘La vida secreta de los árboles’.
En él, Peter conjuga descubrimientos científicos recientes sobre los árboles y las comunidades que forman en los bosques, con sus conocimientos empíricos como guardabosques; todo en un lenguaje accesible para el lector común. El manuscrito cita artículos de investigación científica que lo respaldan.
“La mayoría de las cosas parecen absurdas la primera vez que las oyes”, admite Peter cuando nos encontramos en la cabaña de los guardabosques. “Quería darles a los lectores la oportunidad de hacer su propia investigación sobre lo que yo escribí. También sabía que la gente podía pensar que estaba un poco loco, por eso era importante contar con el respaldo de la ciencia”.
Peter se refiere a los hallazgos que revelan que los árboles y los bosques esconden más de lo que imaginamos. Hace tiempo, los biólogos descubrieron que los primeros pueden contar, recordar y aprender de sus experiencias. También pueden transferir sus conocimientos en tiempo real a las plántulas que los rodean; estas reciben el legado de sabiduría de los árboles madres, los ejemplares más antiguos y dominantes en el entorno. Además, los que están enfermos cuentan con el apoyo de la comunidad arbórea.
La tarea de compartir alimento y nutrientes, y redistribuir tales sustancias, sucede en una red interconectada de sistemas de raíces que recorren cada rincón de los bosques antiguos. Peter se refiere al fenómeno como “árboles madre amamantando a sus pequeños”.
La comunicación arbórea o “charla”, como prefiere decirle Peter, se realiza mediante señales eléctricas que se transmiten a través del micelio, un tejido de raíces y hongos ubicado en la superficie del subsuelo. Los científicos lo llaman “red mundial de la madera” (haciendo una analogía con Internet). Esta red es clave para los sistemas de comunicación y apoyo mutuo que funcionan en el bosque.
Cuando los insectos que devoran su follaje atacan, los árboles pueden emitir señales de alerta en forma de aromas (etileno, para ser precisos) que luego son dispersados por el viento; también envían mensajes de alarma producidos por las raíces y transmitidos eléctricamente. Estos avisos tienen el fin de advertir a la comunidad que debe prepararse y activar sus mecanismos de defensa.
En la entrada del bosque pasamos por un crucifijo de varios metros de altura rodeado por coronas. De inmediato resulta evidente por qué este lugar se ha ganado el mote de bosque de descanso. Como parte de una estrategia más amplia que busca hacer de este un espacio autosustentable económicamente, Peter ha decidido utilizarlo como cementerio. Las cenizas se pueden esparcir en la base de las hayas y se coloca una placa con el nombre del difunto en el tronco del árbol, lo que sirve como tumba y señal del lugar de la sepultura. Se cobra por realizar este servicio.
Además de las caminatas guiadas, la iniciativa del cementerio ha permitido que el lugar se convierta en un proyecto rentable y que, así, los árboles continúen en su hogar.
Al acercarnos a un viejo tocón ubicado a varios metros de una haya que aún florecía, Peter retira el musgo y podemos ver corteza fresca, sólida y sin señales de descomposición. “Este tocón sigue vivo”, explica.
Es precisamente este fenómeno, confirmado por la investigación científica realizada por expertos de la Universidad de Columbia Británica, lo que despierta el deseo de saber más. “Este árbol fue talado hace 400 o 500 años. La sección interna de madera dura se ha descompuesto, pero la corteza es nueva y la capa que está por debajo, donde se encuentra la albura esencial y el cámbium, aún tiene vida. Sin la fotosíntesis de sus hojas, debería haber muerto; sin embargo, continúa aquí. Esto significa que sus raíces están recibiendo una solución de azúcar de las hayas que lo rodean. ¡Son otros árboles, sus amigos y familiares, quienes lo mantienen vivo!”.
Sorprendentemente, estos procesos solo se observan en bosques antiguos. Las plantaciones artificiales modernas producen árboles aislados, sin esta importante red subterránea de hongos y raíces que, por lo tanto, no comparten nutrientes ni tienen comunicación. Al estar diseñados para crecer con rapidez, producen ejemplares notablemente menos saludables y fuertes que sus pares silvestres.
“Al visitar bosques artificiales en Alemania y Suiza, donde los tratan con mayor dedicación y cuidado, descubrí que la madera que producían era más fuerte y más valiosa económicamente”, recuerda Peter. “Hace 25 años, en mi entrenamiento me enseñaron a observar el bosque de manera simplista. Juzgábamos a los árboles en milisegundos en términos de su valor comercial, pero nunca logramos comprender todo el panorama”.
Mientras caminamos entre las colosales hayas, continúa: “Los guardabosques tradicionales saben sobre el bosque lo mismo que un carnicero sobre el bienestar animal. La salud de un árbol solo es importante en términos de la madera que pueda producir. ”En un principio yo era igual. Así nos enseñaban en aquel entonces”.
Al recordar su propia experiencia en el camino de comprender el funcionamiento de los bosques, afirma: “Cuando comencé mi carrera en 1987, hice lo que todos los guardabosques: talar árboles y rociarles insecticida. Pero luego empecé a preocuparme por el entorno. Pensaba: ‘¿qué estoy haciendo? Solo estoy destruyendo todo’.
”Hace unos 20 años organizaba excursiones y cursos de supervivencia para turistas en el bosque. Fueron las cosas que notaban y comentaban estos visitantes lo que me llevó a reconsiderar mis propias percepciones”.
Comenzó a leer mucho sobre el comportamiento de los árboles y aprendió que, en un entorno natural, estos funcionan como seres en comunidad. “Es como el comunismo”, explica. “Ofrecen respaldo sin reservas a sus camaradas”.
Siguiendo con su enfoque holístico y de observación del trabajo forestal, Peter decidió dejar de utilizar maquinaria pesada para la tala, lo que daña gravemente a los bosques debido a la compactación que produce en el suelo, destruyendo así el micelio. En su lugar, Peter volvió a llevar razas antiguas de caballos como el tiro pesado del Rin para trabajar, como se hacía antaño. También eliminó el uso de insecticidas y está permitiendo el desarrollo natural de los bosques.
La naturaleza no siempre implica la supervivencia del más apto, como nos enseñaron. Darwin fue un revolucionario en su tiempo, pero hoy hemos dejado atrás esa manera de pensar. Ahora sabemos que muchas especies trabajan en conjunto para sobrevivir y que los bosques son intrínsecamente redes sociales.
”En un bosque, el crecimiento rápido siempre es negativo. Los árboles envuelven a sus retoños con sus enormes follajes, de manera que tan solo el 3 por ciento de la luz llegue al suelo. El crecimiento lento de los árboles jóvenes ha demostrado ser un requisito para su longevidad. La rapidez del proceso siempre conduce a la muerte en los siguientes tres años”.
Mientras abandonamos la paz y tranquilidad de este espacio encantado, Peter llega a una conclusión sobre la relación humana y los “elefantes vegetales” que nos rodean.
“El tiempo es muy distinto para los árboles y para los humanos. Ellos van tan lento que nos parece que no pasa nada. Pero, en realidad, somos nosotros quienes vamos muy rápido”.
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