En 1932 Bruno Hauptmann apoyó una escalera contra la casa de Charles Lindbergh, subió hasta una ventana del cuarto del hijo del aviador, de 20 meses de edad, y lo raptó. Cuando Hauptmann fue arrestado y llevado a juicio, la botánica forense ayudó a demostrar que era culpable.
Arthur Koehler, un dendrotecnólogo, descubrió que uno de los largueros de la escalera había sido parte de un piso, y luego, guiado por la veta de la madera, comprobó que el larguero había pertenecido al piso del desván de la casa de Hauptmann.
Desde entonces los botánicos han usado polen (que se adhiere a la ropa y al cabello) para vincular sospechosos de delitos con muestras de tierra y plantas a fin de determinar cuándo se cavaron tumbas anónimas, y filamentos de algas para identificar dónde murieron víctimas de ahogamiento.
Así que jamás se te ocurra hacer algo indebido junto a un árbol: es un soplón.
Desde modos de pronunciar y faltas de ortografía hasta palabras usadas repetidas veces, los patrones de lenguaje que una persona exhibe mientras se comunica con otras son tan distintivos como el timbre de su voz.
Esto constituye una prueba muy relevante durante la investigación de un delito. Aunque la lingüística forense surgió a finales de los años 60, no se popularizó en Estados Unidos hasta mediados de los 90, cuando el lingüista del FBI James Fitzgerald andaba a la caza del Unabomber, un filósofo que había matado a tres personas y causado lesiones a unas 20 más mediante el envío por correo de cartas bomba.
Fitzgerald creía que la publicación del “manifiesto” del Unabomber ayudaría a atraparlo, y así fue. Varias personas, entre ellas el hermano y la cuñada del filósofo, reconocieron su estilo de escritura y lo delataron. Pronto, Ted Kaczynski estaba tras las rejas.
Algunos investigadores policiacos llevan armas consigo; otros, calculadoras de bolsillo. Después de todo, cuando el FBI fue fundado, en 1908, 12 de sus 34 investigadores originales eran examinadores bancarios.
En la actualidad, alrededor de 15 por ciento de los agentes especiales del FBI son contadores, y miles más se encuentran diseminados en otras dependencias del gobierno de Estados Unidos y en los departamentos de policía de todas las regiones de ese país.
¿Para qué tantos expertos en números? La razón es sencilla: la mayoría de los delitos giran en torno a un motivo: el dinero. Los contadores forenses colaboran con la policía en diversos casos, entre ellos fraudes, lavado de dinero, reclamaciones de seguros y malversación de fondos.
Por lo general buscan dinero en cuentas bancarias ocultas, y en una ocasión memorable exhibieron a O. J. Simpson [ex jugador de futbol americano], quien aseguraba ser demasiado pobre para hacer frente a una demanda civil en 1997, pero que en realidad tenía millones de dólares.
Los contadores incluso ayudaron a meter a la cárcel al famoso gánster Al Capone. ¿Su delito? Evasión de impuestos.
Los cuerpos celestes (sobre todo la Luna y el Sol) han estado presentes en los tribunales durante décadas.
Cuando Abraham Lincoln era abogado, defendió con éxito a un cliente acusado de homicidio: consiguió determinar la posición de la Luna en la noche del crimen, y de esa manera refutó el testimonio del principal testigo de la fiscalía.
Sin embargo, la mayoría de los astrónomos forenses trabajan para los museos, no para los abogados. Algunos, como Donald Olson, de la Universidad Estatal de Texas, ayudan a los historiadores del arte a determinar cuándo fue pintado un cuadro con escenas de la naturaleza.
Al comparar detalles de la obra de arte con datos históricos sobre el estado del tiempo y las estrellas, Olson ha logrado fechar cuadros de artistas tan diversos como Claude Monet y Ansel Adams.
Sus pesquisas incluso han confirmado la leyenda de que Mary Shelley se inspiró en la Luna para escribir su novela Frankenstein (por cierto, esa noche la Luna estaba en fase de gibosa creciente).
Para un optometrista diagnosticar astigmatismo o glaucoma es cosa de todos los días. ¿Y atrapar a un asesino? No tanto.
Sin embargo, cuando los criminales olvidan sus anteojos en el lugar del delito, el optometrista tiene la oportunidad de convertirse en un héroe. Eso es lo que Graham Strong hizo a lo largo de 20 años.
Hoy día jubilado, este hombre empezó a trabajar como optometrista forense en 1989, después de que unos investigadores policiacos encontraron unos lentes bajo el cuerpo de una víctima de homicidio.
Cuando más tarde descubrieron en una vieja ficha policial que un sujeto sospechoso usaba unos lentes muy parecidos, le pidieron a Strong que confirmara si eran los mismos. “Tras hacer más de 20 mediciones, concluyó que los anteojos hallados en el sitio del crimen eran idénticos a los de la ficha”, recuerda.
Esta evidencia llevó a una condena por homicidio premeditado. Incluso el fragmento más pequeño de una lente rota puede revelar la graduación —y la identidad— de un delincuente.
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