Uno de mis nietos, de cinco años, fue de visita un par de días a casa de mi hija y su esposo, sus tíos.
La primera mañana sonó el timbre de la casa y, al abrir la puerta, mi hija se encontró a dos policías, que dijeron estar respondiendo a una llamada de emergencia realizada desde esa dirección. Mi hija se deshizo en disculpas, pensando que el culpable había sido su hijo menor, pero resultó que quien había llamado era mi nieto.
Al retirarse los agentes, mi hija le explicó al niño las consecuencias de hacer ese tipo de llamadas telefónicas, y él prometió no volver a hacerlo.
Sin embargo, a mi hija le costó mucho trabajo mantener un semblante serio cuando el pequeño admitió que se había equivocado al hacer la llamada, pues en realidad quería contactar ¡a los bomberos!
Sylvia Thomson, Reino Unido
Mis hijos gemelos de dos años, acababan de aprender a contar hasta 10 y, muy orgullosos, les estaban mostrando a sus abuelos cómo lo hacían. Cuando el abuelo les preguntó si sabían contar hacia atrás, los niños se dieron media vuelta y empezaron a contar otra vez:
—Uno, dos, tres…
Teressa Jackson, Reino Unido
Cuando mi hijo tenía seis años le tocó interpretar a un ángel en un festival de la escuela, de modo que se puso a hacer unas alas de cartón recubiertas con papel higiénico, pero eran inmensas; además, quería decorarlas con accesorios muy costosos. Entonces optamos por comprar unas alas más pequeñas, con plumas en los bordes, lo cual no le agradó mucho al niño.
El día del festival, al llegar a la escuela, mi hijo estaba muy callado y con el ceño fruncido. Para animarlo un poco, le dije:
—Cariño, te ves muy lindo. ¡Te pareces al arcángel Gabriel!
El niño, todavía molesto, contestó entre dientes:
—Arcángel Gabriel, Arcángel Gabriel… ¡No! ¡Lo que parezco es una paloma llena de plumas!
Mery Córdova, Honduras
Poco antes de la Navidad decidí ir al salón de belleza para hacerme un cambio de imagen que incluía tinte, corte de cabello y peinado. Al salir, mi cabello lucía corto y ondulado. Un día después, pensábamos ir a pasear, y decidí alaciarme el pelo.
Me sentía contenta con el cambio, sobre todo porque mi esposo y mi hijo mayor comentaron que lucía muy bien. Mi hijo menor, Alan, que tenía cuatro años, no quiso quedarse atrás y, con una sonrisa en los labios, dijo:
—Sí, te ves muy guapa. ¡Te pareces a Willy Wonka!
María Méndez, México
Cierta vez mi nieto Jonah, de tres años, llegó de visita a mi casa el mismo día que unos viejos amigos nuestros. Uno de ellos le preguntó cómo se llamaba, y él le respondió:
—Jonah.
—¿Por qué no le dices tu nombre completo? —le sugerí.
—¡Ay, no, abuela! —exclamó—. Ese nombre sólo lo dicen cuando me porto mal.
Carol Comm, Canadá