Por Eliesheva Ramos, Selecciones
El 24 de abril del 2001 parecía un día normal en la vida de Fritz Thompson, una jornada de trabajo como las que solía tener, pero a las cuatro de la tarde sucedió algo que cambiaría no sólo su vida, sino la vida de todos quienes conocen su historia.
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Fritz, ingeniero mecánico y economista de 34 años, volvía a la Ciudad de México después de una cita de trabajo. Manejaba por la carretera México-Puebla escuchando música cuando sucedió lo inimaginable: una camioneta le cayó encima.
Exceso de velocidad, una carretera mojada por la lluvia, una barda de contención que en lugar de frenar la camioneta le sirvió de rampa. Una suma de características crearon un accidente de tintes hollywoodescos, como lo describe Thompson.
La pick up blanca, propiedad de la Comisión Federal de Electricidad, golpeó con fuerza el techo del vehículo de Fritz, lo que provocó que su cabeza, literalmente, se le hundiera entre los hombros. Fritz sufrió lo que en términos médicos se conoce como lesión medular.
“La operación era tan urgente y delicada que requirió la presencia de diversos especialistas. Le retiraron una parte de la cadera así como los restos de las cervicales seis y siete”
Mientras lo trasladaban en la ambulancia Fritz pensaba en su padre, muerto cinco años atrás, quien en su juventud sufrió parálisis parcial de las extremidades debido a una intoxicación por arsénico.
La operación era tan urgente y delicada que requirió la presencia de diversos especialistas. Le retiraron una parte de la cadera así como los restos de las cervicales seis y siete; el espacio que quedó en la columna lo rellenaron con lo removido de la cadera y todo fue unido con una placa de titanio que se atornillo en la cervical cinco.
Fritz despertó de la operación y vio a su hermana Verónika, médico de profesión, y le pidió la verdad. Ella, llorando, musitó: “Va a empezar la peor etapa de tu vida”. Fritz no podría volver a moverse del cuello para abajo.
“No tendría función respiratoria, digestiva, urinaria, motriz ni sensibilidad” explica. Así empezaron tres años de ir de clínica en clínica, de hospital en hospital, de especialista en especialista.
Aunque estaba rodeado de afecto y cuidados, él se hundió en la angustia, la depresión y la desesperanza. “Ya no podía hacer ni lo más básico; tenía que pedir que me secaran las lágrimas, que me rascaran la espalda, que no me metieran tanto profundo el cepillo de dientes en la boca o que no llenaran tanto de comida la cuchara a la hora que me alimentaban”.
Durante esos años de cama, terapias y sillas de ruedas Fritz se aferró al recuerdo de su padre, quien perdió la movilidad pero gracias a su tenacidad logró volver a moverse, casarse y tener tres hijos. ¿Podría Fritz repetir esa hazaña? Para inspirarse colgó una foto de su padre frente a su cama.
Igual de intempestivo como fue el accidente que lo tenía postrado, el día menos pensado el pie derecho de Fritz comenzó a moverse de manera errática. Fritz se llenó de esperanza.
Pero el proceso de recuperación sería otra pesadilla. Viajó al extranjero en busca de ayuda. En el hospital Jackson Memorial, de Miami, Fritz vivió su primer triunfo durante el desayuno. “El enfermero me dejó enfrente un plato tapado; quité la tapa con los antebrazos y me llevé la sorpresa de mi vida: ¡era un plátano!
Llorando lo empujó con los codos hasta que cayó en sus muslos y presionándolo contra el freno de mano de la silla de ruedas logró pelarlo, después lo levantó, se inclinó sobre él y lo mordió. “Estaba exhausto pero feliz”.
Dedicó decenas de días a la hidroterapia en la piscina del hospital. Luego realizó decenas de ejercicios en el Centro Internacional de Restauración Neurológica de Cuba hasta que pudo levantar agujas, abotonarse y moldear plastilina. De regreso a México se sometió a rigurosos entrenamientos para fortalecer sus músculos.
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Después de meses de disciplina y rehabilitación, contra todo pronóstico Fritz volvió a caminar. Dueño de su cuerpo, se dio a la tarea de recuperar su vida. “Durante ocho años me dediqué a pagar deudas” confiesa.
También intentó reconfigurar la relación de pareja que tenía con Nelly, su novia desde antes del accidente y con quien se casó aún en pésimas condiciones de salud y quien jugaría un papel clave en su recuperación.
Pero Fritz tenía planes más ambiciosos: participar en un triatlón y concebir un hijo. Y contrario a lo que podría pensarse, la primera meta era más viable que la segunda, pues los varones que presentan lesiones de ese tipo en la médula son incapaces de lograr una erección.
Pero Fritz decidió librar una guerra sin cuartel para convertirse en padre. Cuatro años, siete inseminaciones, frustraciones, hormonas, desgaste de su relación amorosa y tres in vitros fueron necesarios para concebir a Stefan, el principal motor de Fritz. Tras el nacimiento de Stefan la pareja se divorció.
El triatlón también entrañaba serios problemas porque no puede nadar bien porque su pierna izquierda tiene un movimiento muy limitado, tampoco puede subir a la bicicleta porque le es imposible separar las piernas y no puede correr porque arrastra el pie izquierdo. Pero nada de eso lo detuvo y alcanzó su sueño tras tres meses de intenso entrenamiento.
“En la vida nos preparamos para ser ingenieros o abogados pero nunca para la adversidad, y aunque mi accidente jamás dejará de ser triste fue la lección que la vida me dio para ser una mejor persona”
Cuando se le cuestiona cómo logró tales hazañas, Fritz responde que el 97 por ciento lo hizo Dios, el 1 por ciento los médicos, el 1 por ciento su gente y el último 1 por ciento su determinación y hallar su sentido de vida.
“Cuando tienes una diagnóstico tan deplorable te aferras a lo que sea; yo vi la posibilidad y la tomé. Sólo puse el 1 por ciento pero eso fue determinante, pues sin mi fuerza lo demás no hubiera servido” cuenta este hombre de 49 años.
Fritz ahora vive más sensible al dolor humano y con una infinita gratitud hacia la vida y hacia su prójimo.
También aprendió a perdonarse y a perdonar, sobre todo al chofer de la camioneta que lo marcó de por vida, pues en el posterior juicio legal para deslindar responsabilidades el trabajador de CFE acusó a Fritz de haber inventado la historia y el juez lo avaló.
A Fritz no le gusta el halo de súper hombre que le atribuyen. “El dizque héroe pensó en suicidarse pero ni eso podía hacer” recuerda sobre sus días más amargos, los cuales cuenta a detalle en su libro ‘Sucedió en un instante’.
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Pero lo cierto es que Fritz inspira a todo aquel que conoce su historia. Durante sus conferencias de autoayuda se le acercan personas para entregarle cartas llenas de agradecimiento. “Eres un regalo y un canto a la vida” se lee en uno de los tantos papelitos que atesora.
“En la vida nos preparamos para ser ingenieros o abogados pero nunca para la adversidad, y aunque mi accidente jamás dejará de ser triste fue la lección que la vida me dio para ser una mejor persona, y espero que todo el que me escuche hallé la inspiración necesaria para enfrentar las duras pruebas de la vida”.
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