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¿Fue el primer intento real para liberar a la Nueva España?

¿Fue el primer intento real para liberar a la Nueva España?

La Nueva España recibía con azoro las estrujantes noticias que procedían de Francia: la Asamblea Nacional, con la firme decisión de transformar su país en una república, había decapitado a Luis XVI el 21 de enero de 1793. La monarquía había muerto.

Los jóvenes novohispanos, educados por los jesuitas expulsados, leían clandestinamente a los autores prohibidos, y formaban grupos en los cuales se discutía furtivamente la posibilidad de instituir en México un gobierno sin monarquía. También formaban parte de esos grupos algunos franceses que habían llegado en 1789 como parte del séquito del virrey, el Conde de Revillagigedo.

Toda esta inquietud se concretó en la primera conspiración que planteó la posibilidad real de liberarse de la Corona española; aunque fue denunciada a la Inquisición el 4 de octubre de 1793, en esos momentos el proceso no prosperó, quizá porque el Virrey tenía cierta simpatía por las ideas ilustradas, o por la consideración equívoca de la firme estabilidad política de la Colonia.

El 12 de julio de 1794 llegó a la ciudad de México un nuevo virrey, el Marqués de Branciforte. Venía decidido a eliminar cualquier iniciativa revolucionaria, y su primer paso fue reanimar al Santo Oficio. La febril campaña contra todo simpatizante de los ideales franceses sacó a relucir la conspiración de 1793.

¿Ideas, planes y destino de un conspirador?

Juan Antonio Montenegro y Arias había nacido en Sayula y se había graduado en teología en la Real y Pontificia Universidad de México. Encabezaba el grupo que debatía cuestiones “heréticas’, como la noción de la soberanía popular en oposición al derecho divino de los reyes para gobernar. Al tanto de los avances de los revolucionarios franceses, elaboró un plan para independizar a la Nueva España de “unos reyes que ilegalmente poseen estas tierras, ya que las han tomado por la fuerza. Los vasallos sólo están obligados a guardar fidelidad a los reyes, cuando éstos consultan al pueblo, pero los de España sólo han sido unos tiranos de la América poniéndoles unas alcabalas y contribuciones cuantiosas, y extrayendo crecidos caudales”.

Partidario de las ideas políticas de Rousseau, Voltaire y Montesquieu, Montenegro aseguraba también que “en cualquier religión se puede uno salvar porque la religión es pura política de que se han servido para someternos”.

Montenegro y los de su grupo, cuyos nombres nunca reveló a pesar de los tormentos inquisitoriales, habían pensado también en cómo debía estructurarse la futura república: se dividiría en doce provincias, representada cada una en un congreso de diputados cuya sede sería el centro del país; los cargos serían temporales y por elección. El gobierno se encargaría de aumentar el poder adquisitivo de los ciudadanos; se abrirían fábricas; se impulsaría la ciencia, y el erario público pagaría maestros ?ingleses y franceses? que ayudarían al recién liberado país a alcanzar el progreso. El plan proponía una verdadera revolución radical. Los conspiradores tenían una idea muy clara de lo que pretendían: hacer desaparecer la monarquía para sustituirla por una república. Pero apenas llevaban dos meses confabulados cuando fueron descubiertos.

La lucidez y la firmeza que mostró Montenegro durante el proceso impresionaron favorablemente al Tribunal; por ello, y pese a que las acusaciones eran muy graves, la sentencia no fue demasiado severa. Después de permanecer un año en las cárceles de la Inquisición, tuvo que abjurar de lo que había dicho y recluirse dos años en el colegio de Santa Cruz de Querétaro, y así, con los misioneros apostólicos, fue desterrado de la ciudad de México por 10 años. En 1801 solicitó permiso, y le fue concedido, para ordenarse de sacerdote.

Lo más relevante de la conspiración de 1793 es que pasó de un primer periodo de especulación teórica, de ilustración, a otro eminentemente activo. La crítica al régimen social y político de la Colonia pugnaba por una libre participación ciudadana en los asuntos políticos, y en ella se vislumbraba ya el advenimiento del liberalismo. La trascendencia de esta confabulación radica en que los principios ideológicos delineados por los conspiradores están presentes en la lucha insurgente del siglo XIX.

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