Mientras el furor por la Copa Mundial inunda Sudáfrica, cientos de chicos pobres de ese país y de otras naciones africanas viven la emoción del deporte y a la vez aprenden habilidades
para su futuro en las canchas.
Las últimas gotas de un aguacero salpican la tierra. A pesar de la lluvia, 80 niños de entre 4 y 14 años ya no aguantan las ansias de empezar su sesión semanal del programa Play Soccer, y saltan a la cancha de futbol de Alexandra, un suburbio de Johanesburgo, donde unos entrenadores voluntarios apenas un poco mayores que ellos colocan conos rojos y amarillos entre los charcos para practicar los disparos.
Neo Malema, un sonriente muchacho de 16 años, corre al frente de su grupo de niños. En cuestión de minutos, los tiene a su alrededor. Les dice que el tema de hoy es el VIH/sida y cómo se transmite de una persona a otra… de forma muy parecida a como se pasa un balón de futbol.
Neo equilibra un balón sobre un cono y de una patada lo dispara hacia el cielo. ¡Toma eso, lluvia!, piensa. ¡Tomen eso, nubes! ¡Toma eso, todo lo que es gris en la vida!
—¡Vamos, chicos, tenemos todo lo que se necesita para ganar! —grita.
El balón cae a tierra, y los niños, con zapatos o descalzos, se abalanzan tras él. El programa Play Soccer Sudáfrica está en acción.
Durante la última década, este programa ha usado el futbol para atraer a niños pobres en seis países africanos, entre ellos Sudáfrica, y enseñarles a leer, escribir, aritmética y temas sociales y de salud durante las prácticas. El objetivo es que estas destrezas algún día les permitan salir de la pobreza y contribuir al progreso de sus comunidades.
Sentada a la orilla de la cancha, la directora del progra-ma, Sibulele Sibaca, de 26 años, cuenta cómo Judy McPherson, una madre neoyorquina que trabajó muchos años para el UNICEF, fundó esta organización.
Inspirada por las lecciones de vida que su hijo aprendió dentro y fuera de las canchas, Judy lanzó Play Soccer Nonprofit International (PSNI) en Estados Unidos en 1999 y, dos años después, en Ghana. Tras conseguir que algunas empresas patrocinaran el entrenamiento bási-co de jóvenes voluntarios y la compra de materiales (camisetas, balones, co-nos, etc.), extendió el programa a otros países africanos.
El programa empezó en Sudáfrica en 2003, con el apoyo del UNICEF y el Ministerio de Educación sudafricano. Hoy día opera en Alexandra, Tembisa y otros siete suburbios de Johanesburgo, y en cada lugar participan unos 00 niños.
“Para un chico es muy importante que la gente se fije en él, crea en él, le dedique tiempo, lo guíe y lo inspire”, dice Sibulele, cuyos padres murieron de sida antes de que ella cumpliera 18 años. “Me encanta usar este deporte para ayudar a niños como los que están jugando hoy”.
En la cancha juegan desde pequeños de cuatro años, quienes se lanzan tras el balón con tal ímpetu que caen al suelo, hasta chicos de 14, que ejecutan volteretas cuando anotan un gol.
Casi la mitad son niñas, una de las cuales patea orgullosamente el balón con sus relucientes sandalias de color rosa.
Play Soccer difunde sus actividades mediante campañas en guarderías, escuelas, hospicios y centros comunitarios. El día de la inscripción se acepta a los niños por orden de llegada, y los elegidos participan en un programa de 48 semanas de duración con sesiones semanales de dos horas.
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