Estaba yo a punto de llegar al domicilio de un cliente mío, cuando me di cuenta de que una persona llamaba a su puerta.
Enseguida se oyó el ladrido de un perro de gran tamaño, que seguramente estaba suelto en el patio. Alguien salió a abrir y luego cerró el portón.
Corrí para alcanzarlo antes de que entrara a la casa, con la idea de que detuviera al animal. Di unos golpecitos en la puerta, esperando que me oyera.
Cuando por fin abrió, y sin pensar en nada más, lo primero que se me ocurrió fue preguntarle: “¿Está el perro?”.
Víctor Chávez, México
Soy profesora e imparto, sobre todo, talleres de redacción. Los trabajos de mis alumnos me han hecho corregir muchas, muchas hojas: unas sin trascendencia; otras, con contenido.
Por ejemplo, una ocasión debían escribir oraciones utilizando palabras supuestamente estudiadas antes. He aquí el resultado:
Y si se trata de conocimientos de historia y literatura, he leído:
A veces pienso si les habré enseñado la importancia del español, o si quizá debería dedicarme a otra cosa…
Grace Meade, Nuestra Comunidad (Universidad Iberoamericana, Ciudad de México)
Cierta vez, cuando le estaba haciendo a una joven estudiante mía una prueba de madurez mental, le mostré el dibujo de un muñeco de palitos al que le faltaban un brazo y una pierna.
—¿Qué necesita él? —le pregunté.
—¿Una silla de ruedas? —inquirió la niña.
Hugo Marnatti, Estados Unidos
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