Historias verídicas
“Un paciente entró en la sala de urgencias a las 04:00 horas sin quejarse de nada en particular. ‘Durante cuatro meses he tenido un dolor en el pecho, pero en este momento no siento ninguna molestia. Estoy aquí porque he oído que las 4 a. m. es el mejor momento para venir, pues no hay tanta gente’, dijo”.
“Una mujer llamó al número de emergencias porque tuvo un deja vu mientras estaba en la ducha y se puso muy nerviosa”.
“Recibimos la llamada de una mujer desesperada que afirmaba sufrir una sobredosis y necesitaba ayuda de inmediato. Cuando llegamos al lugar, ella nos mostró un empaque vacío de pastillas de menta y nos dijo que las había ingerido todas. Esa noche, la mujer se enteró de que no es posible sufrir una sobredosis por tomar pastillas de menta”.
Oído por casualidad en una sala de urgencias
Hace varios años, cuando estaba desayunando con un amigo mío que es cardiólogo, él recibió una llamada telefónica para solicitarle que fuera a ver a una paciente suya que había sufrido un dolor súbito en el pecho tras hacer esfuerzo físico. Mi amigo me pidió que lo acompañara. Lo oí murmurar: “Ojalá no sea un infarto”.
Al entrar a la casa de la paciente, él se dirigió de inmediato a la habitación donde estaba ella y, mientras preparaba su electrocardiógrafo para examinarla, dijo:
—Con este estudio que le haré, voy a salir de deudas.
Mi amigo no se percató de las palabras que habían salido de su boca hasta que los familiares de la paciente le preguntaron, extrañados:
—¿Tan caro va a salir ese estudio, doctor?
Alejandro Sotomayor, México
Imparto la materia de historia del diseño. Cierta vez, en una clase sobre grabados de finales de la Edad Media, les mostré a mis alumnos una imagen con un tema bíblico. Como no lograba que ellos identificaran al personaje del grabado, que era Jonás, en un afán por motivarlos les dije:
—Recuerden qué personaje tuvo que ver con una ballena.
Entonces, sin dudarlo y con una gran sonrisa, un alumno exclamó:
—¡Pinocho!
Ana María Canales, Perú
Un compañero mío de la oficina acababa de cumplir 50 años el fin de semana pasado, y yo sabía que él no estaba muy contento al respecto.
El lunes se presentó a trabajar un poco cabizbajo. Al preguntarle por qué tenía esa actitud, mi colega repuso: “Pongámoslo así: tuve una fiesta en casa el sábado por la noche y mis vecinos ni siquiera se dieron cuenta”.
Maxine Cooper, Reino Unido
Me dedico a limpiar alfombras, y suelo conocer a todo tipo de personas. Cierta vez que acudí a hacerle un servicio a un hombre mayor, noté que había una revista de automovilismo junto a su sillón.
—¿Le interesan los autos? —le pregunté.
—Sí —dijo él—, pero ya no conduzco. Tuve que vender mi coche este año a causa de mi edad.
—¿De verdad? ¿Cuántos años tiene? —quise saber.
—Noventa y ocho —respondió mi cliente, y luego añadió—: aunque ahora tengo una silla motorizada para hacer las compras.
—¿Y qué tan rápido puede desplazarse en ella?
—Bueno, en teoría a 16 kilómetros por hora —dijo el anciano en tono reflexivo—, pero yo he comprobado que puedo alcanzar hasta 19 kilómetros por hora.
John Fossey, Reino Unido
Descubre por qué no debes quedarte sentado más de lo necesario.
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