Mi tío, un veterano de la invasión de Normandía, siempre pregonaba este famoso dicho: “Nunca te preocupes por una bala con tu nombre. Cuídate de aquella que diga ‘A quien corresponda’”.
Dick Hetland, Estados Unidos
Al estar yo en el Ejército, el Centro de Idiomas Extranjeros de la Defensa me envió a Japón a trabajar con unos lingüistas estadounidenses. Un día me puse en contacto con la operadora telefónica y le dije que quería llamar a Monterey, California.
—¿Cómo se escribe? —preguntó.
—Con “M” de Massachusetts, “O” de Oregon, “N” de Nevada…
—Espere, por favor —exclamó la operadora—. ¿Cómo se deletrea Massachusetts?
Yefim M. Brodd, Estados Unidos
Hace años fui maestra de preescolar. Cierto día estaba yo sentada en el piso y una niña de tres años se encontraba a mi lado en cuclillas. De pronto, la pequeña perdió el equilibrio y cayó. Tras levantarse, me miró y dijo: “Eso no tenía que pasar”.
Buzzfeed
Un empleado de una empresa de selección de personal me llamó por teléfono a la oficina y preguntó:
—¿Puede hablar?
—Sí, desde los dos años —respondí.
@kentgraham
En una ocasión, cuando estudiaba en el seminario, al salir del comedor nos dijeron que recibiríamos un premio por buena conducta. Fuera del recinto estaban dos mesas separadas entre sí. En la primera había una canasta con manzanas y un letrero que decía: “Toma solo una, recuerda que el Señor te está viendo”. Obedientemente, cogí solo una fruta y volteé al cielo, buscando la mirada vigilante de Dios. Después me acerqué a la segunda mesa, donde había una gran bandeja llena de galletas y un letrero que decía: “Toma las que quieras, al fin que Dios está distraído cuidando las manzanas”.
Jorge Salas, México
Un colega mío profesor de ética, más desencantado que cínico, me comunicó hace tiempo que por fin había encontrado una definición de su materia con la que todo el mundo parecía estar de acuerdo: “Ética es lo que les falta a los demás”.
Fernando Savater, El País (Madrid)
Cierta vez se decidió realizar un simulacro de evacuación para mejorar la forma de desocupar, en el menor tiempo posible, el edificio de oficinas en el que yo trabajaba. Ese día, cuando sonó la alarma, todos los empleados se dirigieron a las escaleras y empezaron a bajarlas deprisa. Yo estaba terminando de guardar unos documentos, y en eso sonó el teléfono. Al contestar, una voz preguntó por el señor Hernández e inmediatamente repuse: “Lo siento, pero el señor Hernández está evacuando”. No reflexioné en mis palabras hasta que estaba en la calle, después de bajar las escaleras lo más rápido que pude.
Francisco Echeverría, México
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