Gajes del oficio: Impartía una clase sobre manejo de estrés

Intercambio de tuits entre un cliente furioso y un empleado solícito de una pizzería.

Cliente: Oiga, pedí una pizza y llegó a mi casa sin ningún ingrediente. Lo único que había en la caja era ¡una base de pan!

Empleado: ¡Lo sentimos mucho, señor! Le enviaremos otra.

Cliente (minutos después):¿Sabe qué?, olvídelo. Abrí la caja de la pizza al revés.

Hace tiempo trabajé en una guardería, y mi tarea principal era cuidar a niños de entre dos y tres años. El primer día de trabajo entré al salón y me presenté:

—¡Hola, niños! ¿Cómo están? A partir de hoy seré su nueva maestra. Me llamo Dora.

Uno de los pequeños se puso de pie en su lugar y exclamó:

—¡Yo me llamo Botas!

Luego otra vocecita anunció desde el fondo del salón:

—¡Y yo soy Mapa!

Durante todo el tiempo que trabajé allí los niños jamás creyeron que me llamara como el personaje de Dora, la exploradora, así que tuve que usar mi segundo nombre: Daniela. 

Dora Daniela Roa, México

Estaba dando una clase a un grupo de adultos sobre cómo lidiar con el estrés, y en cierto momento decidí encender una vela aromática para relajar el ambiente.

Justo cuando empezaba a explicar cómo reaccionar con calma en una situación estresante, se activó la alarma de incendios. Mientras todo el mundo evacuaba el edificio y llegaban los bomberos, yo permanecí sumamente alterada en el estacionamiento, convencida de que la vela aromática había disparado la alarma. No fue hasta que los bomberos dijeron que todo había sido provocado por una tostadora eléctrica cuando empecé a tranquilizarme.

Entonces, una de mis alumnas se acercó y me dijo:

—No sueles practicar lo que predicas, ¿verdad?

Joanne Campbell, Reino Unido

Trabajo como taquígrafa de juzgado, y cierta vez me tocó anotar el siguiente testimonio en un juicio.

Pregunta: Hasta donde sabe usted, la hemorragia interna que tenía se detuvo, ¿cierto?

Respuesta: ¡Eso espero!

Diane McElwee, Estados Unidos

Soy maestra de kínder, y hace algún tiempo tuve a mi cargo un grupo de 39 niños de cuatro años de edad. Uno de ellos se llamaba Colin, tenía grandes ojos cafés y era sumamente franco y audaz. Me caía muy bien, sólo que tenía un “pequeño” problema. Sus compañeros le decían “Zorrillo”, y en verdad resultaba difícil respirar con normalidad cuando uno estaba cerca de él.

La directora de la escuela, que era una mujer comprensiva, le escribió una carta muy cortés a la madre del niño, exhortándola a que lo hiciera ducharse más a menudo.

Sin embargo, la franqueza y la audacia al parecer eran cualidades de la familia, pues la respuesta, escrita a mano en un pedazo de papel, decía: “No lo huelan. ¡Enséñenle!”

Veronica Bright, Reino Unido

Lo más grato de las teleconferencias son los 20 minutos iniciales, cuando todos preguntan: “¿Quién se acaba de unir?”            

meetingboy.com

Staff

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