¡Qué barbaridad!
Antes de que existiera Google, sólo había bibliotecarios. Éstas son algunas preguntas y solicitudes hechas al paciente personal de las bibliotecas públicas:
Un terapeuta cree que las parejas que hacen el amor una vez al día son las más felices. Durante un seminario sobre el tema, decide poner a prueba su hipótesis preguntándoles a los asistentes:
—¿Cuántos de ustedes hacen el amor todos los días?
La mitad de los presentes alza la mano, con una sonrisa radiante.
—¿Cuántos lo hacen una vez a la semana? —prosigue el experto.
La tercera parte de los asistentes levanta la mano, sonriendo.
—¿Cuántos una vez al mes?
Unas cuantas personas alzan la mano, sonriendo con timidez.
Por último, el terapeuta dice:
—¿Y cuántos una vez al año?
Un hombre que está sentado en el fondo da saltos de alegría, agitando los brazos frenéticamente.
El terapeuta se da cuenta de que su hipótesis se viene abajo.
—Si usted hace el amor sólo una vez al año, ¿por qué está tan feliz? —le pregunta al sujeto, extrañado.
—¡Porque hoy es el gran día! —exclama el hombre.
En mis días de estudiante universitario trabajaba en la banda transportadora de una fábrica. Un día tuve una cita a ciegas, y la chica quiso saber si tenía yo un empleo.
—Sí, trabajo en el extremo de una banda —contesté.
Con una sonrisa inocente, ella dijo:
—¿Tocas la tambora, o qué?
Skip Parker, Estados Unidos
Un agente de seguros llamó al consultorio médico donde presto mis servicios. Resulta que uno de los doctores había llenado un formulario para que un paciente se ausentara de su trabajo por enfermedad, pero, según el agente, había alterado la información. ¿Qué fue lo que lo delató? Cambió la fecha en que debía volver al trabajo al 30 de febrero.
J. L., Estados Unidos
Soy miembro del Ejército, y una vez que estábamos desplegados en Kuwait el general nos dijo que debíamos estar preparados para “cruzar a Irak en menos de 24 horas”.
Al escuchar esto, un teniente alzó la manó y preguntó:
—¿Se refiere a 24 horas de nuestra zona horaria o a la de Irak?
Jesse Kane, Estados Unidos
Fui jefe de un hombre que tenía una visión negativa de todas mis acciones. Si tomaba un día de descanso, decía que yo “nunca estaba allí”; si elogiaba el trabajo de alguien más, opinaba que era “poco y demasiado tarde”. Finalmente, decidió cambiar de empleo. Seis meses después me llamó por teléfono, con la esperanza de recuperar su puesto.
—¿Ha aprendido algo de esta experiencia? —le pregunté.
—Sí, que no debí renunciar a mi trabajo —admitió—. Usted es demasiado indeciso para despedirme.
Terry O’Connor, Canadá
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