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Google: ¿nos está haciendo enfermar?

Internet puede ayudarte a tomar decisiones informadas acerca de tu salud.

Internet puede ayudarte a tomar decisiones informadas acerca de tu salud. También puede hacerte creer que un simple dolor de cabeza es un tumor cerebral. Y en muchas ocasiones, no puede sustituir al médico.

Comenzaba casi siempre de la misma manera: sentía alguna molestia (dolor de estómago, digamos) mientras atravesaba el campus hacia su dormitorio. Una vez allí, Emma Murray*, estudiante de primer grado de psicología en la Universidad McGill, en Montreal, Canadá, abría su  computadora portátil, hacía una búsqueda de su síntoma en Google y leía durante horas. Consultaba sitios médicos —como MedlinePlus, WebMD y el de la Clínica Mayo— y comparaba las señales de alarma hasta que una punzada en la cara la hacía creer que era un ataque de apoplejía. Entraba a algún foro y descubría que su cansancio se debía a un lupus incipiente, a esclerosis múltiple o a la enfermedad de Addison, un raro trastorno de las glándulas suprarrenales.

Cuando su temor se hacía insoportable —en el momento en que, luego de hacer clic en interminables listas de síntomas, cada sensación le parecía una sentencia de muerte—, se detenía. Estás bien, pensaba. Apagaba la laptop y se acurrucaba en la cama, rodeada por fotos de amigos y familiares pegadas en las paredes de su habitación. Estaba bien, pero no podía dormir. La duda nunca la dejaba.

Emma no era un caso aislado. Encuestas realizadas en muchos países indican que cada vez más personas usan Internet para buscar información sobre salud. Sin embargo, algunos estudios muestran que, ante el alud de datos y consejos, uno de cada 20 usuarios de Google corre riesgo de convertirse en “cibercondriaco”: un individuo obsesionado con la idea de que padece las enfermedades que encuentra en línea. Aunque Internet puede ser muy útil para identificar información errónea, los resultados que una búsqueda arroja —los sitios web que se despliegan primero son los que más atención han recibido por parte de los usuarios— también pueden llevar a la persona a encontrar la explicación más drástica y menos probable de sus síntomas.

La cibercondría no es una condición médica reconocida oficialmente, pero un creciente número de investigaciones la sitúa como una variante de la hipocondría: el miedo obsesivo a contraer enfermedades graves, o la creencia de padecerlas ya. De acuerdo con la edición más reciente del Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales (DSM, por sus siglas en inglés), de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, la cibercondría es un trastorno de ansiedad. No se sabe a ciencia cierta cuál es su causa. Al parecer, es una combinación de predisposición hereditaria e influencia ambiental, y en la mayoría de los casos se manifiesta después de una enfermedad grave o una muerte dentro de la familia.

Los ataques de ansiedad de Emma Murray empezaron cuando tenía 13 años, justo después de la muerte de su madre. Su adolescencia fue un periodo de dolor, estrés y síntomas dramáticos e inexplicables: jaquecas palpitantes y dolores intensos. Los médicos le decían que todo estaba en su mente y rechazaban sus constantes solicitudes de análisis de sangre, hasta que finalmente le descubrieron un quiste de ovario y terminó en un hospital. Eso sólo empeoró las cosas. Emma ya no podía distinguir entre un dolor real y uno imaginario, y empezó a caer en pánico. “Cuando tienes ansiedad”, dice, “tu cuerpo puede hacerte sentir muchas cosas que no forzosamente están ocurriendo”. Pero en Internet sus miedos parecían bien fundados. Siempre había un sitio web al que podía acudir para confirmar que algo en ella andaba mal.

Los preocupones se han autodiagnosticado desde hace siglos, basando sus falsas convicciones de enfermedad en las teorías médicas de las que tienen noticia. En su libro Anatomía de la melancolía, de 1621, que compila las principales ideas filosóficas y científicas de esa época, el erudito inglés Robert Burton describió muchos síntomas de hipocondría (“calor, aires y gruñidos en las entrañas”, por ejemplo) que los europeos presentaban en ese entonces. “Algunos temen llegar a padecer toda enfermedad terrible que ven, escuchen o lean que otros tienen”, escribió, “y por ello no se atreven a escuchar o leer de esos temas”. La diferencia es que nuestras fobias ahora se nutren de una enorme cantidad de datos, muchos de ellos no validados, y todo con sólo hacer clic. Las personas antes se contentaban con hojear libros de texto médicos, pero hoy día disponen de estudios clínicos, foros especializados, comunidades en Facebook y avisos en Twitter.

¿Otra diferencia? La existencia de farmacias en línea significa que las personas pueden optar por tomar el asunto —y potentes medicamentos— en sus propias manos.

No tenemos que ser cibercondriacos para poner en peligro nuestra salud; basta con que confiemos en la información equivocada. Aunque la Red es una herramienta invaluable, los expertos en salud creen que las innumerables horas que las personas pasan en línea podrían estar haciéndoles más daño que beneficio.

Poss Upshur, médico canadiense, no podía creer lo que estaba oyendo.

—¿Doce mil dólares? —repitió—. ¿Para enviárselos a una empresa en Alaska? 

El tímido hombre de 76 años que estaba frente a él era paciente suyo desde hacía más de una década. Padecía fibrosis pulmonar, enfermedad en la que el tejido de los pulmones se hace grueso y rígido gradualmente y va dificultando la respiración. La afección casi siempre lleva a la muerte; no hay cura conocida. Lo único que el doctor Upshur podía hacer era mitigarle los síntomas: si el paciente no podía respirar, le daba oxígeno; si tenía una infección pulmonar, esteroides. El hombre llevaba 10 años con la enfermedad, y sabía que le estaba quitando lentamente la vida. Estaba desesperado por hallar un remedio milagroso, y esas pastillas prometían curarlo. Había dado con ellas en Internet y estaba decidido a comprarlas por 12,000 dólares. A pesar de sus modestos ingresos, no le importaba quedarse sin un centavo.

El doctor Upshur trabaja en el Hospital Sunnybrook de Toronto, y es investigador de medicina primaria. Al comienzo de su carrera, hace 25 años, trabajaba como médico familiar en el poblado de Chesley, Ontario. Los agricultores iban a verlo y le explicaban sus síntomas como podían. Él los examinaba, les hacía pruebas y les daba un diagnóstico. Ahora, dice, cuando atiende pacientes que navegan en Internet, tiene que “desdiagnosticarlos” para saber si en realidad están enfermos. Ellos se quejan de que padecen angina de pecho o algún trastorno de la vesícula biliar o del hígado, con base en los síntomas que encontraron en línea. “La gente pone en Google lo que está experimentando”, dice el médico. “La búsqueda arroja una larga lista de posibilidades, y las personas eligen la que les gusta más”.

Upshur no está en contra del uso de Google. De hecho, durante años alentó a su paciente de 76 años para que indagara en la Red sobre la fibrosis pulmonar, imprimiera la información relevante y se la mostrara en la consulta siguiente para discutirla. Quería que el hombre se sintiera partícipe de su propio cuidado, pero el amplio acceso a la información sobre salud en Internet ha tenido un inconveniente grave: autoproclamados “expertos” que, como tantos curanderos charlatanes del siglo XVIII que estafaban con pociones y polvos, se aprovechan de los enfermos, desesperados por aliviarse.

La osteoartritis, por ejemplo, es una dolorosa enfermedad de las articulaciones y causa frecuente de discapacidad crónica. Algunos medicamentos ofrecen alivio, y la cirugía de reemplazo articular también ayuda. Sin embargo, si buscas “cura de la osteoartritis” en Google, obtendrás más de 180,000 resultados. Para el ojo inexperto puede ser difícil distinguir entre los que provienen de estudios científicos y los de fuentes tendenciosas o falsas, a menos que se rastree la información hasta su origen. Incluso así, sin saber si investigadores independientes realizaron el estudio, es fácil caer en el engaño. Según investigaciones citadas por Microsoft en un estudio realizado en 2008, la mayoría de los investigadores no se molestan en verificar la validez de las fuentes; más alarmante aún, muchísimas personas confían en el asesoramiento que reciben en línea.

Por suerte, el paciente de 76 años de Upshur acudió a él antes de pagar una fortuna por una “cura milagrosa”.

—No hay ni una pizca de evidencia de que esas pastillas den resultado —le dijo el médico al hombre—. ¿En verdad cree que yo no le recetaría algo que pudiera curarlo?

Adicto a la información —como se define él mismo—, Upshur está pegado todo el tiempo a su iPad. Usa una aplicación llamada QxMD que revisa los índices de las revistas médicas y le indica qué estudios necesita leer. Upshur dice que utiliza Google unas 40 veces al día para tener acceso a los artículos de las revistas. Él no es el único: un estudio de 2011 reveló que 46 por ciento de los médicos de Estados Unidos entran a Internet para obtener información médica. “Si sabemos dónde están las fuentes fidedignas, les podemos sugerir a los pacientes que las consulten”, explica Upshur. Él ha recibido una lección de sus pacientes: ni siquiera los mejores médicos pueden mantenerse al tanto de todas las investigaciones. “Algunos pacientes me hablan de estudios que no he leído y que podrían ser útiles para su tratamiento”, dice.

De los pacientes que dijeron haberle planteado una hipótesis acerca de su enfermedad a su médico, 41 por ciento acertó, según el mismo estudio. Esa cifra indica que la mayoría de los pacientes hace conjeturas incorrectas, y algunos pueden estar tan seguros de su autodiagnóstico, que incluso evitarán consultar al médico.

El doctor Sean Cummings, quien escribe para el periódico británico Daily Mail, cuenta el caso de una paciente que tenía dolor de estómago y pérdida de peso, síntomas que atribuía a una dieta que había iniciado recientemente. Luego, cuando empezó a experimentar ardor al orinar, la mujer entró a Internet y concluyó que se trataba de una infección urinaria. No era así. Seis meses después, cuando por fin acudió a Cummings, éste descubrió que tenía cáncer cervicouterino en etapa avanzada.

Upshur teme que la creciente popularidad de la automedicación pueda tener consecuencias letales. El Centro de Medicina de Interés Público, un grupo estadounidense no lucrativo de defensa del paciente, calcula que el mercado mundial de medicamentos falsos tiene un valor de unos 75,000 millones de dólares y mata a unas 700,000 personas al año. Dada la velocidad con que aparecen y desaparecen, las farmacias en línea son difíciles de supervisar y regular. Muchos falsificadores se han vuelto expertos en imitar el diseño de los sitios web de las farmacias autorizadas, y algunos incluso piden a los usuarios escribir el número de su receta.

Según la Organización Mundial de la Salud, más de la mitad de los fármacos que se venden en sitios web que ocultan su dirección física son falsos; es decir, incluyen etiquetas apócrifas o contienen dosis o ingredientes incorrectos o insuficientes. Un estudio realizado en el Reino Unido reveló que 25 por ciento de las mujeres que buscan asesoría médica en línea compran fármacos en el mercado negro, y 10 por ciento de ellas enferman por ingerir esos productos.

Nuestras fobias ahora se nutren de una enorme cantidad de datos, muchos de ellos no validados, y todo con sólo hacer clic. Las personas antes se contentaban con hojear libros de texto médicos, pero hoy día disponen de estudios clínicos, foros especializados, comunidades en Facebook y avisos en Twitter.

 

¿En quién puedes confiar?

  • Prefiere los sitios web gubernamentales. Ahora bien, como pueden tener errores, verifica los datos en otros dos o tres sitios confiables.
  • Evita los sitios que se anuncien en muchos otros. Tienden a establecer diagnósticos rígidos y a fomentar los tratamientos farmacológicos.
  • En la medida de lo posible, rastrea la información que encuentres hasta su fuente original, ya sea un estudio o un informe en una revista médica.

 

Cómo ser un buen paciente

Qué hacer

  • Prepárate. Anota la frecuencia, intensidad y duración de tus síntomas antes de acudir al médico.
  • Sé asertivo. Los médicos tienen la obligación de escuchar tus preocupaciones.
  • Mantente al día sobre los nuevos estudios e investigaciones, sobre todo si padeces una enfermedad crónica. Es posible que encuentres algo que tu médico no haya leído.
  • Toma nota por escrito de las instrucciones y sugerencias de tu médico. En casa podrás revisar posteriormente las notas para refrescar tu memoria.

Qué evitar

  • Acudir al médico creyendo saber qué padeces. Limítate a decirle tus síntomas; o sea, concéntrate en darle información, no en emitir un autodiagnóstico.
  • Contradecir o criticar al médico. Si él se muestra abierto a la discusión, será mejor para los dos.
  • Dar demasiada importancia a opciones de tratamiento no ortodoxas. Habla con el médico sobre la validez de las “curas milagrosas”.
  • Salir del consultorio sin haber preguntado cuándo es la cita siguiente, y a qué síntomas debes estar atento que pudieran hacerte volver allí antes de esa fecha.
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