La gota es una enfermedad que va en aumento, pero los avances terapéuticos ofrecen ayuda a quienes la padecen.
En la primavera de 2013, Pawel Chrzanowski, un residente de Varsovia, Polonia, que entonces tenía 34 años, se encontraba en la casa de un amigo que estaba celebrando con unos tragos de licor el nacimiento de su hija. Más temprano Pawel había notado que le dolía un poco el dedo gordo de un pie, pero ahora está convencido de que la fiesta fue el catalizador de lo que ocurrió después.
Poco antes del amanecer del día siguiente, despertó con un intenso dolor en el mismo dedo: lo tenía caliente, enrojecido e hinchado. La incapacitante afección lo atacó dos veces más en el transcurso de los meses siguientes, hasta que logró controlarla con fármacos y cambios de estilo de vida. Tenía gota.
En el verano de 2012, mientras estaba de vacaciones, a Joke Huiskamp-Polderman se le hinchó tanto un pie que no le cabía en el zapato. Esta mujer de Velp, Holanda, hoy día de 67 años, tuvo otros seis o siete ataques de dolor hasta que, en enero de 2013, terminó en un hospital. Un reumatólogo le descubrió en la articulación del dedo gordo los distintivos cristales afilados de la gota.
Le dijo que la causa de ésta tenía que ver con sus genes, la presión arterial alta que padecía y su afición por la carne roja, los arenques y una o dos copas de vino cada noche con la cena. Joke también logró controlar la gota con medicación diaria.
Frantisek Kratochvil, de 69 años, de Zbraslav, República Checa, tuvo su primer ataque de gota hace dos décadas. Durante seis años se limitó a aguantar, pero poco a poco los ataques se hicieron más frecuentes y dolorosos, y le afectaron también el tobillo y ambas rodillas. Desde hace 12 años cuida su dieta y toma fármacos todos los días. Si no lo hace, la gota vuelve. “Ahora sé que es una enfermedad crónica”, señala.
Pawel, Joke y Frantisek son sólo tres de los millones de enfermos de gota que hay en el mundo. En cerca de 75 por ciento de los casos, la afección empieza en el dedo gordo de un pie, y muchas personas llegan a tener altos niveles de urato sérico durante años antes de sufrir el primer ataque, en el cual la articulación de repente se pone roja, caliente, hinchada y terriblemente dolorida.
Hasta el peso de una sábana puede resultar insoportable, y por una clara razón: durante un ataque de gota, miles de afilados cristales de ácido úrico —de tamaño microscópico— llenan la articulación, y duelen como si fueran astillas de vidrio.
Con el tiempo, si el nivel elevado de ácido úrico en la sangre no se reduce con un tratamiento, los ataques de gota pueden hacerse cada vez más frecuentes y extenderse a otras articulaciones hasta dañarlas.
Aunque la gota afecta sobre todo a hombres mayores de 40 años —cuatro veces más a menudo que a las mujeres menores de 65 años—, éstas se vuelven más vulnerables a ella después de la menopausia.
La gota es una de las formas más comunes de artritis, y alguna vez se le llamó “la enfermedad de los reyes”. A través de los siglos ha afectado a muchas personas célebres, como Enrique VIII de Inglaterra, Isaac Newton, Leonardo da Vinci y Charles Darwin.
Sin embargo, hoy día es una enfermedad de las masas: se calcula que entre uno y dos por ciento de la población de los países occidentales la padece. Además, la incidencia de gota se ha duplicado en los últimos 20 años, probablemente debido a la creciente epidemia de obesidad y a las dietas modernas abundantes en carne.
“La gota es un problema de salud pública cada vez más apremiante en el mundo desarrollado. Los enfermos sufren dolor intenso, limitación de actividades y reducción de calidad de vida”, dice la doctora Francisca Sivera, reumatóloga del Hospital General Universitario de Elda, España. Pero a pesar de que el diagnóstico y el tratamiento están claramente establecidos desde hace dos décadas por lo menos —agrega—, hasta 80 por ciento de los enfermos no reciben la atención y el tratamiento adecuados.
Sivera es la autora principal de un artículo publicado en 2013 que establece una serie de recomendaciones multinacionales para el manejo y tratamiento de la gota.
Estas recomendaciones, derivadas de una iniciativa llamada “3e” (por Evidence, Expertise, Exchange: “evidencia, experiencia, intercambio”), dirigida por la profesora Désirée van der Heijde, de Holanda, fueron aprobadas por 474 reumatólogos expertos en gota de 14 países, entre ellos Italia, Canadá, Australia, Brasil y México.
Todos producimos ácido úrico y eliminamos la mayor parte a través de la orina, pero los gotosos o producen un exceso de este ácido o sus riñones no lo eliminan en la cantidad debida.
Si uno de tus familiares cercanos tuvo gota, es muy probable que llegues a padecerla también; sin embargo, puedes reducir el riesgo de contraerla si evitas subir de peso y disminuyes tu consumo de estos alimentos y bebidas:
Aunque muchos médicos consideran que pueden diagnosticar la gota con sólo ver una articulación enrojecida, hinchada y dolorida, especialmente en el dedo gordo del pie, y si bien esto, aunado a un análisis de sangre que indique una concentración de urato sérico superior a 6.8 mg/dl, es altamente sugerente de gota, las recomendaciones multinacionales indican que para poder diagnosticar la enfermedad en definitiva el médico debe tomar una aguja y extraer cristales de ácido úrico de la articulación.
“Es una de las pocas enfermedades que se pueden diagnosticar en el consultorio. Uno extrae tejido de la articulación, lo examina bajo el microscopio y ve si hay cristales”, explica Christopher Burns, reumatólogo de la Facultad de Medicina del Dartmouth College, en New Hampshire.
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