La otra noche invitamos a una pareja a cenar (amigos de unos amigos), y al principio la mujer parecía una persona encantadora; después, empezó a acaparar la conversación. Al cabo de un rato nos dimos cuenta de que nunca se callaría, y luego vimos que su esposo tenía la cabeza inclinada en un ángulo extraño: se había quedado dormido en plena charla. Suertudo.
Lo sorprendente no es que algunas personas hablen demasiado, sino que parecen no captar ni las señales más evidentes: el esposo dormido, por ejemplo.
Hay dos tipos básicos de lenguaraces. El primero en realidad puede resultar entretenido porque depende de nuestro reconocimiento; la única manera en que tiene éxito es a través de sus oyentes. El segundo tipo es aquel que teme que, si la gente deja de escucharlo, él dejará de vivir. Adolece de un problema que los psicólogos atribuyen a la soledad, la inseguridad e incluso a la arrogancia.
Art Markman, profesor de psicología en la Universidad de Texas y autor del libro Smart Change (“Cambio inteligente”), dice que los conversadores que no paran nunca “necesitan la interacción social para sobrevivir, de manera que buscan conectarse con alguien, sin importar quién sea. Huelen la interacción social y caen en una verbosidad irrefrenable”.
Una vecina nuestra es de esas parlanchinas extremas; todo el mundo huye en cuanto la ve venir, para no atraer su atención y que empiece a decir cosas como “A mi nieto lo acaban de ascender, y no sabes lo que cuesta obtener un ascenso en su trabajo. La única manera de obtenerlo es…” Eso no es plática; es una agresión. Los locuaces atracan a los oyentes: les roban el tiempo.
Si alguna vez te toca lidiar con uno de ellos (y te tocará, créeme), prueba estas estrategias prácticas:
Para disuadir a los verbosos, “añade la palabra límite a tu vocabulario”, dice Jennifer Kalita, directora general de Vesta Group, firma consultora de comunicaciones en Washington, D.C. “Al comienzo de una junta dije: ‘Mi límite son las 3 de la tarde, así que vamos directo al grano’”. Como límite suena a que está grabado en piedra, eso dará resultado.
Otra idea es mantener al locuaz concentrado en el tema haciéndote el tonto, aconseja la psicoterapeuta LeslieBeth Wish. “Di: ‘Me gusta lo que dices, pero quiero asegurarme de estar entendiendo bien’”. Así obligarás a la persona a enfocarse.
Si tu amigo de toda la vida es un parlanchín incurable y no quieres que se ofenda, “planea actividades donde no se permita hablar”, dice Kalita.
“Vayan al cine en vez de a cenar. Tomen un taller juntos en lugar de ver un partido, o una clase de zumba en vez de salir a almorzar”.
“Mi mamá y yo veíamos la televisión mientras papá hablaba sentado en su sillón”, recuerda la escritora Jess Kennedy Williams. “Aprendimos a bloquearlo hasta que su tono de voz sonaba a pregunta, y entonces decíamos ‘Sí, lo sé’, o lo que fuera”.
Hay muchas formas de mantener la paz familiar. La mejor es simplemente mantenerse ocupado mientras los parlanchines hablan, para no sentir que se está perdiendo el tiempo. Dobla la ropa limpia, pinta la cocina o teje una bufanda.
Para saber si te cuentas entre los habladores compulsivos, examina tus hábitos de conversación. “Cuando tus amigos hablan, ¿realmente los escuchas, o sólo piensas en lo que vas a decir a continuación?”, señala Kalita. “Si un amigo te cuenta una historia sobre un animal salvaje, ¿le cuentas otra acerca de un animal más feroz e impresionante?”
Una señal más clara: ¿le haces preguntas? ¿O comentas cosas como “Eso es horrible. Deja que te cuente lo que me pasó a mí hoy”? Una conversación genuina implica escuchar, asentir con la cabeza, mostrar sorpresa o empatía; básicamente, todo lo que hace un buen entrevistador que se precia de serlo.
Hay, sin embargo, un caso en el que tienes todo el derecho de acaparar la conversación: cuando tienes un agobio emocional. Si perdiste el empleo, si tu perro murió, si tu hija acaba de comprometerse en matrimonio o si fuiste elegido para ocupar un cargo público muy importante, habla con entera libertad sobre tus sentimientos y preocupaciones.
Eso sí, no te olvides de agradecer a quienquiera que te esté escuchando por su tiempo y atención.
Descubre por qué no debes quedarte sentado más de lo necesario.
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