Héroes del Huracán

Rendimos homenaje a cuatro personas —entre muchas otras— que dieron todo por sus vecinos, por los niños y por desconocidos que necesitaban ayuda.

Un 29 de octubre, el huracán Sandy azotó la costa este de Estados Unidos con vientos devastadores y provocó inundaciones nunca antes vistas.

 

Hombre al rescate bajo la tormenta

Cuando Jack Buzzi miró por la ventana de la casa de sus padres durante el clímax de la tormenta, en la costa de Nueva Jersey, vio algo terrible: la casa de los vecinos flotaba sobre una marejada que había desbordado la bahía de Barnegat e inundado la zona. Parte de la planta alta se había venido abajo, y el resto de la casa estaba en ruinas. Al mismo tiempo, Buzzi estaba hablando por teléfono con su amigo Jack Ward, cuya hermana, Kathey, de 60 años, era dueña de la casa a la deriva. Los dos temían que ella estuviera en peligro.

Tras colgar la bocina, Buzzi, que se había refugiado con su prometida, Melissa Griffith, para sortear el huracán, se puso botas y un impermeable, tomó una linterna y dos chalecos salvavidas, y salió. En una pausa de la tormenta, con el agua hasta las rodillas, caminó hacia lo que quedaba de la casa de Kathey. La llamó a gritos entre el rugido del viento, pero ella no respondió. “El techo se había desplomado”, refiere Buzzi. “Pensé que estaba muerta”.

Volvió a caminar entre el agua hasta la casa de sus padres y se comunicó con Ward. Éste le dijo que por fin había conseguido hablar por celular con su hermana. Estaba atrapada, pero ilesa. Buzzi salió nuevamente y encontró a Kathey sobre una tabla de madera que había sido parte de una puerta de la planta alta de su casa. “Estaba sorprendentemente tranquila”, cuenta Buzzi.

—Sabía que vendrías por mí —le dijo ella.

Se había quedado sentada en la única habitación que no sufrió daños al venirse abajo el techo. Buzzi le dio un chaleco salvavidas y la condujo entre el agua hasta la casa de sus padres.

La mañana siguiente, Buzzi y Kathey usaron un kayak para rescatar a la hermana de ésta, Mary, y a su novio, Dave O’Hara, quienes habían quedado atrapados en el desván de la cabaña inundada de Mary.

Mientras se alejaban de allí remando, Buzzi divisó a Nick Spino, un carpintero local. “Había pasado toda la noche sobre el techo de su vecino”, dice Buzzi.

Aunque el sótano de la casa de sus padres estaba inundado, Buzzi les dio albergue a seis vecinos hasta que fueron evacuados, cinco días después.

“Es la naturaleza humana, ¿cierto?”, señala. “Brindarnos protección unos a otros”.

 

Como si fueran sus propios hijos

Al ocurrir el apagón, las enfermeras de la unidad de terapia intensiva neonatal del Centro Médico Lagone de la Universidad de Nueva York, en el Bajo Manhattan, no esperaron a que se activara la planta de energía de emergencia del edificio: todas se pusieron en acción de inmediato. 

Sandra Kyong Bradbury, de 30 años, y sus compañeras sabían que para los 20 bebés a su cuidado —algunos de ellos conectados a respiradores— incluso una falta breve de energía eléctrica podía ser letal. Usando linternas y la luz de sus teléfonos celulares, corrieron a revisar los signos vitales de los recién nacidos y a inflar manualmente las bolsas de los respiradores. “Por fortuna, era el cambio de turno, así que había suficientes enfermeras en la unidad”, cuenta Sandra.

Luego, aunque las calles estaban inundadas, les dijeron que sacaran rápidamente a los bebés del hospital. “Tuvimos que evacuarlos con las sondas y los respiradores conectados”, dice Sandra. “Se requirió mucha coordinación”.

Mientras los policías, los estudiantes de medicina y los bomberos iluminaban las escaleras, Sandra empezó a bajarlas llevando en brazos a un bebé prematuro envuelto en una manta. Hazlo despacio, se decía. Da cada paso con cuidado; no vayas a resbalar y caer. Una vez que las enfermeras llegaron al vestíbulo, subieron con los bebés a las ambulancias que esperaban afuera, junto con los médicos y los padres de los pequeños. “Como los teníamos en brazos, pudimos vigilar constantemente su respiración y ritmo cardiaco”, dice Sandra.

Gracias a ella y a sus colegas, los 20 recién nacidos fueron trasladados sin incidentes a otro hospital de la zona. “Todos los días cuidamos bebés”, añade Sandra. “Esta experiencia mostró que los protegemos como si fueran nuestros propios hijos”. 

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