La paciente de la enfermera Holly O’Brien sólo pretendía ser amable. Tal vez no sabía que Corea del Sur tiene más de 50 millones de habitantes y que en Estados Unidos viven más de 1.7 millones de personas de origen coreano.
Simplemente, le parecía curioso que Holly no conociera a Meagan Hughes, otra enfermera coreanoestadounidense que trabajaba en el mismo piso —y en el mismo turno— en el Hospital Doctors de Sarasota, Florida.
Según el Herald Tribune de Sarasota, la paciente le dijo a Holly: “Deberías hablar con ella. Quizá sean del mismo pueblo”.
Recuerda que una noche, cuando tenía unos nueve años, despertó de un sueño gritando: “Mi papá murió. Tengo una hermana. Necesitamos encontrarla”
Cuando Holly y Meagan por fin se conocieron, descubrieron que sí había coincidencias en sus vidas. Las dos eran enfermeras asistentes; ambas fueron niñas huérfanas que habían sido adoptadas por familias estadounidenses, y su razón para haber acabado en un hospicio también era la misma: abandono.
“Así que le dije: ‘Sé que es una locura, pero ¿cuál era tu apellido coreano?’”, cuenta Meagan, hoy de 45 años. “Apenas contestó que Shin, exclamé: ‘¡No puede ser! Ése es mi apellido [coreano] también’”.
De pronto, las coincidencias dejaron de ser sólo curiosas. De hecho, Holly, de 47 años, durante mucho tiempo presintió que tenía una media hermana en Corea. Aunque su madre desapareció cuando ella era bebé y a su padre lo arrolló un tren cuando tenía apenas cinco años, recordaba haber vivido un breve tiempo con su padre, la segunda esposa de él y una bebé. Luego Holly fue adoptada por una amorosa familia de Alexandria, Virginia, pero nunca se olvidó de su infancia en Corea.
Recuerda que una noche, cuando tenía unos nueve años, despertó de un sueño gritando: “Mi papá murió. Tengo una hermana. Necesitamos encontrarla”. La familia adoptiva se puso en contacto con el orfanato coreano, pero no había registro de ninguna hermana.
Decidieron hacerse pruebas de ADN. Dos semanas después, Holly recibió un mensaje electrónico con el resultado.
A Meagan no la agobiaban recuerdos persistentes; a ella la afligía no tener ninguno. Una familia de Kingston, Nueva York, la adoptó cuando ella tenía cuatro años, así que no recordaba a sus padres biológicos. “Toda mi vida ha sido una incógnita, un vacío”, dice. La coincidencia de conocer a Holly le ofrecía la oportunidad de llenar los espacios en blanco.
En 2015 las enfermeras decidieron hacerse pruebas de ADN. Dos semanas después, Holly recibió un mensaje electrónico con el resultado: el ADN coincidía; eran medias hermanas. “No podía creerlo”, dice Meagan. Holly estaba impactada, pero también sentía alivio.
“En el fondo de mi corazón, siempre lo supe”, señala. “Sabía que ella estaba en algún lado”. A más de 12,000 kilómetros de Corea del Sur y luego de cuatro largas décadas, por fin habían encontrado la pieza de su pasado que faltaba: trabajaba a unos cuantos metros de ella.
Hoy día las hermanas usan collares iguales, cada uno con un dije en forma de corazón. “Le regalé a ella uno de plata y yo me compré uno de oro”, cuenta Holly. “Ella siempre será mi corazón”.
Holly se ha divorciado dos veces y vuelto a casar, pero no tiene hijos, por eso el reencuentro con su hermana menor ha sido especialmente valioso para ella. En un instante, se ha convertido en tía de las dos hijas de Meagan.
A pesar de lo mucho que quiere a la familia que la crió —Holly tiene ocho hermanos y hermanas adoptivos—, tener un vínculo biológico en esta etapa de su vida la llena de alegría. “Tengo la firme convicción de que Dios debe de…”, dice, y por unos momentos el llanto ahoga su voz, como si limpiara los 40 años de separación de las hermanas. “Bueno, no importa lo que haya sido. Creo que debo de haber hecho algo bueno en mi vida”.
Foto: Michelle Bruzzese
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