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Historias de milagros: “No sé si sabe lo afortunado que fue”

El socorrista Chris Trokey ayudó a salvar la vida del doctor Michael Shannon, a quien luego reconoció como el pediatra que tuvo en su infancia.

Eran las 5:45 a.m. de un día de marzo de 2011, y el doctor Michael Shannon conducía hacia la playa por la Autopista Costera del Pacífico, en California. Conocía bien esa ruta, pues todos los martes la tomaba para ver a un amigo y hacer una caminata juntos.

Mientras se dirigía hacia el puerto de Dana Point, un manchón blanco de pronto le bloqueó la vista: un camión semirremolque estaba entrando a la autopista. Shannon no pudo hacer nada. “Seguramente solté algunas palabrotas en mi mente”, cuenta. “Recuerdo el impacto y el ruido de vidrios al romperse. Después, todo quedó quieto y en silencio”.

Shannon no perdió la conciencia. Tras el choque, lo primero que pensó es que estaba vivo; luego, que tenía que salir de allí cuanto antes. Algo se estaba quemando. Sentía calor en las piernas y los pies, que estaban atorados debajo del tablero aplastado. No se podía mover.

Llegó ayuda casi de inmediato: una brigada del departamento de bomberos del condado de Orange arribó en menos de dos minutos. Cuatro hombres tripulaban el camión 29 —dos de ellos socorristas—, y esa mañana volvían a la estación cuando recibieron el aviso. Se sentían agotados tras haber trabajado toda la noche, pero resultó providencial que ya estuvieran en el camión, listos para actuar.

Al llegar al sitio del accidente, el socorrista Chris Trokey, de 30 años de edad y ocho como bombero, se percató de que la situación era grave. Todo el frente de la camioneta de Shannon estaba incrustado bajo la parte trasera del camión. Del motor brotaba humo y una llama roja, y Chris sabía que podía explotar en cualquier instante. Sorprendentemente, el conductor parecía estar tranquilo. “No estaba aterrado ni dando gritos”, refiere el socorrista. “Sólo pedía que lo sacáramos de allí”.

A Shannon le parecía que se le estaban quemando los pies. Sentía cómo la tela sintética de sus zapatos deportivos se derretía sobre los dedos. La brigada actuó rápidamente. “Alguien me pasó un extinguidor por la ventanilla”, cuenta el médico. “Creo que solté otra palabrota y pedí una manguera”. Los hombres le pasaron una manguera para incendios, y él sofocó las llamas dentro del vehículo.

Los bomberos apagaron el fuego del motor y pidieron refuerzos; necesitaban herramientas especiales para abrir la camioneta. Entre tanto, Chris llamó al Hospital Mission de Laguna Beach para alertar al equipo de traumatología. Al cabo de 20 minutos, con la ayuda de otra brigada de bomberos y unas tenazas hidráulicas, abrieron la Chevy Suburban, y en cuestión de segundos colocaron al conductor en una camilla. Sentado junto a él en la parte trasera de la ambulancia, Chris se puso a pensar en el nombre del herido: Michael Shannon.

El socorrista se preguntó si aquel hombre podría ser el mismo que le salvó la vida a él 30 años antes, cuando era un bebé prematuro aquejado de una fiebre peligrosamente alta, y sus padres, muy asustados, lo llevaron a la misma sala de urgencias a la que se dirigían en aquellos momentos. ¿Sería el mismo médico que durmió a su lado en el hospital hasta que lo dieron de alta? Al mirar el rostro de Shannon, tuvo la certeza de reconocerlo, pero no le dijo nada en todo el trayecto. “Quería concentrarme en prestarle auxilios”, explica Chris.

Le dije: ‘¿Se acuerda de mí?’ Usted se quedó conmigo cuando yo era un bebé

En Junio de 1986, Chris Trokey se adelantó 10 semanas en venir al mundo. Su padre, Mike, dice en broma que su hijo adora las ambulancias porque estuvo a punto de nacer en una de ellas. Mike y su esposa, Dee, fueron al Hospital Mission después de que a ella se le rompió el saco amniótico. Una ambulancia los trasladó al hospital de la Universidad de California en Irvine, situado a 40 kilómetros de distancia. Ése era el único hospital de la región que contaba con una unidad de terapia intensiva neonatal (UTIN). Les dijeron a los Trokey que su bebé tenía sólo 50 por ciento de probabilidades de sobrevivir.

Con un peso de 1.4 kilos al nacer, el bebé cabía en la palma de la mano de Mike. Pero Chris resistió y respiró sin ayuda en cuestión de horas. Mientras estuvo en la UTIN, sus padres se trasladaban entre Irvine y su hogar, en Dana Point. Durante esas primeras semanas de angustia, Mike y Dee buscaron un pediatra de la ciudad que tuviera experiencia en los problemas de salud que suelen tener los bebés prematuros.

Mike trabajaba como coordinador de programas en el distrito escolar del valle de Saddleback. Mientras revisaba los expedientes de los alumnos, notó un nombre que se repetía: doctor Michael Shannon. Cuando los Trokey lo conocieron, el médico les cayó bien por su sencillez, la confianza que inspiraba, su cabello largo y la ropa juvenil que llevaba puesta. “Era el tipo de hombre con el que uno podía hablar como si fuera su hermano”, recuerda Dee, “pero uno tenía la certeza de que era capaz de lograr todo”.

Siete semanas después dieron de alta a Chris, y sus padres lo llevaron al consultorio de Shannon para que lo examinara. El bebé estaba bien, pero al cabo de dos semanas le dio una fiebre que Shannon calificó de “elevada”: peligrosa para un recién nacido y potencialmente letal para un bebé prematuro. Los Trokey se mantuvieron en contacto con el pediatra a medida que aumentaba la fiebre del niño, y luego el médico sugirió reunirse con ellos en el Hospital Mission.

Dee estaba destrozada. Tras haber visto a su bebé en riesgo de morir y luego de pasar casi dos meses separada de él, aquella fiebre sólo hacía más grande su angustia. En el Hospital Mission, Shannon tomó a la familia Trokey bajo su cuidado. No había UTIN allí en aquel entonces, así que “los pediatras se ocupaban de la terapia intensiva”, dice Shannon.

Éste tomó una muestra de sangre de Chris para analizarla, y le hizo una punción lumbar al niño para descartar meningitis; luego le administró antibióticos por vía intravenosa, y envió a los padres a dormir. Les dijo que él cuidaría de su hijo. Se quedó dos noches al lado de Chris, y al tercero, Mike y Dee volvieron a casa con su bebé.

A Chris sus padres le contaron muchas veces que el doctor Shannon durmió a su lado en el hospital hasta que estuvo a salvo. Se lo contaban una y otra vez por ser el desenlace más feliz de la situación más desesperada de su vida. Chris siguió siendo paciente de Shannon hasta la adolescencia.

Tras el accidente, como un eco de lo sucedido 30 años antes, Chris se quedó al lado de Shannon en la unidad de traumatología durante algunos minutos. “Le dije: ‘¿Se acuerda de mí?’ Usted se quedó conmigo cuando yo era un bebé’”, cuenta el socorrista. Shannon había sufrido perforación de intestino delgado y quemaduras de segundo y tercer grados en los pies (hubo que amputarle parte de un dedo), y tenía trozos de vidrio incrustados en la piel.

Shannon recordó el apellido Trokey al instante. Aunque ha atendido a infinidad de niños, no olvida a los que más lo necesitaron. Pero si Chris y él se hubieran cruzado en la calle, no se habrían reconocido. Shannon ahora tiene 72 años y el pelo corto. Chris mide 1.92 metros de estatura, pesa 88 kilos y no se parece en nada a la criatura frágil que alguna vez fue.

Aunque ha atendido a infinidad de niños, no olvida a los que más lo necesitaron.

Un día después de la operación de Shannon, Chris y sus compañeros del camión 29 fueron a visitar al pediatra al hospital. Esto no es común. Como bomberos y socorristas, salvar vidas es lo normal para ellos, pero el caso de Shannon era distinto por su roce con la muerte (“No sé si sabe lo afortunado que fue”, dice Chris) y por la asombrosa coincidencia.

Ninguno de los dos es creyente, pero el hecho de que uno se haya presentado en la vida del otro en un momento crítico, lo haya cuidado hasta que estuvo a salvo sin esperar nada a cambio, y luego el otro le haya devuelto el favor cuando más lo necesitaba, les ha infundido a ambos fe en un poder superior.

Shannon y Chris son personas ocupadas: el primero atiende pacientes cuatro días a la semana, y el segundo trabaja tres turnos de 24 horas a la semana. Pero todos los años, en el aniversario del accidente, se reúnen para almorzar. Y en 2015 Chris se convirtió en papá de un bebé. Se llama Porter, y no ha tenido ningún problema serio de salud hasta ahora. El doctor Shannon es su pediatra. 

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