Una fría noche de marzo de 2014, en Lucedale, Mississippi, Ann Bosche, de 53 años, estaba parada a la puerta de su casa mientras su perrita, Gracie, hacía sus necesidades. De pronto Gracie olió un intruso bajo un arbusto y ladró. Ann se agachó y vio unos ojos verdes.
“Hola”, dijo, y entonces oyó un maullido. Ann, que ya tenía dos gatos en casa, Bosco y Junior, entró a la casa por un tazón de comida, y lo puso junto al arbusto.
La noche siguiente el gato regresó. Ann volvió a darle comida, esta vez con el tazón más cerca de la casa. Una semana después, el misterioso minino se dejó ver. Tenía el pelo largo, y una cola afelpada rematada por una punta blanca. Ann lo llamó Fancy.
Pronto, Fancy ya entraba y salía de la casa cuando quería. Sin embargo, el esposo de Gene decía que el gato debía tener otro hogar. “No necesitamos otra boca que alimentar, y las cuentas del veterinario son caras”, alegó. A regañadientes, Ann cedió.
El trayecto en auto al refugio de animales fue triste. Ann lloraba, y Fancy también. Es tan bonito y adorable, pensó ella para consolarse. Alguien más querrá adoptarlo.
Un mes después, Ann despertó al oír la voz de Gene. Se levantó y fue a ver a cuál de sus mascotas le estaba hablando… y vio una cola con la punta blanca. Un Fancy flaco corrió hacia ella a través de la sala.
Cuando preguntó al refugio qué había ocurrido, le dijeron que Fancy se había escapado 20 minutos después de que ella se marchó, cuando abrieron la jaula para darle de comer. De algún modo, a lo largo de ese mes, el gato había recorrido cinco kilómetros —cruzando vías de tren, calles muy transitadas y barrios peligrosos— hasta llegar a la casa de los Bosche.
“Este gato pertenece aquí”, dice Ann, e incluso Gene está de acuerdo. “No importa cuánto tiempo llegue Fancy a estar aquí”, añade. “Van a ser los mejores años de su vida”.
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Ashley Lewis
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