A mediados de los 80, mi dúo de jazz acababa de terminar una exitosa temporada en Londres y nos habían contratado por seis meses en el Golden Hat Piano Bar de París. Una noche, justo antes de terminar nuestra presentación de la una de la madrugada, y cuando la multitud había disminuido, un joven vestido con jeans y chaqueta de piel entró con su pequeño compañero. Escogió una mesa cerca de la banda y pidió un coctel para él y un jugo de naranja para su amigo.
Se sentaron a escuchar la música. Cuando terminamos el número, el pequeño, que vestía un overol y una gorra de cuadros rojos, puso su jugo de naranja sobre la mesa con mucho cuidado y ambos aplaudieron con entusiasmo.
Bueno, no podíamos bajarnos del escenario con ese par de clientes tan encantadores disfrutando de la música, así que tocamos otra media hora y deleitamos a nuestro público, pequeño pero selecto. Lo memorable de la ocasión fue que el amable joven podría haber sido de cualquier parte, pero su pequeño compañero ¡era un chimpancé! Sin duda, ¡solo en París!
—Leigh Weston
Mi gato, Tiger, detesta que use la tableta electrónica porque le roba mi atención. Una vez me caí en casa y estuve tirado en el piso 16 horas. En todo ese tiempo no pude moverme, ni alcanzar el teléfono para pedir ayuda. Tiger se quedó a mi lado hasta que, de pronto, desapareció bajo mi cama.
“¿Qué estará tramando?”, me pregunté. Para mi sorpresa, comenzó a empujar algo hacia mí. Era mi tableta, que se había caído al piso debajo de la cama sin que me diera cuenta. Tal vez Tiger no sabía lo que era, pero sabía que me hacía feliz.
Gracias a Tiger pude llamar a un amigo, quien enseguida avisó al servicio de urgencias. Pasé los siguientes ocho días en el hospital recuperándome. En agradecimiento, al volver a casa, compré un salmón para Tiger.
—Ray Betteridge
Hace unos años, tras una larga mañana de turismo en Nueva York, mis hijos y yo nos sentamos a descansar en un banco en Central Park.
“¡Miren!”, exclamó mi hijo, señalando un contenedor de basura. Esa fue la primera vez que vimos a un mapache. Muy a gusto en la gran ciudad, ni nos prestó atención, solo estaba concentrado en encontrar un rico almuerzo. Revisó algunas opciones antes de emerger con un sándwich envuelto entre las patas.
Satisfecho, saltó y caminó tranquilo a un lugar en el camino de grava, apenas a un metro de donde estábamos sentados. Los niños estaban fascinados; el mapache era más entretenido que cualquier atracción turística.
Nos miró, quizá para asegurarse de que no fuéramos a robar su comida. Con sus dedos delicados, quitó la envoltura plástica hasta destapar el sándwich a medio comer. Entonces nos sorprendió a todos: en lugar de empezar su almuerzo, se dirigió a un charco de lluvia cercano y sumergió las manos. Con aire distraído, se frotó las extremidades bajo el agua por un momento, se arregló los bigotes y comenzó a disfrutar su manjar.
—Elizabeth Strachan
Tengo a Zeke, mi nuevo perro guía, desde 2011. Es un labrador negro muy cariñoso. Por desgracia, Zeke puede llegar a ser demasiado entusiasta, lo que molesta a Cocoa y Latte, mis dos gatos birmanos.
Un día que Zeke la había hecho enfadar, Latte esperó a que se acostara antes de buscar venganza. Escaló un librero de 1.80 metros de altura que estaba justo detrás de la cama de Zeke y se puso tras una maleta que estaba encima. Una vez en posición, caminó de un lado a otro, usando todo su peso para empujar la valija. Con un fuerte golpe, esta cayó por el borde.
Zeke se despertó sobresaltado y esquivó el objeto que caía antes de que llegara al suelo. Pensé que había sido un accidente, pero Latte lo hizo de nuevo dos semanas después, cuando Zeke había vuelto a irritarla. Fue hasta el tercer intento que decidí cambiar la cama de Zeke a un sitio más seguro. Zeke no ha vuelto a molestar a Latte.
—Kathryn Beaton
Una helada mañana de junio, nos despertamos a eso de las 7:30 a. m. y vimos que nuestra querida cabra Clarabelle, que estaba algo atrasada, había dado a luz y perdido a su bebé. Era su segundo embarazo. El año previo tuvo gemelos; esta vez solo había uno y estaba muy angustiada. Sus grandes ojos me miraban con tristeza.
Quizá lo más memorable que ocurrió esa mañana fue la procesión de animales que entraba y salía del corral para dar sus condolencias a Clarabelle por su pequeña, a la que llamamos Rosie. Entraron gatos, gallinas, patos y, por supuesto, otras cabras.
Su mejor amiga, Annie, entró con sus gemelos recién nacidos, mientras que Gus y Roddy, nuestros machos cabríos, miraban desde su corral.
No hubo pleitos, el silencio era algo nunca antes visto; todos los animales estaban muy tristes. Nuestra gata Tabitha incluso lamió al bebé y se frotó contra Clarabelle, algo que normalmente no hacía. Los pájaros, callados, miraban desde los árboles y el ambiente estaba lleno de dolor. Es algo que jamás olvidaré.
Dejamos que Clarabelle “llorara” a su bebé por un día. No quería dejarla. Estaba inquieta, lloró por días y no quería comer nada. Le llevó dos semanas o más superar el duelo.
—Tracey Ney
Hace años tuvimos un setter inglés llamado John, que sufría de infecciones y dolor de oídos. Estaba constantemente en tratamiento y le encantaba que le rascaran las orejas, lo que por lo visto hacía que se sintiera mejor.
Un día, Chloe, la cerda de mi hermano, estaba en el patio delantero con John. Cuando John se echó para dormir, Chloe se acercó trotando y comenzó a frotarle detrás de las orejas con el hocico. Él gimió aliviado y Chloe siguió rascándole con entusiasmo.
Desde ese día, cada vez que el perro se echaba, Chloe corría a rascarle. Tal vez los animales tienen un sexto sentido y el suyo le decía que John necesitaba un masaje.
—Paula Glennie
En la década de 1970, yo era el cuidador de animales carnívoros de un gran zoológico británico, donde ocurrió una de las primeras reproducciones exitosas de oso polar en cautiverio.
Durante los tres meses que siguieron al nacimiento, dejaron tranquilos a la madre y a su osezno. Pasado este tiempo, los liberaron en el recinto exterior, Sin embargo, su piscina había sido drenada y rellenada con una gruesa capa de paja.
Una multitud de personalidades, celebridades y periodistas se reunió para presenciar la primera aparición en público del cachorro. Tan pronto como la madre y el hijo salieron, el osezno comenzó a explorar y, tambaleándose, subió por una rampa que conducía a una plataforma de clavados, a unos cinco metros sobre la piscina. De pronto, la gruesa capa de paja parecía insuficiente.
Todos contuvieron el aliento cuando el cachorro se asomó al abismo, se inclinó aún más hacia delante y perdió el equilibrio. Indefenso, había logrado aferrarse al borde de la plataforma con las patas delanteras. Al darse cuenta de su situación, soltó un chillido de angustia.
Su madre había estado explorando el otro lado del recinto, completamente ajena al predicamento de su cría. Ante el chillido de angustia, corrió a toda velocidad, saltó a la piscina, se alzó sobre las patas traseras justo debajo de él y estiró las patas delanteras. El cachorro se soltó de la plataforma y se dejó caer en las extremidades delanteras de su madre. Ella lo colocó con cuidado sobre la capa de paja y luego le dio un coscorrón en la oreja antes de regresar a explorar el recinto.
—Nicholas Ordinans
Nuestro perico Chip y Goldie, una gatita carey callejera que adoptamos, llegaron a ser los mejores amigos; comían y jugaban juntos. Entonces yo era miembro de una organización de conservación de aves y solía cuidar aves lesionadas. Goldie ayudó a criar a muchos pájaros nativos heridos y huérfanos; era su protectora.
Un día, fue Chip quien necesitó la supervisión de Goldie. Yo había dejado un tazón grande de masa descubierto en la cocina. Cuando salí de la habitación, Chip subió a dar una probada, pero enseguida cayó y se hundió. Por fortuna, Goldie estaba cerca; metió la cara en el recipiente y pescó a Chip. Le limpió cara y pico para que pudiera respirar y luego corrió a alertarme con un fuerte maullido.
Seguí a Goldie, también cubierta de masa, a la cocina y encontré a un periquito sucio en el suelo. Tras ser lavado, secado y calentado, Chip se recuperó por completo. Desde entonces, los tazones siempre están cubiertos y Goldie y Chip siguen siendo los mejores amigos.
—Anne Marr
Hace años, mi amigo Julius rescató a una cacatúa herida a un costado de la carretera y la adoptó como mascota. Como el veterinario tuvo que amputarle un ala, no pudo regresar a la naturaleza. Pronto, cacatúas silvestres llegaron a visitarla y un amoroso macho logró entrar a la jaula.
“Mamá” Cocky pronto quedó embarazada, pero como no podía volar, “papá” Cocky cedió su libertad y construyó un nido en el patio trasero, del que ahuyentaba a todos los que se acercaban a su novia. Cuando a “bebé” Cocky le salieron plumas, se dedicó a volar con su padre, dejando atrás a mamá. Todas las tardes, ella chillaba hasta que volvían a casa.
La familia permaneció junta, y cada noche, mamá y papá se acicalaban uno al otro con cariño. ¡Eso es amor!
— Colin Stringer
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