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Hola Adiós

Tres encuentros breves pero memorables de jefes políticos y estrellas de la farándula.

Elvis y Nixon

A finales de 1970 Elvis Presley está muy preocupado por los asesinatos políticos, las protestas antibelicistas, la falta de respeto a la autoridad y la prevalencia de las drogas. Las muchas sustancias que él mismo consume exacerban su paranoia.

Ir de compras lo relaja. Lo que más le gusta es adquirir armas, autos y joyas, y no sólo para él. En tres noches se gasta 20,000 dólares en armas; a la semana siguiente compra dos Mercedes, uno para él y el otro para una novia; una semana después le compra un tercer Mercedes a un asistente y un Cadillac a un patrullero.

Cuando su padre lo reprende por gastar tanto, Elvis le compra un Mercedes. Pero el 19 de diciembre tanto su padre como su esposa, Priscilla, le dicen que el dispendio resulta escandaloso. Elvis se ofende.

—¡Me largo de aquí! —exclama.

Toma un vuelo a Washington, de allí otro a Dallas, luego a Los Ángeles y después regresa a Washington. En los aviones escribe una carta, que en parte dice lo siguiente:

“Estimado señor Presidente: lo admiro y respeto mucho su cargo. Hace tres semanas hablé con el vicepresidente Agnew en Palm Springs y le expresé lo que me preocupa de nuestro país… Estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para sacarlo adelante… Señor, me encantaría conocerlo y saludarlo si no está muy ocupado”. Y anota sus números telefónicos.

El 21 de diciembre, a las 6:30 de la mañana, Elvis deja la carta en la Casa Blanca. Al poco rato recibe una llamada en el hotel donde se hospeda. Es Egil “Bud” Krogh, abogado adjunto de Nixon, quien le pregunta al cantante si puede ir a su despacho en 45 minutos. Los altos funcionarios de la Casa Blanca creen que una entrevista con Presley beneficiaría al Presidente.

Elvis llega a la Casa Blan-ca maquillado y vestido con una chaqueta ajustada de botones dorados, suéter de color púrpura, pantalón negro y un cinturón de hebilla dorada. Entra a la Oficina Oval a las 12:30 y le obsequia al Presidente dos fotos autografiadas; luego extiende sobre el escritorio su colección de insignias policiales para que las vea. Hablan sobre Las Vegas y los jóvenes. Elvis se pone a despotricar contra los Beatles: habían ido a Estados Unidos, ganaron dinero allí y después volvieron a Inglaterra a fomentar el sentimiento antinorteamericano.

“El Presidente asintió con la cabeza y expresó algo de sorpresa”, dice el memorándum que hizo Krogh de la entrevista. “Luego el Presidente señaló que los consumidores de drogas son la vanguardia de las protestas antiestadounidenses… Presley le dijo al mandatario de forma muy emotiva que él estaba ‘de su lado’”.

—No soy más que un muchacho pobre de Tennessee. El país me ha dado mucho, y quisiera hacer algo para pagárselo —afirma Elvis.

—Eso sería muy útil —responde Nixon con cautela.

Elvis pide que le den una insignia de agente especial de la Oficina de Narcóticos y Fármacos Peligrosos. El Presidente titubea y se dirige a Krogh:

—Bud, ¿podemos conseguirle una insignia?

Tomado por sorpresa, el abogado responde:

—Señor, si quiere dársela… creo que se la podemos conseguir.

—Vea que se la den.

—¡Esto significa mucho para mí! —exclama Elvis, y abraza al menos tocable de los presidentes.

Nixon le palmea rápidamente el hombro.

—Y yo le agradezco su deseo y disposición de ayudar, señor Presley.

Elvis vuelve a casa con la insignia en la mano, tan eufórico que compra otros cuatro Mercedes para regalarlos en Navidad. Más adelante Priscilla revela que su esposo quería la insignia sólo para poder transportar fármacos y armas sin ser detenido. Pero también la usa para otros fines: como agente especial del FBI, a veces enciende la luz azul de su auto para detener conductores que rebasan el límite de velocidad, o para ofrecer ayuda en accidentes viales.

 

Michael y Nancy

Agentes de la Casa Blanca preguntan a John Branca, abogado de Michael Jackson, si el cantante querría donar su canción Beat It a una campaña de conducción sin beber alcohol.

—Eso sería de mal gusto —le dice Jackson a Branca, pero luego recapacita—: Si me dan algún premio, les dono la canción.

Quiere aparecer en la Casa Blanca junto con el presidente Reagan.

—Ah, ¡y me encantaría conocer a Nancy! —exclama.

En pocos días se ponen de acuerdo. El Presidente accede a dar a Michael Jackson un premio por su labor filantrópica, y la Primera Dama asistirá a la entrega.

El 14 de mayo de 1984, a las 11 de la mañana, el jardín sur de la Casa Blanca está atestado de reporteros y empleados de la residencia. El Presidente lleva un traje negro; la Primera Dama, un traje sastre blanco con botones y ribetes dorados, y Jackson, una chaqueta militar con lentejuelas, charreteras y banda doradas, un guante blanco cubierto de brillantes de fantasía, y gafas oscuras.

—¡Qué thriller! —dice en broma Reagan en el podio—. Cuánta gente ha venido a verme. No, ya sé por qué están aquí: Michael, bienvenido a la Casa Blanca.

Jackson se acerca al podio a recibir el premio.

—Es un gran honor. Muchas gracias, señor Presidente —dice con su voz aguda y, tras una risita, añade—: Y gracias, señora Reagan.

El Presidente y su esposa dejan a Jackson recorrer la Casa Blanca con su séquito. Se ha previsto una reunión privada con los Reagan y algunos hijos de empleados de la residencia para más tarde. Pero cuando lo llevan al Salón de Recepciones Diplomáticas, se topa con 75 adultos.

Da media vuelta, corre por el pasillo y se mete al baño de la Biblioteca Presidencial. Pone el cerrojo y se niega a salir.

—Dijeron que habría niños, ¡pero ésos no son niños! —se queja a Frank Dileo, su representante.

Dileo habla con un asistente de la Casa Blanca, y luego grita desde el otro lado de la puerta:

—Está bien, Michael, vamos a conseguir a los niños.

—Tienen que sacar a todos esos adultos —exige Jackson.

Un asistente va corriendo al salón.

—¡Todos fuera! —ordena.

Michael regresa al salón recién de-salojado, donde lo espera un puñado de niños. Llegan los Reagan y llevan al cantante al Salón Roosevelt para presentarle a algunos otros asistentes y a sus hijos.

Mientras Jackson habla con los niños, Nancy Reagan le dice al oído a un empleado del cantante:

—He oído decir que quiere parecerse a Diana Ross, pero él es mucho más guapo, ¿no cree usted?

El empleado sólo sonríe.

—Yo preferiría que se quitara esas gafas oscuras —prosigue la Primera Dama—. ¿Le operaron los ojos?

El empleado no responde.

—Se ve que se operó la nariz —susurra la señora Reagan con la vista fija en Jackson—. Más de una vez, diría yo. No sé si los pómulos… ¿También se los operó? En realidad, es tan peculiar: un chico que parece chica, que habla con voz aguda, que todo el tiempo lleva un guante y gafas oscuras. No sé qué pensar —agrega meneando la cabeza.

El empleado de Jackson empieza a pensar que quizá sea descortés no contestar nada.

—Ni se imagina —comenta por fin con una sonrisa de complicidad.

Sin embargo, la señora Reagan se pone seria, como si se avergonzara de tan inútil chismorreo.

—En fin, Michael tiene talento, y creo que es lo único que debería usted tener en cuenta —concluye.

 

Conoce la otra historia en Selecciones de noviembre, 2013

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