Roosevelt no es en modo alguno el único líder mundial que escondió su debilidad física o fabricó una imagen rozagante de su estado de salud. La práctica está ampliamente difundida, aun hoy.
Por siglos, la fortaleza de carácter ha sido mucho más importante que la muscular. Aún hoy los líderes sienten la necesidad de ocultar su debilidad.
Franklin D. Roosevelt estuvo confinado a una silla de ruedas por 24 años, incluidos los 13 en que fue presidente de los Estados Unidos. Pero casi nadie sabía que apenas podía permanecer de pie sin ayuda. Su discapacidad fue ocultada al público porque Roosevelt y sus asesores sentían que la dolencia física del candidato podía parecerles a los votantes como una debilidad política.
Tales medidas sostuvieron la imagen pública del presidente Roosevelt a lo largo de tres períodos presidenciales. Fue elegido para un cuarto término en 1944. Franklin D. Roosevelt es la única persona discapacitada que ocupó la presidencia de los Estados Unidos. En realidad, se estaba muriendo, y el secreto sobre su estado era cada vez más difícil de mantener. En noviembre de 1944, en la cena del Día de Acción de Gracias a la que asistieron decenas de invitados, parecía muy enfermo, tosía y se sacudía mientras trinchaba los pavos y trataba de contar historias alegres.
El día en que asumió el cargo en enero de 1945, apenas podía mantenerse de pie, a pesar del atril que tanto tiempo le había servido. Y sin embargo, cuando Roosevelt murió en abril de 1945, después de sufrir una hemorragia cerebral, la reacción de la gente fue tanto de asombro como de tristeza.
Leonid Brézhnev: el hombre de las medallas
En los últimos años de la Unión Soviética, se alteraban los retratos oficiales de los líderes de más edad, para que lucieran mejor y más jóvenes. Leonid Brézhnev, un desorientado líder de 76 años en el momento de su muerte en 1982, en las fotos parecía un vibrante hombre de 50 años. Su imagen se mejoraba de formas relacionadas tanto con la vanidad personal como con el interés político. Por ejemplo, a sus ilegibles memorias de los tiempos de guerra –obra de un escritor fantasma– se les otorgó el premio Lenin de literatura, como si hubiera sido uno de los escritores rusos destacados de su generación.
Cuando Mijaíl Gorbachov fue promovido al Politburó del Partido Comunista en 1980, la característica marca de nacimiento de su frente fue borrada, retocando su retrato, como si se tratara de un defecto de carácter. Y unos buenos diez años fueron barridos de la edad aparente de Yuri Andrópov, el hombre que sucedió a Brézhnev en el Kremlin.
En sus últimos años, Brezhnev casi no era filmado ni fotografiado, ya que sus movimientos lentos y habla confusa revelaban cuán senil estaba. En cambio, retratos oficiales destacaban sus cuatro estrellas de “Héroe de la Unión Soviética” y sus ocho “Órdenes de Lenin”, y otros honores que se había otorgado a sí mismo.
Andrópov cayó gravemente enfermo pocos meses después de asumir el cargo, pero hasta su muerte los medios soviéticos insistieron en que no sufría de otra cosa que un “fuerte resfrío”. Los rusos sabían que había algo más. Y cuando una noche de febrero de 1984 las luces de las oficinas del Kremlin permanecieron encendidas hasta el amanecer, la gente llegó rápidamente a la conclusión de que se estaba realizando un silencioso cambio de régimen. Pronto se anunció que Andrópov había muerto.
En la Rusia moderna, todavía hay necesidad de que los gobernantes del Kremlin parezcan poderosos física y políticamente. Vladimir Putin, varias veces presidente y primer ministro de la Federación Rusa, es famoso por sacarse fotos destinadas a aumentar su imagen viril: montando una motocicleta Harley- Davidson con los llamados “lobos de la noche” (night wolves), haciendo pulseadas en un campamento juvenil, explorando la campiña siberiana con el torso desnudo, cabalgando, cazando en la estepa y buceando en busca de tesoros en el Mar Negro. El subtexto es siempre el mismo.
Las fotos dicen: soy un hombre fuerte, audaz, la persona adecuada para domesticar este enorme y tumultuoso país. Este tipo de manipulación de la imagen pública de un hombre de Estado es más fácil de manejar en un estado totalitario, donde el gobierno tiene el control de los medios. Pero como lo demuestra el caso de Franklin D. Roosevelt, también puede funcionar en países democráticos donde hay libertad de prensa. De hecho, volvió a suceder en los Estados Unidos a una generación de distancia del período presidencial de Roosevelt.
Retratado como verdadero modelo de un político joven, en forma y lleno de energía, John F. Kennedy sufría de la enfermedad de Addison, una grave disfunción de las glándulas suprarrenales que lo obligó a someterse a una operación potencialmente mortal en la espalda antes de la elección de 1960. En los dos años transcurridos entre 1955 y 1957, debió internarse en el hospital en siete ocasiones diferentes, por dolor de espalda y también por problemas intestinales.
Como en el caso de la enfermedad de Roosevelt, la situación médica de Kennedy se mantenía en secreto para no arriesgar sus probabilidades de acceder a la Casa Blanca. Durante su período presidencial, Kennedy solía padecer angustiantes dolores de espalda por problemas en la columna, y a veces le aplicaban varias inyecciones de analgésicos antes de que saliera a enfrentar una conferencia de prensa o una reunión pública.
A fines de 1962, tomaba diariamente gran cantidad de píldoras para sus diversas dolencias: codeína, demerol y metadona para el dolor (así como inyecciones de procaína); Ritalín, un estimulante usado para tratar la depresión y el ritmo cardíaco irregular; meprobamato, librium y ocasionalmente stelazine para la ansiedad; barbitúricos para dormir; la hormona de la tiroides para la enfermedad de Addison e inyecciones de gammaglobulina que podrían habérsele indicado para combatir infecciones. El presidente Kennedy fue un hombre enfermo, y es probable que sufriera dolores a diario mientras ocupó la Casa Blanca.
A veces necesitaba ayuda para vestirse porque no podía flexionar las piernas. Soportaba sus enfermedades estoicamente, pero el silencio que las rodeaba era también una estratagema de relaciones públicas. Por sólidas razones políticas, Kennedy siempre fue presentado a los votantes estadounidenses –con diversos medios engañosos– como el epítome de la buena salud juvenil.
Kennedy sentía dolores todos los días durante su período en la Casa Blanca.
Extraído del libro: “Grandes Secretos de la Historia”, Selecciones Reader’s Digest
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