Las festividades religiosas y la tauromaquia conviven de manera singular en este Pueblo Mágico de Tlaxcala.
Aunque mide 80 centímetros de alto, para ellos es inmensa, pero, sobre todo, muy amada. Cada año, el 14 de agosto para ser exactos —día de la Feria de Huamantla o “la noche que nadie duerme”—, la alzan en hombros y la veneran por 8.4 kilómetros de calles adornadas con tapetes de aserrín multicolor: obras artísticas que desaparecen en segundos bajo los pies de los feligreses para convertirse en el agradecimiento perfecto por los milagros y favores recibidos de la Generala, como la bautizó Porfirio Díaz, o la Virgen de la Caridad, el nombre que recibe de los huamantlecos.
La fiesta patronal de la Virgen de la Caridad —que en realidad es la Virgen de la Asunción— es una fiesta tradicional de Huamantla, Tlaxcala, ciudad emplazada en las faldas de La Malinche, uno de los volcanes más imponentes y majestuosos de México.
Esta celebración conjuga los elementos más representativos de la zona: gastronomía, pirotecnia, tauromaquia y los tapetes de aserrín, un tipo de arte efímero muy reconocido y manifestaciones religiosas creadas en la región durante la época precolombina en honor a la diosa Xochiquetzalli, pero que desde hace 145 años se elaboran periódicamente como una de las tantas ofrendas para la Virgen de la Caridad como muestra de agradecimiento por, entre tantas razones, haber salvado a la ciudad de una inundación.
El amor y la devoción de los huamantlecos a la imagen no solo se plasman en tales piezas multicolores, sino también en la creación del fastuoso atuendo que esta porta durante “la noche que nadie duerme”.
Si caminas distraído por la calle Allende Norte es muy probable que no te percates de la discreta entrada en el número 217-A, donde está el taller de las bordadoras de estrellas, un sitio en el que, dicen, ocurren milagros.
En una habitación repleta de telas, dedales, accesorios de costura y una potente lámpara, Carolina Hernández Castillo —mejor conocida como Carito— bordó durante más de cinco décadas los fabulosos trajes en agradecimiento a la Virgen por permitirle volver a caminar tras una caída. Solo la muerte apartó a Carito de esa tradición, heredada de su abuela española un siglo atrás y que ahora preservan Lala y Bibi, sus sobrinas.
Casi 70 mujeres trabajan afanosamente a lo largo de tres meses en la confección de una obra de arte textil valorada en unos 250,000 pesos. El traje de 2018, elaborado con raso y una seda de la India, brilla gracias a 1.5 kilos de canutillo de oro.
La Virgen de la Caridad estrena un manto nuevo cada año, en cuya elaboración desean participar un gran número de personas.
Todos quieren ataviarla, por eso cada año se crea un nuevo manto; así, más personas pueden involucrarse y mostrar su adoración. Las que se dedican a esta labor aseguran que mujeres que no podían embarazarse consiguieron su objetivo tras contribuir con unas puntadas al sagrado atuendo.
La Virgen no solo estrena vestuario cada agosto: su cabellera es reemplazada con el pelo donado por alguna niña menor de 12 años que le agradece un favor, pues todos coinciden en lo milagrosa que es. Eso explica la infinidad de joyas que porta: la gente desea venerarla. Porfirio Díaz le regaló corona, aureola y palma de oro, mientras que el año pasado, cuenta María Celeste, guía de turistas de Tlaxcala, la Virgen usó perfume Chanel No. 5, uno de los tantos obsequios que recibió.
Las fiestas religiosas van de la mano con la afición a la fiesta brava. Aquí existe una escuela taurina, una plaza de toros y uno de los pocos museos en México dedicados a la tauromaquia. En Tlaxcala se fundó, en 1874, la primera ganadería de astados de ese estado y la segunda del país: San Mateo Huizcolotepec, también llamada San Mateo Piedras Negras.
El museo está ubicado en un inmueble que data de mediados del siglo XVIII y lleva el nombre de Miguel Corona Medina, quien organizó la primera Huamantlada en 1954.
En sus más de 1,000 metros cuadrados descubrirás desde maquetas de las plazas más importantes del país, como la Monumental Plaza de Toros México, hasta máscaras post mortem de toreros como Fermín Espinosa, Armillita, Lorenzo Garza, el Ave de las Tempestades, y Rodolfo Gaona, el Califa de León, que se elaboran en yeso tras la muerte del torero y luego se vacían en bronce como un homenaje.
Hay una sala dedicada a La Taurina, el ruedo de Huamantla, cuyo centenario desde su inauguración como coso circular de madera —pues originalmente era casi rectangular— se celebrará este 15 de agosto. Su versión de concreto fue inaugurada en 1956 por Mario Moreno, Cantinflas, quien toreó en varias de sus películas y llegó a ser propietario de una ganadería: Moreno Reyes Hermanos.
Tlaxcala, ciudad emplazada en las faldas de La Malinche, uno de los volcanes más imponentes y majestuosos de México.
También destacan las historias de personajes del medio, como la del famoso Rodolfo Rodríguez González, el Pana, quien ostentó ese apodo por su oficio de panadero.
No puede faltar la sala destinada a las ganaderías tlaxcaltecas, tierra de 43 hierros de ejemplares bravos, aunque en la actualidad solo perduran 36. La única de Huamantla es la Ganadería de Brito, propiedad de la familia Slim.
En este lugar se exhibe una foto que captura un momento emblemático de la tauromaquia: la corrida que protagonizó el toro más grande del mundo, lidiado por el mexicano David Liceaga en 1930, en Barcelona, España. El animal —de la Ganadería Miura, que tiene fama de producir las reses más bravas y rijosas del mundo— pesaba 980 kilogramos.
En este lugar se celebra la Corrida de las Luces de la temporada grande. Cada 14 de agosto los matadores parten plaza en una pequeña procesión que simula lo que sucederá unas horas después en las calles de la ciudad durante los festejos de la Virgen de la Caridad. Las mujeres visten trajes indígenas, el obispo eleva la oración del torero y todos cantan el Ave María. El ritual se realiza a oscuras, entre velas. Al concluir la ceremonia la arena se ilumina para empezar la jornada.
Huamantla fue el paso natural entre el importante puerto de Veracruz y la Ciudad de México, por lo que alberga infinidad de memorias.
Por aquí pasaron los emperadores Maximiliano y Carlota, así como el dictador Porfirio Díaz. Este Pueblo Mágico alberga la casa de Tonchita, María Antonia Bretón, quien fuera esposa de Guadalupe Victoria, el primer presidente de México.
A una de sus calles se le conoce como “la del tiro”, pues se dice que en ella Josefa Castelar, heroína huamantleca, prendió el cañón que le dio muerte al capitán Samuel Hamilton Walker durante la Intervención estadounidense en 1847.
También podrás encontrar las instalaciones de XEHT Radio Huamantla, que en su primer aniversario tuvo como invitado a Pedro Infante.
El museo taurino de Huamantla es uno de los pocos de su tipo en el país.
No te pierdas la imponente estatua de Tlahuicole, un guerrero tlaxcalteca raptado por los mexicas y presentado ante Moctezuma, quien le ofreció su libertad en el acto, algo raro en la época, aunque el prisionero la rechazó. Hay muchas versiones de su talla e historia, pero dicen que era tan fuerte y alto (rebasaba los 2 metros) que el arma que cargaba solo podían moverla entre cuatro personas.
El hombre comandó a unos guerreros mexicas en una campaña contra los purépechas que, si bien fracasó, trajo riquezas para el emperador azteca. Tras este combate, a Tlahuicole se le volvió a ofrecer su libertad, pero se rehusó a regresar a su tierra como traidor o asumir el mando de un ejército mexica; solicitó una muerte gladiatoria.
Fue amarrado de un pie a la piedra de los sacrificios y peleó contra guerreros águila y jaguar: mató a 8 e hirió a más de 20 antes de que pudieran derribarlo. Después fue sacrificado en honor a Huitzilopochtli.
Vale la pena recorrer los templos religiosos de la ciudad.
La parroquia de San Luis Obispo presume un retablo barroco laminado en oro con una peculiaridad. El detalle es casi imperceptible. Aquí está el secreto: la obra se caracteriza por ser asimétrica.
Otro inmueble que debes visitar es la Basílica de Nuestra Señora de la Caridad, una edificación moderna (la última nave se terminó de colar en 1974) que originalmente era una ermita de piedra dedicada a San Diego de Alcalá. Luego recorre el convento franciscano de San Luis Obispo, uno de los tres de Tlaxcala que aún mantienen a integrantes de dicha orden religiosa en su interior.
Aquí verás una capilla abierta, o al aire libre, que sirvió para la evangelización de los indígenas, quienes no comprendían cómo un dios podía estar encerrado en cuatro paredes, y se negaban a entrar a las iglesias.
Los templos en México requirieron de otra industria con el fin de cumplir su misión: un pequeño escalón a la entrada de las estructuras, elemento inexistente en Europa. La intención al incorporarlo era que, al dar el paso hacia abajo, el cuerpo se inclinara de manera natural. Fue el único recurso que hallaron los evangelizadores para lograr que los nativos hicieran una reverencia a las imágenes que se encontraban dentro del sitio de adoración.
Esos tiempos han quedado muy atrás. En la actualidad los huamantlecos idolatran a muchas deidades. Entre las más queridas se encuentra el Señor del Convento: imagina cuánto lo veneran que en su fiesta patronal le tienden tapetes de aserrín que abarcan 9.2 kilómetros, una superficie mayor que la que ocupan aquellos dedicados a la Virgen de la Caridad.
Se trata de un cristo moreno de 2 metros de altura, desmontable y elaborado con una mezcla de chinamite (caña seca del maíz) y clara de huevo. Cuenta la leyenda que llegó al convento franciscano dentro de unas cajas cargadas por mulas; nadie sabe su procedencia ni origen preciso.
Nada como el muégano para terminar de establecer un vínculo con Huamantla. Este no tiene relación alguna con la golosina redonda y crujiente que se conoce en otras partes del país (también bajo el nombre de rompemuelas). El de aquí es un panecillo rectangular con una consistencia entre polvorón y mazapán hecho con harina de trigo, manteca de cerdo, un toque de anís y agua de azahares. Es horneado, bañado en miel de piloncillo, espolvoreado con canela y colocado sobre obleas de colores.
Consúmelo como los parroquianos, con nieve de limón con jerez que puedes hallar los fines de semana en los portales de esta mágica localidad.
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